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Una época difícil

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Leyendo lo que pensaron algunos filósofos que vivieron tiempos de muchas dificultades, se aprecia cómo identificaron lo que había que salvar. Pareciera que la presión del cerco hubiese puesto de relieve el valor de la persona humana. En un esfuerzo por no dejarse aplastar por las diversas tensiones, procuraron conciliar lo conciliable. Salvar lo salvable, comprendiendo qué quedaba en evidencia de la condición humana en todo lo que vivían y veían en otros.

Tras la caída de los imperios, en un mundo inestable, en guerra, en el que pululaban los movimientos obreros, el socialismo, el anarquismo, el fascismo y el nazismo, las ideas también reinaban un tanto desorganizadamente en la mente de muchos. Algunos lograron centrarse en su intimidad y descubrieron allí dentro que eran libres de abordar la realidad con un significado distinto, más profundo y espiritual. En las circunstancias más difíciles, el ser humano se resiste a dejar de pensar: porque tiene que comprender para poder darle un sentido a lo que vive.

A veces uno querría que las transiciones fuesen como un puente de piedra que todos vamos a cruzar para llegar a esa otra orilla que nos está esperando y la vida, la verdad, es bastante asistemática. Hay una dimensión subjetiva en los hombres que hace que no seamos tan rígidos como la piedra. Hay mucho de consciente y de inconsciente en todos. Por eso pretender que todo cambie de un modo mágico no es muy real. Mejor es comprender lo que sucede, para evitar algunos pasos en falso.

Muchos de estos pensadores a los que me refiero (Edith Stein, Karol Wojtyla, E. Mounier, G. Marcel, entre tantos otros) trataron de clarificar un poco ese panorama tan oscuro. Pero para conciliar ideas tuvieron antes que conciliar mucho en sus respectivas intimidades, porque además de entender con la mente, mucho de lo que sucede se termina de integrar desde el corazón. El entorno en el que vivieron no cambió inmediatamente. Edith Stein, por ejemplo, no vivió para ver propiamente un cambio externo, pero por dentro, su amor le dio sentido a todo. Fue en lo concreto que vivían, desde lo que íntimamente les inquietaba, como descubrieron el significado de sus vidas.

De los totalitarismos no hay mucho que salvar. Lo que sí puede hacerse es tratar de comprender qué revelan del hombre y por qué algunos pueblos se rinden a sus líderes. En medio de esas realidades  también queda en evidencia que, al sufrir la opresión de un sistema cerrado, el espíritu manifiesta que existe: la interioridad exige atención.

Desde la desestructura, estos pensadores descubrieron que el mundo adquiere sentido cuando el hombre se adentra en su intimidad para conciliar lo que allí tiene que integrar; para centrarse en su necesidad más profunda y trascender situaciones difíciles de entender con la lógica a la que estamos acostumbrados. Es gracias a estos momentos adversos, que se desajustan de la normalidad, cuando la vida nos interpela con más fuerza para que la comprendamos mejor.

De esa integración interior nació en ellos una fuerza diversa a la de los líderes autoritarios; una que no era física y que tal vez parecía no cambiar de modo inmediato y externo lo que ocurría, pero que en el fondo lo hacía de un modo oculto, más incisivo y perdurable en el tiempo.

Conciliar en uno mismo las propias tensiones interiores dispone mejor a ayudar a que otros lo logren y así, poco a poco, aunque parezca lento, se integra un país.

 

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