En el año 1963 con Residencia en la tierra, el capitán se encerró con sus verbos y su esposa Matilde, en un plan de defensa doméstica, colgando un candado grande en el viejo portón de la Isla Negra, y se atrincheraron con alimentos, vino tinto y novelas policiales de Simenón. Todo esto cuidándose de los periodistas que rodeaban su casa como tigres, pues ese año sonó seriamente el nombre de Pablo Neruda en Estocolmo como el más probable vencedor entre los candidatos al Premio Nobel.
Luego de varios días de enclaustramiento por fin la radio anunció que un poeta griego había obtenido el premio. De inmediato los periodistas emigraron como pájaros heridos y finalmente Pablo Neruda y su esposa se quedaron tranquilos y, con gran solemnidad, quitaron el gran candado del viejo portón, para que todo el mundo siguiera entrando a su casa sin llamar, sin anunciarse.
A pesar de que alguna vez Pablo Neruda dijo que no le interesaba ganar el Premio Nobel. pienso que mintió, porque la verdad es que todo escritor quiere alcanzar alguna vez el famoso premio, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan. En Venezuela tenemos el caso de Rómulo Gallegos, quien designó un embajador en Suecia con la meta de obtener el premio para sí. Invitaba a comer a los académicos y publicaban sus obras en español; todo esto parecía excesivo para los susceptibles catedráticos. La inmoderada eficacia del embajador fue, quizás, la causa de que Rómulo Gallegos no recibiera el Premio Nobel que tanto merecía.
El gran poeta Paul Valery, en aquel año en el que su nombre era el más firme para ganar el premio, buscando calmar los nervios, salió muy temprano de su casa de campo, acompañado de su bastón y su perro. Al mediodía volvió a su casa y apenas abrió la puerta le preguntó a su secretaria: «¿Ninguna llamada telefónica?». La secretaria se acomodó los lentes y le dijo: «Sí. Hace minutos lo llamaron de Estocolmo». Paul Valery, sin ocultar su emoción, le replicó de inmediato: ‘¿Qué noticia dieron?’ y la secretaria le dijo un poco apenada: ‘Era una periodista sueca que quería saber su opinión sobre el movimiento emancipador de las mujeres’. Lamentablemente Paul Valery nunca ganó el famoso y deseado premio.
En el 1971 Pablo Neruda estaba en París cumpliendo la tarea como embajador de Chile. Ya para aquel tiempo él y su esposa Matilde estaban acostumbrados a la anual decepción; sus pieles se habían tornado insensible, así que no había ningún tipo de nervios. El 19 y el día 20 de octubre los periodistas llamaban histéricamente desde Buenos Aires, México y España. El día 21 los salones de la embajada se empezaron a llenar de periodistas y operadores de la televisión sueca, alemana, francesa, y de países latinoamericanos.
De repente la radio de París lanzó una noticia de último minuto, anunciando el Premio Nobel 1971 había sido otorgado al poeta chileno. Pablo Neruda de inmediato bajó al difícil trance de torear a los periodistas. Para aquel tiempo estaba recién operado, titubeante al andar, con pocas ganas de moverse. Aquella noche llegaron los amigos para comer con él: Matta, García Márquez, Siqueiros, Miguel Otero Silva, Arturo Camacho Ramírez, Julio Cortázar y Carlos Vasallo.
Los telegramas y las cartas empezaron a llegar y se acumulaban en pequeñas montañas. Entre todas esas le llegó una carta amenazante, que la había escrito un supuesto señor de Holanda, un hombre corpulento de color, según podía observarse en el recorte de periódico que adjuntaba. Decía la carta: «Represento al movimiento anticolonialista de Paramaribo, Guayana Holandesa. He pedido una tarjeta para asistir a la ceremonia para entregarle el Premio Nobel, pero la embajada sueca me ha informado que se requiere un frac. Yo no tengo dinero para comprar un frac y jamás me pondré uno alquilado, puesto sería humillante para un americano libre vestir una ropa de segunda mano. De igual manera me trasladaré a Estocolmo para sostener una entrevista de prensa y denunciar en ella el carácter imperialista y antipopular de esa ceremonia, así se celebre para honrar el más antimperialista y más popular de los poetas universales».
Pablo Neruda leyó la carta y la dejó a un lado. En noviembre, él y su esposa viajaron a Estocolmo, acompañados de viejos amigos. Luego de que las rubias doncellas escandinavas despertaron a Neruda llevándole el desayuno a la cama y como regalo un cuadro hermoso grande que representaba el mar, el personal de recepción del hotel le entrega una carta que estaba firmada por el mismo anticolonialista de Paramaribo, que decía: “Acabo de llegar a Estocolmo. Cómo puede ser posible que el poeta de los humillados y de los oprimidos recibirá el Premio Nobel de frac. He comprado unas tijeras con las que en el momento de recibir el premio cortaré los colgajos del frac y cualquier otro colgajo. Cuando vea un hombre de color que se levanta en el fondo de la sala debe suponer lo que le va a pasar. Pablo Neruda, un poco preocupado, le dio la carta al diplomático representante del protocolo sueco, que lo acompañaba en todos los trajines, diciéndole que había recibido en París una comunicación del mismo loco. El diplomático de inmediato informó a la policía para que estuvieran atentos sobre el caso.
Durante el almuerzo Pablo Neruda comenta con sus acompañantes sobre las cartas y sobre que la policía estaba avisada. Entre estos estaba Miguel Otero Silva, quien al escuchar lo que pasaba, se dio una palmada en la frente y exclamó: “Esa carta la escribí yo para tomarte el pelo, Pablo. ¿Qué vamos a hacer con la policía buscando a un autor que no existe?”. Pablo Neruda de inmediato le replicó en un tono burlón: “Serás conducido a la cárcel. Por tu broma pesada de salvaje del mar Caribe’. A pesar de que informaron al diplomático sobre la broma del escritor y poeta chispeante Miguel Otero Silva, durante la ceremonia y luego de ella Pablo Neruda tenía cuatro guardaespaldas rubios a pruebas de tijerazos.
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