El gobierno se siente seguro. Tienen iraníes, turcos, rusos, cubanos, que están procurando beneficiarse de la tragedia de los venezolanos. Lo irónico es que el petróleo que dejamos de suministrar a nuestro histórico socio comercial Estados Unidos, ahora se lo suministra Rusia.
En estos 200 años de la conmemoración de la Batalla de Carabobo, el gobierno se comporta como si presidiera Suiza y no la depauperada Venezuela. Una suerte de isla arrasada, donde sus pobladores reciben de sus gobernantes galones de pintura, mientras padecen la pandemia más horrorosa de la humanidad: hambre.
Cuando un país y en consecuencia sus ciudadanos se acercan inevitablemente a una tragedia, hay solo dos caminos: se puede evadir la realidad, actuar hoy como si no hubiera mañana, siguiendo las pasiones, negándose como el niño en la oscuridad a mirar el fantasma, deseando que nadie diga la verdad que ya conoce, pero esperando contra toda lógica que un Mesías, un milagro, la divina providencia le salve; o puede enfrentar la verdad, tomar medidas, rectificar sus errores y evitar su destrucción.
Venezuela está siguiendo el primer curso.
Como en Los ropajes del nuevo emperador, déjenme decirles como ese niño con los ojos saltones, señalando lo evidente ante el disimulo de adulantes: amigos, el rey está en pelotas.
Está desnudo.
El joven Diego Arria hizo en 1978 una advertencia que se cumplió, el siglo XX nos encontró sin libertad. Habíamos dilapidado los recursos y dejado pasar las oportunidades.
Todos lo sabemos, en nuestra nación, hay un proceso de descomposición. No ha dejado hueso sano.
Descomposición política, económica y social de una sabana y profundidad inenarrables en más de un siglo.
Cualquier marciano mirando este país desde el cerro Ávila de Caracas, no podría dar crédito al paisaje. Un país con los enormes recursos de Venezuela es casi un pesebre de Belén, rodeado de casuchas y fabricaciones que intentan ser refugios de seres humanos que quieren vivir, de la única forma que el hombre puede vivir: con dignidad.
El país no va mal, el país está mal.
Algunos de los síntomas de la generalizada descomposición, son la explosión de la violencia criminal, el caos de la economía, la despolitización de la política, la corrupción oficial y paraoficial rampante y descarada.
Todo lo que tenemos que hacer es descubrir cuáles han sido nuestras fallas como ciudadanos para crear el país que tenemos.
Si usted está en una celebración en casa de unos amigos, mira al cielo y ve a un meteorito aproximándose al lugar, lo mínimo que puede hacer, es decir: «Corran, corran por sus vidas».
Jamás defendería el meteorito. Intentaría salvar las vidas de sus amigos.
Lo que está en juego es una catástrofe nacional, la viabilidad de nuestra nación. Nada menos. Y este meteorito es el estatismo que ha crecido de manera tan acelerada que casi no hay espacio para la libertad.
Así nos consigue esta celebración desastrosa de los 200 años de la batalla de Carabobo.