A primera vista parece una de esas preguntas con obvias respuestas. ¿Cuál elección es más democrática en la comunidad: aquella donde participan 358 de sus miembros u otra donde votan más de 100.000?
Depende. En democracia no hay respuestas sencillas. Sobre todo cuando hablamos de la democracia representativa. Las cifras absolutas nos dicen poco. Necesitamos, pues, algo de perspectiva.
No me estoy refiriendo a una elección en abstracto, sino a la elección que en estos días ocupa la atención de los británicos: la selección del líder del partido conservador que, en efecto, designará también al próximo jefe de Gobierno del país, en reemplazo del actual primer ministro, Boris Johnson, forzado a renunciar hace algunas semanas.
Y no se trata de cualquier elección, en cualquier lugar del mundo. Como una de las cunas de la democracia moderna, el sistema político de Gran Bretaña siempre ha despertado interés general, más allá de los confines de sus islas. Sus condiciones, claro, son bastante peculiares. Pero ello no excluye identificar lecciones de sus experiencias en algunos campos donde las democracias se cruzan notas, como en la democratización interna de los partidos, tendencia de moda en las últimas décadas.
Otra advertencia: lo sucedido aquí solo se entiende como un problema de los sistemas parlamentarios. ¿Cómo reemplazar al primer ministro cuando este renuncia a medio camino de su mandato?
Una respuesta, quizás la ideal, sería convocar elecciones generales. Pero en un parlamentarismo ideal la figura central no es tanto el primer ministro como el partido político con las mayorías para formar gobierno, en representación del electorado ciudadano. Así que, en teoría, no parece chocar que los reemplazos de los primeros ministros los haga el partido dominante en el Parlamento.
Dos décadas atrás, la selección del líder de los conservadores estaba en manos exclusivas de los parlamentarios del partido –hoy 358–. Desde entonces se introdujeron reformas para involucrar a los miembros del partido –cuya cifra oficial, hoy, se desconoce; la prensa cita entre 100.000 y 180.000–.
El proceso de selección es complicado –“darwinista” fue el títular del Washington Post al intentar explicarlo a sus lectores–. Primero, los 358 parlamentarios del partido van descabezando a los postulantes hasta reducir el menú de candidatos a dos, cuyos nombres se someten después al juicio de los 100.000 o más miembros del partido. Los parlamentarios conservadores ya hicieron su tarea al seleccionar a Rishi Sunak y Liz Truss. Ahora le corresponde el voto a la base conservadora, a quienes Sunak y Truss buscan convencer en una campaña electoral que se extenderá hasta el 5 de septiembre –un período al parecer más largo de lo ordinario–.
Sin embargo, estas no son elecciones ordinarias. El espectáculo es también extraordinario. Pues a ratos parece que el país se encuentra en elecciones generales –los debates televisivos y los titulares de prensa dan a veces esa impresión–. Pero los mensajes de los candidatos no van dirigidos a los ciudadanos generales, ni siquiera al electorado conservador, sino a los miembros del partido. Estos, según el profesor Tim Bale, no son representativos de las bases conservadoras –ni en edad, ni en género, ni en educación ni en ingreso–. Tampoco en ideas (Financial Times, 21/7/2022).
El próximo primer ministro británico será así elegido por un 0,3 por ciento del electorado del país. “Peligroso déficit” lo llamó The Guardian (21/7/2022).
Paradójicamente, desde la misma lógica del parlamentarismo, esta es una elección donde la votación de 358 personas sería más democrática que la de 100.000.
Artículo publicado en el diario El Tiempo de Bogotá