Diversas investigaciones confirman que miles de bachilleres venezolanos tienen grandes debilidades en la comprensión y producción de textos. Ello explica que muchos llegan a la universidad desprovistos de estas competencias básicas para desenvolverse en el aula magna, en su carrera profesional y en la vida.
Se trata de un problema de vieja data, que también es palpable en otros países de América Latina. El detalle está en que se ha agravado en los últimos años, debido a la convergencia de diversos factores.
El primero de estos factores es la creciente deserción escolar, tendencia impulsada por las necesidades económicas de amplios sectores de la población. Cuando hay que trabajar para sobrevivir, estudiar es un lujo que muy pocos pueden darse.
Otro factor a tomar en cuenta es que los jóvenes no realizan prácticas de redacción en sus clases. Si no practican la escritura es casi imposible que desarrollen esta competencia.
En materia de lectura, la situación tampoco es muy alentadora: si no leen, no pueden cultivar esta habilidad, ampliar el vocabulario, ni pueden acostumbrarse a procesar conceptos e ideas a partir del encuentro con la palabra.
En los años ochenta del siglo pasado, el poeta Rafael Cadenas dejó una reflexión importante sobre este tema, en su libro En torno al lenguaje (1984). En esta obra, la cual tuvo un impacto sonoro en la opinión pública, el poeta expuso que el venezolano conocía muy poco su propia lengua, no tenía “conciencia del instrumento que utiliza para expresarse”, y mostraba “una pobreza alarmante” en este terreno.
Al referirse al ciudadano en general, el escritor advertía: “El desconocimiento de su lengua lo limita como ser humano en todo sentido. Lo traba; le impide pensar, dado que sin lenguaje esta función se torna imposible…lo convierte en presa de embaucadores, pues lo torna inerme ante ellos y no lo deja detectar la mentira en el lenguaje”.
Uno de los errores del sistema educativo, según Cadenas, es que en Castellano se había hecho énfasis en el estudio de la gramática, pero se había descuidado la apreciación de la lengua como creación estética y herramienta útil para la comprensión del mundo.
Cuarenta años después, las innovaciones tecnológicas han añadido más dolores de cabeza. Los estudiantes no se sienten atraídos por el libro impreso, ni por las lecturas largas, densas; prefieren textos digitales cortos, sencillos, que puedan copiarse y trasladarse a los trabajos escritos (plagio). Ahora saludan con beneplácito que la Inteligencia Artificial (IA) redacte sus informes y ensayos. Para muchos de ellos, hay que decirlo, leer y escribir es casi perder el tiempo.
Los resultados están a la vista: lo que no se usa se atrofia.
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