La reconstrucción de Venezuela después de la mayor destrucción padecida en su historia contemporánea implica asumir lo que sabemos hacer, pero que nunca hemos querido terminar de aceptar: ser un país petrolero. Esta idea me la ha reafirmado la lectura de un excelente libro (ganador del Premio Rafael María Baralt en su bienio 2018-2019): Londres en Caracas y La Haya en Maracaibo: Retos empresariales de Royal Dutch Shell en la industria petrolera venezolana entre 1943-1958, del buen amigo y colega, el ingeniero Alejandro E. Cáceres. Dicha obra representa un valiosísimo aporte a la historiografía del petróleo en nuestro país, porque no solo se centra en la industria petrolera escasamente estudiada, sino que a su vez se aparta de las perspectivas (en lo político, económico, historiográfico y literario) que siempre hemos mantenido en nuestra relación con el hidrocarburo y que no es otra que verlo como “excremento del diablo” (Juan Pablo Pérez Alfonzo, 1976).
Según esta tradición no es cualquier objeto demoniaco, es lo peor… y ciertamente si revisamos las obras de ficción que lo tratan directa o indirectamente (que son más de las que se piensan) siempre es visto como algo negativo para Venezuela y los venezolanos: es una riqueza no trabajada, destructiva del medio ambiente, codiciada por los imperios que terminan ocupando nuestro país para robarla y terminar modificando para mal nuestra cultura, y los campamentos petroleros están aislados del país y denigran de los nacionales. El marxismo se impondrá en su perspectiva de “dominación imperial”, pero incluso cuando se termina aceptando su influencia como generadora de progreso y modernización se temen sus consecuencias en el sentido de la cultura rentista o ser una economía nada noble como sí lo era la agricultura. De allí la necesidad de un antídoto llamado “sembrar el petróleo” (Alberto Adriani, Arturo Uslar Pietri; 1936).
La investigación de Cáceres busca las razones empresariales a la hora de invertir en el negocio, y realizar un desarrollo organizacional acorde con los retos que este les imponía en la realidad venezolana y mundial. En ella no se identifican causas imperialistas a la hora de comprender el fenómeno. De esta forma comienza a disiparse una percepción que nos ha alejado del más importante capital tanto financiero como en lo que respecta a la cultura industrial.
En mi niñez me fascinaban los micros de Maraven: Petróleo en gotas, la filial de Petróleos de Venezuela S.A., que intentaban acercar la industria a nuestra sociedad. Era de las pocas iniciativas que buscaban superar la visión perniciosa que se había sembrado en nuestra cultura por la tradición anteriormente descrita, y que se seguía sembrando en especial desde el marxismo que en los ochenta todavía influía con fuerza, especialmente en los contenidos de la enseñanza de nuestra historia. Pero también en los políticos que en los noventa lograrían el apoyo electoral finalmente y que hoy dominan el poder.
Cáceres nos muestra cómo la industria petrolera, en especial la Royal Dutch Shell que es el centro de su investigación, llevó a cabo grandes innovaciones para ser más productivos (como es normal en toda empresa) pero también para lograr el progreso de Venezuela (tal como era su lema). Facilitó la educación y el mejoramiento de la higiene de las poblaciones (erradicación del paludismo) y zonas donde operaban, permitiendo la participación de los venezolanos no solo en el personal obrero sino a niveles gerenciales.
Esta investigación contribuye al establecimiento de un nuevo relato que nos permita comprendernos mejor como sociedad. El petróleo (su industria) como parte de una épica civil, la cual por cierto se ha venido reclamando y proponiendo desde una nueva historiografía crítica con el culto a Bolívar y a los próceres de la Independencia (y a todo lo militar). Pensamos en una épica del emprendimiento, del control y explotación de la naturaleza, de la modernización y muy especialmente del consenso para lograr todo esto entre las potencias extranjeras y la nación venezolana. Es el abandono de toda prédica “marxista-antiimperialista” que ve al extranjero como una amenaza y no como un aliado. Este estudio debería estimular la investigación histórica en las diferentes áreas que han afectado y afectan el petróleo, de manera que se puedan desmontar (si por lo que observamos es el caso) todas las afirmaciones que se realizaron durante 100 años y que desde hace 20 años han marcado de manera determinante las políticas petroleras que han llevado a Venezuela a la situación donde se encuentra.
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