Uno podría estar inclinado a creerlo o no, pero es una realidad palmaria que el imperio chino está revisando el tenor de su relación con Venezuela. Las razones son muchas y muy variadas y hasta en la prensa internacional se ha comentado ya que se han iniciado acercamientos con el equipo de Juan Guaidó en el exterior, a pesar de que aún no se ha producido un reconocimiento del gobierno interino por parte de la gran nación de Asia.
Lo primera que salta a la vista es que en el mundo de lo tangible –que no es precisamente el político- aún no ha nacido quien, de manera desinteresada se encuentre dispuesto a condonar las deudas de una contraparte morosa. China no es la excepción.
Lo primero que debe estar quitándole el sueño a los altos jerarcas de Pekín es el tamaño de la colosal deuda de Venezuela con China y la suerte que estas acreencias tendrían si se produce un cambio de administración de las fuerzas maduristas a nuevas manos, sobre todo si ellas son respetuosas de las leyes. Una pequeña acotación -no tan al margen- es que los endeudamientos venezolanos que por motivos constitucionales deben ser aprobados por la Asamblea Nacional, en el caso de los chinos se contrataron y se ejecutaron sin cumplir con este indispensable trámite. Estamos hablado de decenas de billones de dólares atrapados en esta difícil situación.
Otro importante factor motivador de este supuesto acercamiento es el deterioro que ha sufrido la salud de la gallina de los huevos de oro de Venezuela, que no es otra que su industria de hidrocarburos. Venezuela ha dejado de ser un país petrolero para convertirse en un país con petróleo y la diferencia es notable. La monoproducción sirvió durante muchos años para mantener a una masa población de talla manejable, fue útil también para desarrollar otras industrias públicas, a la vez que para generar un ambiente dentro del cual surgieron otras actividades productivas generadoras de riqueza, de trabajo y de bienestar.
Nada de lo anterior existe ya hoy como consecuencia de la crasa incapacidad de los administradores del país de provocar desarrollo, lo que terminó por transformar al país, en dos décadas, en una economía altamente deficitaria. Los chinos lo vivieron muy de cerca en las actividades mixtas que se fueron quedando abandonadas en el camino. Les sobra conocimiento a los asiáticos percatarse de la cuesta empinada que tendrá el gobierno que suplante al madurismo para crear rápidamente condiciones de crecimiento que le permita atender esas prioridades y, al propio tiempo, limpiar las cuentas que están en rojo. Mejor propiciar un sano y estratégico acercamiento. Lo anterior tiene sentido, además, por el potencial de recuperación lento pero seguro que Venezuela exhibirá, ahora que, además, hay fuentes diversas –citemos apenas oro y coltán- para generar cash, negocios y oportunidades tanto a los venezolanos como a sus aliados.
Por último, las sanciones impuestas por Estados Unidos y sus efectos secundarios para los asociados del régimen de Nicolas Maduro le han estado poniendo difícil a los chinos nutrirse de crudos venezolanos e impiden que otros negocios con un componente venezolano se puedan materializar.
El ascendiente socialista de la antigua relación entre Caracas y Pekín se irá diluyendo, pues, en la medida en que prevalezca la ortodoxia económica.
El equipo de Juan Guaidó, a todas estas, está esperando con una actitud constructiva y paciente, que todo lo anterior cuaje.
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