La hegemonía roja ha sumido a Venezuela en una catástrofe política, social, económica y de derechos humanos, sin precedentes ni referentes en la trayectoria contemporánea de nuestra región. Ni siquiera Cuba, creo que tampoco Haití, se encuentran en una situación tan desoladora como la venezolana, si vemos el asunto en perspectiva. Pero la hegemonía roja también ha sumido a una parte de la vocería opositora en una confusión no menos catastrófica. La confusión de seguir defendiendo la «lucha» contra la hegemonía, en términos puramente electorales, como si la dimensión electoral tuviera una opción de viabilidad bajo la bota del despotismo depredador.
Es verdad que no todos los que lucen confundidos lo están. Algunos saben perfectamente cuáles son las consecuencias de lo que dicen y hacen, en el sentido de favorecer al régimen imperante. Poderosas razones explicarán semejante fenómeno, y entre estas, desde luego, no está ningún asomo de valores y principios legítimos. Es lamentable, por ejemplo, que figuras que tuvieron un quehacer reconocido y respetable en la República civil, y también con posterioridad, se encuentren en estas tratativas, al alimón con nombres que pertenecen a dinámicas más recientes. Pero igualmente lamentable es el efecto que pueden producir en no poca gente, de oscurecer el entendimiento y trastocar las cosas de manera muy inconveniente.
No se debe sobrestimar la capacidad persuasiva de estos personajes, pero la masiva propaganda oficialista consigue que esas posiciones se proyecten mucho más allá de una audiencia limitada. Además, los correspondientes «argumentos» sirven de pretexto para que el poder establecido trate de hacer presentable, lo que de suyo no lo es, ni lo podría ser. Una hegemonía despótica y depredadora no puede sino combatirse con todas las armas del derecho y la justicia. Y cuando ello se proclama, entonces a los que así pensamos nos tachan de extremistas, dogmáticos, sectarios y así por el estilo.
Lo cual es un absurdo, una especie de mundo al revés, porque en esencia estamos abogando por la aplicación de medios constitucionales que, no por casualidad, son desechados sin más, por considerarlos ilusos y políticamente no factibles. No, lo que no es factible y también iluso es pretender que la hegemonía mantiene márgenes de auténtica expresión democrática, como la realización de elecciones o referendos libres y limpios. Creer en eso, o hacerlo parecer, o es una ingenuidad patética o una mala fe de la peor índole.
Los capitostes del poder se deben reír a carcajadas. Tanto porque algunos de sus supuestos oponentes quieren ser «más papistas que el Papa», para utilizar una expresión que se entiende, a la hora de compartir el guion comicial del oficialismo, y que tanta punta le ha sacado; como porque otros se suben en esa plataforma opinática y estratégica de la hegemonía, y no se quieren bajar… Ya sabrán el porqué…
Todo esto viene a cuento porque las «voces prudentes», como diría un apreciado amigo, ya comienzan a plantear el tema electoral como la ruta indispensable para «cambiar» la realidad venezolana del presente. Es todo lo contrario. La salida electoral es indispensable para darle plena legitimidad a la nueva etapa nacional, que solo podrá abrirse cuando la hegemonía sea superada. Maduro y los suyos no merecen el beneficio de la duda. Merecen la necesidad de una condena. Lo que han hecho y están haciendo para destruir a Venezuela así lo confirma.