Tres palabras se entrelazan en mi mente debido a los acontecimientos y revelaciones no deseadas de una semana como la de muchos. Indestructible, incontaminada e inmarcesible imaginarlas como una trenza, mantiene mis pensamientos en orden para hilar el entrecruzamiento de las mismas, a favor de propósitos de cognición. Aquello que es indestructible está construido de materiales resistentes que no se corroen con el paso del tiempo y los cambios ambientales, tiene cierta dureza para soportar fricción o golpes fortuitos y permanecer. Lo incontaminado se ha preservado aislado de focos de contaminación, escondido de prácticas maliciosas y lejos de manos corruptas. Así mismo, lo inmarcesible es colorido, no permite influencias decadentes que degeneren su florecimiento, no se sujeta al paso de las temporadas ni las condiciones del medio, y exhibe con gracia lo mejor que tiene.
Cavilar en estas tres palabras que describen el tipo de herencia que procede de una fe acrisolada espabila mis sentidos. Mentiría si comento que esto genera deseos de acrisolamiento, porque difícilmente llegamos a ese nivel, el cual bajo la corrupción placentera luciría masoquista. Sin embargo, promueve una paz frente a situaciones de presión, desgaste y exceso de millas extras. Permite que mi mente se mantenga en calma, mientras el corazón se calibra para gestar el avance oportuno, una consecuencia innegociable en las partidas de la vida. Después de todo, el estancamiento no está diseñado para nada ni nadie que albergue hálito de vida, o contenga algún tipo de expresión de la misma.
La fuente de esta inspiración plantea que el producto de una fe acrisolada es una herencia indestructible, incontaminada e inmarcesible. ¡Qué inigualable honor alcanzar tal riqueza!, en un planeta sometido a finitud, es difícil de imaginar. Dicha heredad ha de ser fuera de serie, de carácter acumulativo durante la vida, será recibida en la dimensión de lo inmaterial, proclive a generar asombro y la sensación de ser inmerecida. Qué institución bancaria estaría en capacidad facultativa de cuidar o incrementar tales bienes, a quién se podría consultar para manejo e inversión de dichos recursos sino a quien los endosó.
Respeto y admiración para los que alcanzaron llegar al final de sus días con una fe fuerte, después de usar cabestro como parte del freno oportuno para sus bríos, atesoraron un amor genuino en el corazón y no durmieron bajo las mantas de corrientes temporales, que apagan la fe, disfrazándola de carteleras repletas de etiquetas como dogmas o fanatismos. Los tales, a pesar de sus luchas, caídas y raspones, sometieron el frenesí a la razón santificada de una vida loable, no ante ojos corruptos y contaminados senescentes, sino ante la plétora exquisitez de lo divino que solo se percibe con ojos descontaminados y sometidos al Sublime.
Lejos de poder evaluar el estatus de la fe de alguien o siquiera la propia, me atrevo solo a desplegar un ápice de confianza como manto de resguardo ante las brasas del horno de la vida. Mi corazón late con fuerza, imaginando aquel que comanda la guerra y guarece la herencia que ha sido asignada, mientras se prueba la fe como indicador de la dignidad que habilita para recibir.
@alelinssey20