En Luz de Agosto, la novela de Faulkner de Amanece que no es poco, la protagonista se baja de la carreta justo antes de llegar a la plaza de la ciudad. Como vienen del campo, de caminos sin asfalto, la familia cree que lo hace para disfrutar del empedrado. Pero lo que ella quiere es simular que es de allí, de la urbe, no que viene del pueblo. La escena de postureo me volvía a la mente conforme iba avanzando en el libro, porque cuanto más conoces a Lena y más tiempo pasas con ella, más te das cuenta de que no le importa lo que piensa la gente.
Pero Faulkner, guionista y mano que mece la trama, al contarnos ese pequeño detalle, como el resto de sus tristezas, lo que hace es victimizarla y así nosotros nos compadecemos de ella. Más, incluso, que ella misma.
Me acuerdo de Lena y su bajada del carro mientras un colega me hace un análisis político de la campaña de Pedro Sánchez. Me explica que lo hizo muy bien yendo tanto a la tele para llegar al público general así como a algunos «podcast» para acercarse a la gente joven. Asegura que le fue de cine perder el «cara a cara» y me deja noqueada cuando me plantea que pudo hacerlo a propósito. ¿Dejarse vapulear? La idea no es descabellada, aunque lo parezca, porque activa unos amplísimos resortes de empatía. No es lo mismo un votante que está enfadado contigo, con tu gobierno, con tus pactos, tus indultos y el «sí es sí» que un votante al que le das pena. Porque además, te acaba de castigar en las elecciones de mayo. Ya te ha dado tu merecido. Cuando te ve como un «loser» ante un flamante ganador, le rebrota el cariño. Queremos a los perdedores, los cuidamos, los perdonamos. Es humano. Explicaría además una campaña tan centrada en él, su insistencia en meterse en temas que parecían perjudicarle…
Pero además, al permitir que el otro gane de una forma tan abrumadora le estamos invitando a que se relaje. ¿No habría planteado el final de la campaña de otro modo Génova de no haber salido tan victorioso Núñez Feijóo de Antena 3? Cada nueva pregunta y su respuesta nos lleva, de nuevo, a la teoría del simulacro. Si Pedro Sánchez planificó dejarse ganar esa noche era fundamental que no se notara. ¿Cómo lograrlo? Haciéndole desaparecer varios días alegando que necesitaba mucho tiempo para poner toda la carne en el asador. Alejando así cualquier sospecha de otra estrategia. Un ligero engaño en la trama digno del mejor guionista.
Y ahora sólo veo a Sánchez como un personaje de Faulkner que se sube y se baja del carro cuando le interesa, para parecer una cosa u otra, no por lo que piense la gente, sino por lo que a él le interesa en ese momento. Es el nuevo ir de farol, incluso de farol perdedor. Total, la política en España se ha convertido en un juego de cartas –de intercambio de cartas– en el que parece… siempre gana Sánchez.
Artículo publicado en el diario ABC de España
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