Expertos en materia de acuerdos y tratados coinciden en que, para iniciar una negociación, se requiere diseñar, como primer paso, una metodología sobre la forma en la cual se va a desarrollar. Pues bien, en mi criterio, esa ha sido la primera carencia en todas las negociaciones entre el gobierno madurista y la oposición democrática realizadas hasta el presente y, quizá, la causa principal de todos los fracasos. Una de las principales fallas en la que han incurrido los representantes del oficialismo y de la oposición es que se han sentado a conversar y lo siguen haciendo, sin definir, taxativamente, el papel a desempeñar por la tercera parte involucrada. Por una parte, el oficialismo considera que ella solo debe fungir como un actor de Buenos Oficios, es decir, debe servir, exclusivamente, de vaso comunicante entre las partes negociantes; mientras que la oposición considera que la tercera parte debe fungir como mediador e involucrarse proponiendo alternativas concretas para la solución de la crisis. En el primer caso, los Buenos Oficios, la responsabilidad del fracaso de una negociación corresponde a los actores políticos. En el caso de la Mediación, la responsabilidad del fracaso de la negociación corresponde a la parte que rechaza la propuesta del mediador.
Estoy convencido de que la comunidad internacional, en particular Estados Unidos, Europa, y Canadá, está interesada en otorgarle a Noruega la condición de mediador en una futura mesa de negociación, a fin de que pueda presentar las distintas alternativas de solución de la crisis política venezolana. Concluido ese proceso y conocido su resultado, si este fuera un fracaso, le sería relativamente fácil a las potencias interesadas en una solución de la crisis, determinar la responsabilidad. Obviamente, esa responsabilidad recaería en aquel actor político que rechace las soluciones presentadas por el Mediador, en particular, si una de esas alternativas es aceptada por el otro actor. Si la responsabilidad fuera del gobierno madurista, traerá por consecuencia que las sanciones no se levantarán sino que, por el contrario, se profundizarían, agravando la situación venezolana. En caso de que la responsabilidad fuera de la oposición democrática, los países interesados en una solución de la crisis dejarían de respaldarla por no coincidir su posición con los intereses nacionales de dichas potencias. De allí que sea muy importante definir si la tercera parte involucrada en la negociación se constituirá en Mediador o en Representante de Buenos Oficios.
En caso de aprobarse la mediación como método de negociación, de manera definitiva, los árbitros noruegos posiblemente sugerirán a las dos partes una solución congruente con las establecidas en la Declaración Conjunta de los representantes de los Estados Unidos, la Unión Europea y Canadá el pasado 25 de junio: “Libertad incondicional de todos los presos, detenidos injustificadamente, por motivos políticos; independencia de los partidos políticos; libertad de expresión, incluyendo a la prensa; y el cese de los abusos contra los derechos humanos”. Además, exigirán la celebración de elecciones, de acuerdo con los estándares internacionales para la democracia, comenzando con las elecciones locales y regionales programadas para noviembre de 2021. En contrapartida han ratificado, en ese documento, la revisión de las sanciones. ¿Estaría dispuesto Nicolás Maduro a cumplir estas exigencias? Es posible que sí, aprovechando las inmensas dificultades que tendría la oposición, por razones de tiempo y recursos, pero, sobre todo, por la incapacidad de su liderazgo para lograr su unidad, con candidatos únicos, si decidiera competir en las elecciones de alcaldes y gobernadores. No obstante, la primera respuesta de Maduro ha sido la de exigir a los gobiernos de Estados Unidos y el mundo no inmiscuirse en nuestros asuntos electorales, con lo cual evidencia su negativa a rectificar en este aspecto.
El inmenso reto que tiene la oposición de participar unida en dichas elecciones, si así lo decidiera, exige que, perentoriamente, el liderazgo nacional construya una dirección colectiva que le permita negociar con celeridad la designación o la escogencia de candidatos únicos a través de elecciones primarias, reconociendo el liderazgo regional y local, para que, en caso de que las demandas planteadas en la Declaración Conjunta de los EE.UU., la UE y Canadá sean satisfechas, puedan presentarse, con reales opciones de triunfo, en las elecciones de alcaldes y gobernadores del 21 de noviembre de este año. En este sentido, considero muy pertinente y actual, el contenido de los recientes artículos de la escritora venezolana Soledad Morillo Belloso que tituló, “El retrato I y II”. En el primero, resume, en unas frases, la difícil situación que debe enfrentar el liderazgo político de la oposición. “Henrique, Juan, Leopoldo, María Corina. Que se entienda bien, escribo sus nombres en estricto orden alfabético. Queridos por muchos, repelidos por otros. Necesarios los cuatro. ¿Indispensables? Pues ninguno. Porque nadie es indispensable. Los cuatro con posibilidades de pasar a la historia como constructores (y hasta como héroes), o como cuatro torpes que, por irrelevancia y por no comprender el momento que les tocó afrontar, serán triturados por la historia…”
Soy consciente de la ansiedad que siente la inmensa mayoría de los venezolanos de que se realice una elección presidencial. Por eso, no debemos soslayar el apoyo y los esfuerzos de la comunidad internacional para el logro de ese objetivo, el cual no está referido solo a la solución de nuestra crisis. De hecho, en la citada Declaración Conjunta, expresan su profunda preocupación por “la crisis actual en Venezuela y su impacto regional y global”. También expresa dicha Declaración que la solución debe ser pacífica e incluye elecciones presidenciales. Ese interés y las irrenunciables demandas relacionadas con el respeto a los derechos humanos y la celebración de elecciones conforme a los estándares internacionales, como condición sine qua non para levantar o endurecer las sanciones, según sea la respuesta del madurismo, constituyen un invalorable instrumento de fuerza, el cual debe ser complementado con una robusta unidad nacional para reclamar, por nosotros mismos, el cabal cumplimiento de la Constitución y las leyes de la República. Para ello se requiere, con urgencia, que el liderazgo opositor se ponga a la altura de las circunstancias e interprete el sentimiento existente en la sociedad, de manera que, juntos, podamos satisfacer nuestros anhelos de libertad y democracia. Es imperativo deponer las diferencias, las suspicacias, los egos y las aspiraciones personales, en beneficio de la ansiada y necesaria unidad. Los venezolanos y nuestros aliados no esperamos menos de ustedes.
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