Estoy convencido de que el comunismo murió con la caída del muro de Berlín. ¿Qué entiendo por comunismo? Pues el marxismo implementado a la manera de Stalin, probablemente formulado provisoriamente por Lenin, en una Rusia profundamente atrasada y que no podía ser manejada por sectores populares amplios y crecientes, como suponía el concepto marxista de dictadura del proletariado. De eso pueden quedar algunos residuos, más bien siniestros, en la poderosa China y en la paupérrima Cuba, pero en contextos radicalmente distintos, cada día más diferentes a sus ancestros.
El planeta es capitalista entonces y globalizadamente capitalista. Pero esa homogeneidad, en desarrollo, además, es la que mal comprendieron los que tocaron los clarines del fin de la historia, al menos en cuanto a ideas humanistas, teleológicas. No solo porque el deslumbrante desarrollo tecnológico pudiese crear inéditos e imprevisibles escenarios para lo humano, como rectificó Fukuyama, sino que vivimos en un mundo de una desigualdad espantosa –10% de los más ricos posee 78% de la riqueza y el 50% más pobres posee 2% (Laboratorio mundial de desigualdad, 2021)–. Baste esa cifra para entender que hay, tiene que haber, los más diversos y encontrados tipos de capitalismo. En Estados Unidos, en el imperio mayor, se puede señalar el neoliberalismo delirante de los muchachos de Chicago y el “socialismo” de Bernie Sanders, que quiere luchar contra los ricos con los sindicatos en la calle, y vaya que han crecido sus adeptos. A estas diversas y contradictorias concepciones del capitalismo hay que sumarle su contagio con diversos ropajes étnicos, religiosos, ancestrales, bélicos, etc. para tener un panorama muy variado y candente del planeta, a pesar de la caída del muro y las estatuas rojas. ¿cuántas guerras y guerritas tenemos hoy, después de “nunca más”?.
Pero quiero aterrizar en estas tierras nuestras. Viene una ola de izquierdas nunca vista. Todos los grandes países (Argentina , México, Brasil, Chile), o algo más pequeños (Colombia, Perú, Bolivia). Las tres bárbaras tiranías de Venezuela, Nicaragua y Cuba y la señora de Zelaya y algunas islitas del Caribe que no logro precisar nunca. Todo esto debe aterrorizar a nuestros abundantes neomacartistas. Y reflexionar a nuestra oposición más seria, la que va quedando.
Esta ola revive otra de la primera década del milenio que en general resultó un monumento a la corrupción y un desastre económico, sobre todo cuando cayeron los precios inflados de las materias primas. Baste enarbolar la Venezuela chavista, pérfida como pocas en la historia del continente y la mayor habladora de necedades que se recuerda. Pero esta izquierda si concientiza esos malos días y se dedica a oír realmente el alarido de los que tienen hambre y los hijos se les mueren de mengua, 200 millones (Celac), podría cumplir su eterna promesa de igualdad y libertad, tantas veces errada o trampeada. De esto último sabemos mucho los venezolanos de hoy, cómo se troca una esperanza en un infierno, en una banda sin escrúpulos.