OPINIÓN

¿Una nueva “Operación Marco Polo”?

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

 

Una importante corriente de pensamiento dentro del equipo de Donald Trump, que se inspira en su deseo de contrarrestar la influencia china en el mundo entero, sostiene que la alianza chino- rusa debería ser fracturada o severamente debilitada, de manera de conseguir aislar a China en sus decisiones políticas externas.  

Es oportuno recordar que ya una vez algo similar ocurrió en tiempos de Richard Nixon cuando, dentro del ánimo de debilitar a Moscú en 1971, el consejero presidencial Henry Kissinger provocó, por una vía poco ortodoxa, un importante acercamiento con Pekín. El 15 de julio de aquel año el presidente estadounidense anunció en cadena nacional de televisión haber sido invitado a reunirse con Mao, mientras en China aseguraban que había sido la Casa Blanca la impulsora y artífice del histórico encuentro.  Todo cuidadosamente acordado con antelación con China y el equipo de Mao por los negociadores americanos. 

Hasta entonces entre China y Estados Unidos las relaciones se mantenían gracias a la ayuda e intermediación de Francia, Polonia, Rumania o Pakistán. El encuentro entre los dos jefes de Estado marcó un antes y un después en las relaciones planetarias.  Se habló en este “tête-à-tête” de temas como el estatus de  Taiwán, el rearme de Japón, la ciudad de Berlín, la guerra de Vietnam y las políticas de Moscú. Lo cierto es que esta Cumbre se organizó soterradamente desde Washington persiguiendo el fin de abrir un abismo en China y Rusia. Para Kissinger fue un paso en la dirección correcta: la “Operación Marco Polo” alimentó los desencuentros que se venían produciendo entre esos dos países para favorecer un acercamiento a Estados Unidos.

Ya a fines de 2024 y en vísperas de la inauguración presidencial del republicano Trump, algo de esta suerte parece estar en la mente de los estrategas del nuevo mandatario. En esta ocasión, actuar sobre Rusia para aislar a China sería la meta. 

Putin hace esfuerzos enormes por no cambiar el rumbo que llevan sus conflictos externos -el de Ucrania, en concreto- en los días que nos separan del 20 de enero. En el Kremlin consideran que este hito traerá consigo la oportunidad de negociar una salida para el conflicto armado. Pero la realidad es que existe una distancia sideral entre la visión estratégica y los medios para finalizar la guerra en que está empecinado Moscú -la desmilitarización y “desnazificación” de Ucrania y un cambio de gobierno en Kyev- y la de los expertos estadounidenses Keith Kellog, el enviado especial, y el vicepresidente JD Vance.  

Ante el cambio de administración en Estados Unidos, el alto gobierno de Xi alberga la convicción de que difícilmente los americanos pueden perturbar la muy estrecha relación económica fraguada entre Rusia y China. La sociedad estratégica “sin límites” para ambos es una realidad a pesar de sus asimetrías en población y talla económica.  40% de las importaciones rusas vienen de China y allí van a parar 30% de sus exportaciones. En el terreno energético también hay un entrelazamiento y una dependencia difícil de romper.  

Las posibilidades de que un segundo gobierno de Trump debilite la simbiosis que los dos líderes han logrado armar son débiles porque, en esta ocasión, el lado flaco de la ecuación es Rusia, no China. Rusia cuenta solo con 4% de los intercambios chinos. Nada de lo que se le ofrezca a Moscú desde Washington compensa la alianza que les reporta ingentes beneficios. 

 No hay ambiente, pues, para una nueva Operación Marco Polo como la de medio siglo atrás.