Confieso que es la primera vez que acudo al verbo “naricear”. Y al adjetivo “nariceado”. Claro que los había escuchado y seguramente leído. Pero siempre me han resultado algo incómodos y chocantes por lo que designan.
Pero esta vez recurro a ellos porque ambos me parecen impresionantemente precisos para describir la manera como el régimen militarista ha anunciado, de madrugonazo, la fecha de las elecciones presidenciales, a celebrarse el próximo 28 julio, y los aberrados —por arbitrarios, inconstitucionales y ventajistas— procedimientos, pasos y plazos fijados para que se realice el proceso.
El texto que mejor describe la convocatoria electoral chavista es el mismo que incorpora el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) para el verbo “naricear”. Lo define así: “Pasar una cuerda por un agujero abierto en la nariz de la res para obligarla a obedecer o a caminar”.
Y en otros diccionarios, como el de la Asociación de Academias de la Lengua Española, se leen cosas similares: “Colocar la naricera al ganado para mantenerlo quieto”. O más generales, directas y fulminantes: “Imponer algo a una o varias personas”. En el propio DRAE se acepta “nariceado” como un venezolanismo, un adjetivo que se explica como: “Dicho de una persona obligada o forzada a hacer algo”. Pues bien, exactamente eso, naricearnos —en las tres acepciones de agujero abierto en la nariz, mantener quieto al ganado, o imponer u obligar a hacer algo a una o varias personas—, es lo que ha venido haciendo con nosotros, los venezolanos que creemos en la democracia, el régimen militarista que nos lleva rumiando amarguras, tomados con el lazo del autoritarismo, desde hace un cuarto de siglo.
Desde 1999, cuando ocurrió la primera gran imposición a través de la Asamblea Nacional Constituyente —que se apropió arbitrariamente del sistema de justicia y el poder electoral, poniéndolos de rodillas al servicio de su proyecto político–—, hasta este abril de 2024, cuando el poder Ejecutivo y el árbitro electoral vuelven a burlarse de la comunidad nacional, y de la internacional también, convocando unas elecciones lo más distante de ser libres, plurales, democráticas y confiables, naricear es uno de los verbos dominantes.
Claro, ha habido momentos en que los rebaños hemos logrado soltarnos del aro en la nariz y del lazo que los jefes del narcoestado llevan en sus manos, y recortan o alargan de acuerdo al momento político. “Desnaricear” —verbo que no conseguí en el DRAE— podría llamarse el acto. Por ejemplo, en la consulta para la reforma de la Constitución, cuando el país le dio un rechazo rotundo a la propuesta de Chávez; en las elecciones legislativas de 2015, cuando las fuerzas democráticas arrasaron obteniendo la mayoría absoluta; o en las recientemente realizadas elecciones primarias para escoger la candidatura única para las elecciones presidenciales con una participación masiva y la aclamación sin titubeos de María Corina Machado.
Pero aun así, aunque nos hayamos librado del lazo y el anillo en la nariz, violando todas las reglas de juego, al poco tiempo —días, semanas o meses después— la cúpula regresa, ahora con ardides por la fuerza, por las buenas o por las malas, les gusta decir, a colocar de nuevo el anillo, atravesar la cuerda, tomarla en sus manos y pronto vemos otra vez a la manada, como en los westerns, caminando sin remedio, camino del matadero.
Así ocurrió con la reforma constitucional. Aunque el soberano la rechazó, el régimen, en la práctica, la aplicó vía decretos. Igual con la conformación de la Asamblea Nacional presidida por la Unidad Democrática. Al poco tiempo la cúpula gubernamental la intervino, incluso militarmente, la fue acosando y al final inutilizando y sustituyéndola, a la larga, por una Asamblea Nacional espuria. Y algo semejante acaba de ocurrir con las primarias, como no pudieron boicotear con éxito su realización y su voz unitaria, pues el Tribunal Supremo de Justicia se hizo cargo de la inhabilitación de la candidata indetenible María Corina Machado. En los tres casos, el nariceo retorna de nuevo, por la fuerza, para enderezar el descuido de los “nariceadores” en situaciones extremas.
Y así vamos ahora, nariceados y conducidos a la carrera, para las elecciones convocadas el 28 de julio, con un cronograma concebido para no dar tiempo a las fuerzas opositoras de prepararse con fortaleza. Elecciones trampa jaula. Realizadas fuera de la tradición instaurada por la democracia de realizarlas en el mes de diciembre para que el nuevo presidente y su equipo asuman en un plazo breve sus funciones comenzado el nuevo año.
Con la criminalidad perversa de impedir que la candidata llamada a derrotar de manera aplastante al candidato Maduro, esta quedará inhabilitada, a menos que haya una movilización nacional de dimensiones hasta ahora desconocidas. Y obviamente, la posibilidad de una candidatura unitaria sustituta —en caso de que no quede más opción— deberá ser tomada a la carrera y sin posibilidades de una nueva participación popular para elegirla, y con el riesgo, la carta bajo la manga oficialista, de que pueda ser también inhabilitada.
Con un lapso para la campaña que no durará ni un mes, y con la posibilidad de una observación electoral que apenas si tendrá tiempo de organizarse técnicamente, el escenario es cada vez más ventajista. Sin olvidar, también, que las detenciones de Rocío San Miguel y los directivos de varios comandos de campaña de Machado, anuncian para este proceso electoral una nueva saga represiva.
Otra vez nos toca bailar al son que el régimen toque. Queda en manos de los partidos políticos y el liderazgo social, como el del equipo que condujo las primarias, recurrir a la imaginación para lograr nuevas liberaciones. El papel de la manada actuando unida es decisivo. El de la imaginación y acción unitaria del liderazgo también. Las reses pueden tirarse al piso y no dejar que las arrastren. O correr en tropel arrastrando ellas a una sola voz a los arrastradores. Los toros de cachos mejor dotados pueden hacer tropezar a los “nariceadores”.
Lo único inaceptable sería que las manadas democráticas asistan otra vez —sin planes B y C, ni cartas bajo la manga, ni ardides de última hora, ni acuerdos claros a tiempo— ingenuas o inercialmente al matadero. O innovamos o erramos, decía un maestro por allí.
Artículo publicado en el diario Frontera Viva