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Una familia venezolana 

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Como toda familia venezolana, parte de ella sigue aquí y otra emigró, las causas generales son conocidas y las personales son diversas y privadas. El hecho es que nos hemos convertido en una familia globalizada. Internet nos permite estar en comunicación permanente, se alivia la distancia, cada tanto tiempo compartimos aquí, en Maracaibo, y en el lugar de residencia de cada uno con sus respectivas familias.

Al final, lo que importa es que estén bien. En este 2023 he sido afortunado porque han podido venir a Maracaibo casi todos. El reencuentro con la ciudad y el país es una experiencia interesante. Cada uno viene con su perspectiva particular de estos tiempos difíciles. Todos comparten el profundo arraigo a nuestra tierra y lo han transmitido a hijas e hijos. Me encantan mis 16 nietas y nietos, algunas nacidas en otro país, con su orgullo identitario venezolano. En la foto, mi hijo Diego, su esposa Laura, ambos egresados de LUZ y sus dos hijos, Santiago y Matías, que recientemente nos visitaron.

El avión es todo un símbolo, todos o casi todos hemos terminado en «tránsito» a alguna parte. Antes éramos turistas, ahora somos o podemos llegar a ser emigrantes.

Un cambio cultural total. Casi 8 millones en diáspora es mucha gente, 25% de nuestra población. Ni en la guerra de independencia, ni en la Guerra Federal ni en nuestras endémicas guerras civiles del siglo 19 el país había sufrido un impacto tan dramático de tipo demográfico y social.

Hoy, el venezolano, siendo el mismo, es otro. El país es otro y el mundo también. No es queja, sino constatación de una innegable realidad compleja y dinámica.

El drama es que el país sigue mal gobernado y desarreglado, con una sociedad confundida y de debilitada esperanza, una economía perversamente destruida, una solución política democrática que está tardando demasiado en llegar y una juventud que se ve obligada a ver el futuro en otra parte. Nos hemos convertido en un país de «adioses», con toda su carga de dolor, de ausencias y seguras nostalgias y melancolías, y la inevitable cuota de soledad del que se queda y del que parte. No uso el adiós para despedirme, sino el voluntarioso hasta luego.

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