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Una buena respuesta a una mala pregunta

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Hay tiempo para definir una postura ante la revocación de mandato que tendrá lugar en marzo del año entrante, si López Obrador se empecina en ella. Asimismo, sobra tiempo para pronunciarse sobre las otras dos citas electorales del futuro: el Edomex en 2023, y la presidencia en 2024. Pero falta poco para la falsa consulta sobre los expresidentes/no expresidentes, que se celebrará el 1° de agosto. Va entonces una definición más, que se suma a las de muchos colegas.

La pregunta es absurda, como se supo desde que la definió la Suprema Corte en general y su presidente en particular. No significa absolutamente nada. No se refiere a los expresidentes, como pretende López Obrador, queriendo engañar otra vez a la gente; no fija un plazo, atrás o hacia adelante; no explica que quiere decir “investigar”; en una palabra, es una tomadura de pelo, una más, del gobierno y de sus aliados en la SCJN.

Ahora bien, a pesar de todo esto, podría convenir participar en la consulta, si hacerlo entrañara algún beneficio político para quienes nos oponemos a este gobierno. Si existiera un criterio o rasero robusto y factible, que de alcanzarse implicara una derrota del régimen, podría resultar útil pronunciarse por un sí o un no. Los méritos intrínsecos no bastan: quienes hemos sido partidarios desde hace décadas de la creación de comisiones de la verdad para investigar y castigar violaciones de los derechos humanos o actos de corrupción sabemos bien que esta consulta es un triste arremedo de instrumentos serios en otros países. Es una mexicanada, pues. Pero la conveniencia política podría constituir un factor para definirse a favor de una respuesta afirmativa o negativa a la pregunta aberrante que se nos hace.

No es el caso. Es obvio que en un país como el nuestro –y en muchos otros también– la gente que participe estará a favor de cualquier juicio o investigación de los expresidentes, aunque ni siquiera se mencionen en el texto. Se necesitan electorados más sofisticados –como el chileno, el colombiano, tal vez el brasileño– para brindarles un espacio de reconocimiento a exmandatarios por el mero hecho de serlo. Resulta evidente que el “sí” obtendrá una mayoría aplastante de votos. Pero no es evidente que sea tan fácil burlarse de 40% de los mexicanos inscritos en el padrón electoral necesarios para que la consulta sea vinculante y aprobada.

López Obrador proclamará una victoria y el cumplimiento de un  compromiso cualquiera que sea el resultado. Pero el peor resultado posible para él consiste en la participación del menor número de mexicanos posible. El desaire, el desprecio, el vacío, constituirán el desenlace menos malo –no hay uno bueno ante este insulto a la inteligencia– para la oposición, los críticos o incluso los “progres” de la Condesa. Ojalá vote el menor número de mexicanos posible; ojalá se hable de esto lo menos posible; ojalá los medios le den la menor difusión posible a la consulta y a la pregunta. En una palabra, ojalá que nadie pele a este gobierno embustero.

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