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Una latente fuerza para la emancipación de Venezuela está ahí, pero…

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Misión de Observación Electoral de la UE

La farsa electorera del pasado 21 de noviembre no deparó sorpresas en lo que al fraudulento accionar de los opresores de la nación respecta, como se vio obligada a confirmarlo la propia misión de observación de la Unión Europea en un informe que llueve sobre mojado en la enumeración de algunos de los muchos delitos de la edición 2021 del manual para tiranos que el grueso de la ciudadanía venezolana conoce muy bien, producto de su largo padecimiento en cuanto frecuente blanco de aquellos en medio de las burlas de los criminales y sus colaboradores, y aunque en el marco de tal relación de desviaciones evitaron los euroveedores responsabilizar de manera directa y contundente al írrito ente «arbitral» designado por la ilegal asamblea chavista de las acciones y omisiones con las que contribuyeron a su perpetración, el vergonzoso proceder de sus miembros antes, durante y después de ese sainete, incluso en este mismo instante, echa por tierra los ya de por sí precarios argumentos con los que se ha tratado de concretar la enésima venta de la seudosolución «electoral» que en fases del totalitarismo como esta, en la que tiempo ha que se adentró la dictadura criolla, solo constituye una de las fuentes de oxígeno de la constrictora bestia que nació para esclavizar.

No obstante, el empeño de un peculiar y minoritario segmento de la oposición en participar en semejante puesta en escena del chavismo sí ayudó, pese a ellos, a poner de manifiesto el sustantivo pero inadvertido cambio que ha tenido lugar en el seno del otro sector de aquella, el mayoritario, a cuya añeja aversión a la tiranía se suma ahora la que siente hacia una politiquería que, si bien no es nueva, puesto que sus raíces se encuentran en el rincón más oscuro de la idiosincracia venezolana, se ha transformado en el espejo de los peores aspectos de la actual cultura global del chantaje y del cinismo en cuyo contexto el común denominador es la actuación en favor de algún mezquino interés y no de la conquista o expansión de las libertades fundamentales, y, por tanto, del auténtico desarrollo.

Además de ser ahora más consciente de las solapadas maniobras —psicología inversa incluida— con las que sus opresores intentan mover hilos tras las brumas de la agitación provocada por una violencia como pocas, esa mayoría expresó de elocuente modo con el silencio y con la abstención su decisión de no seguir respaldando el «es lo que hay» y el «peor es nada» que, lejos de modificar para bien su penosa realidad, se han revelado como piezas de otro conglomerado de intereses distintos a los de la nación, y la mejor evidencia de esto es el conjunto de las actitudes que con el mayor desparpajo han exhibido quienes frente a ella deberían más bien estar entregados con ardor a la tarea de cosechar respaldos para un nuevo, decente y efectivo liderazgo opositor como acto ulterior a un público mea culpa y a la renuncia a posiciones de «dirección» que no ocurrieron ni ocurrirán, por lo que deja entrever su lamentable conducta, sobre todo la soberbia con la que recurren a imposturas para tratar de sostener lo insostenible y con la que prescriben ex cátedra cursos de acción a la medida de su conveniencia, no de lo más beneficioso para el país.

Ese despliegue de meridiana claridad ciudadana es, sin duda, lo verdaderamente relevante en este punto de la historia de desaciertos, desmedidas ambiciones y envilecimientos de los últimos 23 años, máxime porque también quedó demostrado que ya no es tal mayoría aquella masa huérfana y desesperada por encontrar algún destello de luz en las palabras de figuras públicas de diversos ámbitos, sino una en la que convergen criterios propios muy afines entre sí y en la que existe asimismo la capacidad de separar el aprecio por determinados personajes de los océanos de puntos de vista y recomendaciones que estos, quizá extraviados en su faceta de influencers, llegan a tomar por inconcusas verdades, con lo cual se patentiza una vez más que la influencia nada tiene que ver con ciertos elementos cuantitativos de la «digitalidad».

Sea lo que fuere, el principal ingrediente de la «receta» para la emancipación, que no es una lista de predeterminados pasos en virtud de que cada lucha por la libertad posee características únicas, está ahí, en ese altísimo porcentaje de la ciudadanía venezolana, y ello, por quienes no deseamos acabar en el basurero de la historia al que se están condenando los ruines, los miopes y los que adolecen de aquel generalizado apego a lo instrumental que pasa por fin en esta distópica contemporaneidad, debe ser asumido como una compartida oportunidad de aglutinar lo heterogéneo con el sentido de la conveniencia que, de inequívoca forma, hoy se puede identificar como eje del espíritu emancipador de ese sector al que la depauperación e indefensión allende las vacías promesas de costumbre llevaron a comprender que sin un espacio nacional libre no hay ninguna posibilidad de construcción y mejora en minúsculos «espacios» dentro de él, y que el camino a su recuperación no es el de las «elecciones» a las que unos piden ir con un pañuelo en la nariz, mirando el voto como objetivo, no como medio, y con miras además a la siguiente dentro de un indefinido rosario de distracciones que les permita vivir de la politiquería, de ser «oposición», por no poder mover las piezas que se tienen que mover para que esa mayoría y los que se sumarían, de darse cuenta de la llegada de la tan anhelada hora de la libertad, puedan hacer junto con sus líderes lo que hay que hacer para materializarla como realidad común.

Es una oportunidad y un momento histórico en el que se debe actuar con pragmatismo, no con la ingenuidad del que confunde cooperación con mutuo amor y propósito compartido con homogeneidad de ideas e intereses personales; en el que se debe dejar de aspirar a contar con la guía de inexistentes santos y más bien ayudar a que puedan ayudar los imperfectos venezolanos con las mejores competencias para liderar tanto la lucha emancipadora como el inicio del largo y arduo trabajo en pro del desarrollo; en el que se debe anteponer el interés de todos como nación a esos intereses particulares, pero no para desecharlos, sino entendiéndose que únicamente en un marco democrático, de libertades plenas, todos tendremos la posibilidad de luchar también por nuestros proyectos individuales de vida en Venezuela, incluso dentro de la esfera de la auténtica política —hoy inexistente—. Por consiguiente, es menester que los primeros en contribuir a allanar el camino al aprovechamiento de la latente fuerza que se manifestó el 21 de noviembre por conducto de su negativa a participar y convalidar un fraude seudolegitimador, y que con esto frustró el lavado de rostro preparado por la tiranía y algunos enmascarados colaboracionistas, sean los que perdieron su ascendente sobre la misma sociedad que hace apenas tres años creyó en ellos y les dio el que debería quedar en las páginas de nuestra historia republicana como el último de los innumerables cheques en blanco repartidos en el transcurso de dos centurias.

Es simplemente inaceptable que quienes constituyen en este instante el rostro visible del fracaso se escuden en el apoyo internacional, y principalmente en el de la Oficina Oval, para justificar su permanencia en unas posiciones que no supieron instrumentalizar con verdadera inteligencia, puesto que no son unos venezolanos en particular los destinatarios de tal respaldo, sino el liderazgo que la nación decida impulsar en calidad de representante de sus intereses, lo que puede de hecho hacer dado su carácter soberano —el antiquísimo principio de la soberanía del pueblo que en el presente estado de cosas cobra mayor sentido, importancia y pertinencia que nunca—. Así que lo mejor para la lucha por nuestra libertad es que sin dilaciones apuren el amargo cáliz del rechazo, bajen de su automanufacturado pedestal y se transformen en otro factor impulsor de aquel liderazgo; ello, claro, si quieren salvar lo que les queda de oportunidad de ser parte del futuro estamento político del país, porque que nadie se equivoque, la ciudadanía venezolana tiene el derecho y el deber de barrer todo lo que se erija en óbice al derribo del mayor de los obstáculos a su libertad y bienestar, esto es, el delincuencial régimen chavista.

Luego de evitables y costosísimos retrocesos, toca empezar allí, y hago votos para que se impongan la sensatez y el amor que tantos dicen sentir por Venezuela a fin de que en esta hora rememos juntos hacia un futuro diferente a esta ignominia en la que nos encontramos sumergidos más allá de toda capacidad de aguante. Y la mutua querencia y admiración no es un requisito en esta empresa; solo se necesita pensar en la propia conveniencia para darse cuenta de que más se puede ganar mañana apartando personales ambiciones ahora, por cuanto lo contrario se traducirá de indefectible modo en la prolongación de los días de una bestia creada para fagocitarlo todo tarde o temprano.

@MiguelCardozoM

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