OPINIÓN

Una mirada a la migración venezolana en clave arendtiana

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Por Mariela Espinoza Mijares*

La situación de Venezuela ha sido objeto de preocupación mundial debido a la emergencia humanitaria compleja que vive la nación. La crisis política, económica, social y sanitaria ha generado una gran cantidad de migrantes, quienes han abandonado el país en busca de mejores condiciones de vida, seguridad y estabilidad laboral. De acuerdo con estimaciones de la Organización de Naciones Unidas y la agencia para los refugiados (Acnur), más de 7,1 millones de personas han salido del país en los últimos años para establecerse en diferentes partes del mundo.

Esta emergencia humanitaria compleja es el reflejo de grandes dificultades que se mantienen en los venezolanos, aún en el exilio, y que abarca no sólo limitaciones relacionadas con la supervivencia y la integridad física, sino también con la integración sociocultural y la pertenencia a una comunidad. Este proceso de migración forzada y el consecuente exilio ha sido abordado como fenómeno político por la teórica política Hannah Arendt (1906-1975), quien vivió en primera persona la experiencia del desarraigo a partir de su huida de la Alemania Nazi en el año 1933.

Desde la perspectiva de esta pensadora judeo-alemana, la experiencia del exilio puede ser entendida a través de la visión de «paria», lo cual hace referencia a aquellos individuos que son considerados por la sociedad como ajenos a la comunidad, como excluidos y destituidos de la condición de ciudadanos. En este sentido, Arendt destaca que el exilio, más allá de ser una experiencia de privación material, es fundamentalmente una experiencia de desposesión política y social.

Esta visión de la pensadora puede ser aplicada a la situación de los venezolanos que han emigrado de su país. La mayoría de ellos ha experimentado una serie de dificultades no sólo para establecerse en los lugares de destino; sino para lidiar con la discriminación y estigmatización social, y en muchos casos enfrentándose a barreras legales y administrativas que limitan más su integración. Muchos venezolanos han perdido su estatus social y cultural en el exilio, y ven comprometida su capacidad para participar activamente en la sociedad de destino.

Por otro lado, las estadísticas muestran que la migración venezolana ha afectado particularmente a los países vecinos; especialmente en Colombia, Chile, Ecuador y Perú. En estos países, los venezolanos han llegado a formar una comunidad significativa; pero también siguen enfrentando una serie de barreras y desafíos en su integración. Y es que siendo «paria» los migrantes venezolanos son objeto de xenofobia y discriminación; además de soslayar retos en torno a su acceso a sistemas de salud y educación.

En este orden de ideas el «paria» venezolano, a pesar de formar parte de una comunidad de exiliados, no se asiste de la comunidad política de su gobierno, de su país, y esos casos excepcionales sólo compatibles con experiencia totalitarias muestran el gran deterioro del sistema político venezolano que convierte en “marginados” a millones de ciudadanos que sólo quieren pertenecer a su comunidad de origen, pero que son forzados a emigrar.

Es importante entender que el telón de análisis de la obra de Hannah Arendt es la pregunta por el ciudadano y el resguardo de sus condiciones políticas esenciales, de manera que el exilio forzado debe comprenderse como una negación de derechos fundamentales de los hombres. Por lo tanto, no basta con invocar los “derechos humanos” para recuperarlos, es importante tomar medidas concretas para promover una solución pacífica de la situación venezolana. Ahora bien, ¿qué hacer mientras tanto?

Desde el punto de vista educativo debe hacerse hincapié en la formación ciudadana para evitar la exclusión y marginación de las sociedades que experimentan purgas y que deben desplazarse a otros países en busca de refugio o mejores condiciones de vida. Exaltar y practicar enérgicamente La Declaración Universal de Derechos Humanos (DUDH) es prioritaria; sobre todo considerando que la DUDH de 1948 se concibe en espíritu como un mecanismo de protección a la dignidad de la persona humana, en la que la garantía de sus derechos y libertades son de carácter progresivo y universal. De allí que sea especialmente necesario reivindicar y formar en valores ciudadanos enfatizando, como diría la propia Hannah Arendt, «el derecho a tener derecho» comprendiendo en su justa dimensión su Artículo I: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

De modo que la reciprocidad de las naciones y entre los miembros de “la familia humana” es inobjetable; por lo cual el respeto al otro, pensado como ciudadano, inicia con la formación de valores esenciales como la fraternidad que es dada como valor supremo de los hombres en comunidad. Por ello, el actuar como ciudadanos del mundo es clave; también pensarnos como habitantes del mundo compartido y común en el cual, citando a Hannah Arendt [1973], “no es el Hombre en mayúscula, sino la totalidad de los hombres los que habitan el planeta. La pluralidad es ley de la tierra”. (p.78)

Nos toca pensar si las fronteras de hostilidad que se han fijado son más el producto de nuestra huida de nosotros mismos; quizás nos falta vernos simplemente como humanos. Posiblemente eso baste para hacer más hospitalaria nuestra estadía en este mundo compartido que se hace frágil por la ruptura con nuestra mundanidad.

*Licenciada en Sociología