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El comienzo del año constituye el inicio de un ciclo y es la oportunidad que se toman muchas personas para realizar un necesario balance de lo vivido durante el período anterior.

Desde el punto de vista del funcionamiento de las personas, los ciclos cumplen un rol adaptativo importante. No sólo facilitan un adecuado desempeño psicológico, sino que nuestra propia biología funciona con base en ellos.  El ritmo circadiano de vigilia y sueño y las estaciones de los llamados biorritmos son un ejemplo de estos ciclos biológicos que caracterizan la vida humana.

Paralelo a esta fisiología biológica, existe también una fisiología psicológica, que tiene a los ciclos como una de sus estructuras dinámicas fundamentales, porque entre otras cosas nos permiten segmentar la inmensa complejidad de nuestro entorno vital, y reducirla perceptualmente a unidades más manejables y que faciliten nuestra adaptación y funcionamiento.

Es así como los humanos aprovechamos los ciclos estacionales de nuestro entorno ambiental para dividir nuestra vida en «capítulos», que tengan un final pero sobre todo un nuevo comienzo. La división en «capítulos vitales» es importante porque facilita la evaluación de lo hecho y la mejor comprensión de nuestro transitar existencial. Además, esos “nuevos comienzos” son útiles porque nos proveen psicológicamente de nuevas oportunidades para corregir errores, ensayar mejoras y mantener siempre viva la esperanza que podemos ser como queremos y alcanzar lo que deseamos.

La oportunidad de hacer un balance y reinventarse constantemente que deriva de la división perceptual de nuestra vida en ciclos, es fundamental para mantener viva la fe en nosotros mismos, evitar la impresión que nuestra vida es una sucesión caótica y desordenada de acontecimientos, y para darle sentido a la trayectoria, accidentes y rumbo de nuestra propia existencia como personas y como país. Tener la sensación que, dentro de la continuidad temporal de nuestra vida, siempre es posible volver a comenzar, es una ventaja psicológica que nos proporciona no sólo esperanza y ánimo frente a los días por venir, sino sentido de propósito a nuestro propio transitar como seres humanos.

El amanecer del 2024 representa el fin de un ciclo y el comienzo de otro.  Para que este episodio estacional cumpla mejor su cometido, procuremos que nuestros deseos de estos días iniciales vayan inteligentemente acompañados del establecimiento de algunas metas realistas, concretas, retadoras pero alcanzables, y sobre todo medibles para poder saber cuándo las alcanzamos o no. No es lo mismo prometerse “bajar de peso” de manera genérica, que fijarse la meta de tener, por ejemplo, 5 kilos menos para el mes de marzo. No es lo mismo proponerse ser este año un mejor padre, que fijarse la meta de no dejar pasar una semana sin sentarse un rato con cada hijo a conversar sobre sus problemas, sus sueños y sus dudas.

Que las metas que nos fijemos en estos primeros días del año no busquen beneficiarnos sólo a nosotros mismos, sino que incluyan lo que pensamos hacer –de manera concreta- para que aquellos con quienes interactuamos reciban siempre ejemplos de constancia y alegría, nunca de desánimo o tristeza.  Y, finalmente, que esos propósitos del nuevo ciclo incluyan también al menos algo que podamos hacer para contribuir a que nuestra Venezuela sea más justa, libre y digna.

Como recordaba en una oportunidad mi querido profesor de Antropología, el Padre Jean Pierre Wyssembach, los seres humanos no venimos determinados. Podemos ser muchas cosas distintas. El inicio del 2024 es otra oportunidad para intentar un nuevo comienzo, escribir una nueva página de nuestro particular y único libro de vida, atreverse a un necesario y saludable “reinventarse” que nos acerque más al sueño de una vida con sentido de trascendencia, que nos haga más felices, más útiles y sea una fuente de estímulo y alegría para quienes comparten con nosotros.  Y nunca olvidar, finalmente, que el futuro no está escrito, sino que será la consecuencia de lo que hagamos y de lo que dejemos de hacer.

@angeloropeza182

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