La vida del venezolano transcurre como la rutina de un preso. Usted se levanta todos los días pensando que está condenado a vivir confinado, puede que tenga a su disposición los recursos mínimos necesarios para sobrellevar el encarcelamiento, o puede que tenga que esperar a que le abran la celda para salir y luchar por ellos, aun a expensas de la vida misma. Sea una situación o la otra, usted se encuentra en permanente estado de lucha, defensa, ansiedad, miedo e impotencia.
Adicionalmente a esto, usted debe soportar esa sensación de vigilancia, de acecho por parte de la «autoridad», que se torna más violenta, abusiva y corrupta que los criminales de verdad. Así es el socialismo del siglo XXI, un mecanismo fallido pero con poder para encarcelarnos.
Cuando falla la electricidad o cualquier otro servicio, uno cuestiona las posibilidades que tiene el ciudadano común para librarse de los barrotes de la ignorancia política y la desafección, si tanto el defensor (representantes políticos) como el acusador (régimen) pareciera -en oportunidades- que cooperan entre sí, para mantenerlo encarcelado.
La celda más grande del mundo se llama Venezuela. Tanto usted como yo vivimos con la esperanza de tener una audiencia en la cual se otorgue nuestra libertad, pero está sucediendo que el defensor se aleja cada día más del acusado, mientras el acusador hace de las suyas manipulando y controlando el sistema obstruyendo una salida oportuna y justa.
De infortunio en infortunio hemos visto durante los últimos 20 años, cómo se condena el bien y se libera el mal. Quizás, peor que eso, sea la indolencia que se observa en los defensores, en su desacertada actuación en los momentos más críticos; quizás usted ya percibe que en un sistema viciado, para ellos es más fácil y productivo actuar como lo hace el acusador.
Desde Unidad Visión Venezuela estamos decididos a encender la luz en la celda. Semana a semana comunicamos con la mayor franqueza posible nuestra percepción de la realidad, aunque sea impopular y varias veces censurada por la hegemonía mediática de ambos sectores.
Es una verdad, por ejemplo, que en medio de los apagones nos enteramos de las matanzas en cárceles y comunidades, de una misión suicida para otro supuesto magnicidio, de una firma comprometedora de un contrato mercenario, del ajusticiamiento de los autores, de la renuncia del asesor del presidente de “Narniazuela”, de la ampliación del confinamiento, del calvario de los migrantes que retornan a causa del covid-19, la salida de Directv, el negocio pandémico iraní importando gasolina hacia Venezuela, y por supuesto, la derrota de Donald Trump en el mar Caribe, gracias a los ejercicios militares del régimen.
Sin embargo, a pesar de tamaño despliegue de propaganda y entretenimiento bélico, usted y yo seguimos padeciendo hasta la médula el alto costo de los alimentos y medicinas, así como la escasez de agua, electricidad, gas, gasolina, Internet y hasta de entretenimiento.
En medio de tantos golpes podría uno aprender a justificar su desdicha, pero al venezolano promedio le viene bien el disfrute de lo cómodo, bueno y bonito. Por tal motivo, sin ánimo de multiplicar nuestras penas, nos inmolamos ante el régimen, y cuando fuimos a encender la luz, no había electricidad; cuando tuvimos sed, no había agua; llegó la hora de comer y no alcanzó para los alimentos; quisimos cocinar y no había gas y salimos a buscar la bombona, pero no había gasolina. Cuando despertamos de la pesadilla, lo hicimos en una cárcel, confinados por una pandemia y sentenciados a no trabajar.
Ni hablar de la desdicha de nuestros hijos y abuelos, eso merece un artículo aparte. Así, sucede lo que debe acontecer en una situación extrema: uno reúne fuerzas de donde no las tiene y comienza a limar los barrotes uno a uno para poder salir de celda y encontrar la luz.
La fuerza es la conciencia, la determinación y el valor necesario para buscar las soluciones a los problemas, sobre todo a los mediáticos, que en su mayoría son los que nos confinan en la celda mental. Por ello:
- Primero, le invitamos a que sea rigurosamente crítico de la «información» que se publica en los medios y redes sociales, no repita como loro, o apruebe como un autómata los comentarios vulgares y malsanos. Por muy ardientes que estos sean, siempre sustraen la objetividad.
- Segundo, elija tener más pan en su mesa y menos circo en su móvil, radio o TV. Cuide y racione los recursos que aún tiene para alimentar a su familia, y a su vez, enseñe a los más jóvenes a agradecer y valorar el sustento, por más precario que este sea. Como usted ya lo ha advertido, cada día es más difícil que el anterior.
- Tercero, cuando tenga acceso a los servicios públicos, úselos en cosas productivas y duraderas. Supervise que sus hijos le den prioridad a los deberes y luego al entretenimiento por muy duro que esto sea en medio de tanta mengua.
- Cuarto, forje el carácter para afrontar las vicisitudes, no deje de imaginar un futuro más favorable, aproveche el tiempo para inculcar el valor del emprendimiento familiar y mejorar su situación actual.
- Quinto, comparta sin mezquindad información útil entre familiares, amigos y vecinos, esto fortalecerá los lazos sociales, que son tan importantes para salir de la crisis, como los lazos familiares.
Debemos entender que vivir en austeridad no debe ser interpretado como la peor desgracia, por el contrario, esta situación está ayudando a la sociedad y al individuo a valorar los recursos, a forjar el carácter, a ser más objetivos, ahorrativos, organizados, exigentes y muy cuidadosos.
Amigo o amiga que me lee semanalmente, le invito a encender la luz en la celda por lo menos una vez al día, manteniendo un pensamiento positivo, alejando la crítica, el pensamiento cínico, soez y violento. En lugar de ello, fomente el entendimiento, la comprensión de la situación que nos toca vivir. Derrumbe los barrotes mentales impuestos durante años por la propaganda del odio. Use su tiempo buscando soluciones para mejorar su entorno, consulte con personas afines sus problemas y posibles soluciones. Con las debidas precauciones por la cuarentena, no se aísle de su comunidad y tienda una mano a quien la necesite, que con seguridad y confianza el bien retornará a nuestro país. Para ello debemos prepararnos y educarnos a nivel individual y colectivo.
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