Se entiende que las páginas editoriales de los periódicos se enciendan con comentarios sobre las barbaridades retóricas más recientes de López Obrador. Se voló la barda esta vez, con sus afirmaciones delirantes sobre los derechos humanos, el feminismo, el ecologismo y la protección de animales, que son una especie de cortina de humo inventada por el neoliberalismo para alentar el saqueo del país y del planeta. Hasta cierto punto en defensa de Claudio X. González, sería interesante saber qué piensan al respecto quienes apoyaron a AMLO en 2018 o lo siguen apoyando hoy. Pero es más interesante entender de dónde vienen semejantes idioteces, en la mente de un personaje que es todo menos que un idiota.
Vienen de lejos. Lo he comentado muchas veces desde que llegó López Obrador a la presidencia. En primer lugar, se trata de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM de los años setenta; es la etapa fundacional del “pensamiento” de AMLO: marxismo primitivo, nacionalismo revolucionario simplista, mentalidad maniquea de la Guerra Fría.
Conviene recordar que el tema de los derechos humanos -del que más me siento autorizado a opinar, habiéndome involucrado en ello desde principios de los años ochenta- ciertamente se remonta a la Revolución francesa y a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU de 1948, redactada en gran medida por Eleanor Roosevelt y René Cassin. Pero su vigencia actual comienza justamente a mediados de los años setenta.
En 1975 se firman los acuerdos de Helsinki, entre otros, por Estados Unidos y la Unión Soviética. Por primera vez, la URSS acepta el principio de poner en su agenda internacional el tema de los derechos humanos, en la llamada “canasta” VII. Aunque Leonid Brezhnev obtuvo importantes concesiones a cambio, Helsinki le permitió a las potencias occidentales, y en particular a Estados Unidos, presionar a Moscú a partir de entonces para que respetara los acuerdos firmados en esta materia. Con la llegada de Carter a la Casa Blanca en enero de 1976, el tema de derechos humanos se volvió casi central en la rivalidad este-oeste; al ganar la presidencia Ronald Reagan en 1980, y al darse la primera rebelión de Solidarnoz en Polonia, se volvió un instrumento de combate en el otoño de la Guerra Fría.
Para todos los partidarios de la URSS, del bloque socialista, de Cuba y de China en esos años, los derechos humanos no fueron más que eso: un arma de Washington para debilitar, golpear y en su caso destruir a la patria del socialismo. Los casos celebres -Sakharov, Soljenitsin, Daniel, etc- aparecieron como claros ejemplos de la hipocresía occidental, de la perfidia de Carter y sobre todo de Reagan, y se volvieron pruebas de ácido de la defensa del socialismo real. Lo recuerdo con precisión y nostalgia, porque mi madre -una mujer de gran inteligencia y cultura- era sin embargo profundamente pro-soviética, y carecía por completo de cualquier respeto por esa campaña de derechos humanos (obviamente no en México).
Eran, para muchos, una faramalla: derechos burgueses, hipócritas, etc. La famosa frase de los defensores de la URSS a propósito de Estados Unidos lo resume todo: “What about the Negros in the south?” (¿Y que dicen de la situación de los negros en el sur de Estados Unidos?). No era falsa, pero ese no era el tema. Pues el equivalente actual y mexicano es la frase de López Obrador: “What about corruption?” (¿Y que onda con la corrupción?). Para el, los derechos humanos son un instrumento para atacar a ciertos países (Cuba, México), para distraer la atención, para desviar la mirada, pero no una causa intrínsecamente válida y noble. No cree en ellos.
No ha recibido a activistas de Amnistía Internacional ni de Human Rights Watch. Sus altos funcionarios del gabinete no han acudido a las reuniones anuales del Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra. Alejandro Encinas es una persona personalmente comprometido con el tema, pero su ascendencia dentro del gobierno es reducida, y ahora es el subsecretario encargado de un invento. Su jefe sigue lidiando la Guerra Fría; sigue enfrascado en los combates de los años setenta y ochenta; sigue pensando que siempre hay algo más importante que los derechos humanos. Lo bueno -y es necesario felicitar a López Obrador por ello- es que estamos en pena temporada de las salidas de clóset del presidente: Cuba, derechos humanos, medio ambiente, feminismo, nacionalismo ramplón. Ya nadie puede llamarse a engaño.
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