“Los guerreros victoriosos ganan primero y luego van a la guerra, mientras que los guerreros derrotados van primero a la guerra y luego buscan la victoria”.
Sun Tzu
La crisis venezolana ha vuelto al centro del debate en Washington. Con Donald Trump de regreso a la Casa Blanca, su equipo ha dejado claro que Nicolás Maduro no tiene cabida en su visión del hemisferio. Pero más allá de las sanciones y las amenazas, lo que estamos viendo es una batalla de narrativas, con la que Trump y Maduro buscan imponer su versión de los hechos y ganar apoyo nacional e internacionalmente.
El discurso de Trump: el sheriff del hemisferio
Desde su campaña, Trump ha usado un lenguaje fuerte contra Maduro, acusándolo de enviar criminales a Estados Unidos y de gobernar un «narcoestado». Su equipo compara al dictador venezolano con Bashar al-Assad en Siria y sugiere que su destino debería ser el exilio en Moscú. En este relato, Trump se presenta como el protector de la seguridad estadounidense y el único capaz de restaurar el orden en América Latina.
Este enfoque no es nuevo. Durante su primer mandato, Trump impuso la política de máxima presión a Venezuela y cortó relaciones con el régimen chavista. Sin embargo, su estrategia hablaba de «sacar a Maduro», pero sin dar la orden al Pentágono de una intervención militar, un golpe de Estado o simplemente más sanciones.
Ahora, con su segundo mandato, la pregunta sigue abierta: ¿qué hará Trump realmente con Venezuela?
El relato de Maduro: el rebelde contra el imperio
Maduro, por su parte, ha construido su propia narrativa: la de un líder que resiste el «imperialismo» de Estados Unidos. Cada vez que Trump lo ataca, el perdedor de las elecciones del 28J lo usa como una prueba de que Washington quiere apoderarse de Venezuela y destruir la revolución bolivariana.
Su retórica ha sido útil para mantenerse en el poder. A pesar de la crisis económica, el colapso de la industria petrolera y la migración de casi 8 millones de venezolanos, el jefe del PSUV ha logrado mantenerse en Miraflores con la ayuda de aliados como China, Rusia, Irán y Cuba. Para estos países, Venezuela no es solo un socio económico, sino un punto geoestratégico en su enfrentamiento con Estados Unidos.
Un juego donde todos pierden
La situación actual es una relación de suma negativa, en la que ningún actor está ganando realmente:
- Maduro sigue en el poder, pero su régimen enfrenta una crisis económica profunda y un creciente descontento interno.
- Estados Unidos sufre las consecuencias de la migración venezolana y la expansión de bandas criminales como el Tren de Aragua.
- Las fuerzas democráticas venezolanas siguen sin lograr una transición real, a pesar del rotundo triunfo en la elección presidencial del 28J. Está atrapada entre la represión y la falta de una conducción efectiva.
A pesar de esto, no parece alcanzarse un equilibrio estable. Cada actor tiene incentivos contradictorios:
- Maduro busca resistir para mantenerse en el poder, pero la crisis interna lo debilita.
- Trump muestra el uso de la fuerza sin comprometerse en un conflicto costoso.
- China y Rusia dicen respaldar a Maduro, pero sin arriesgar demasiado.
¿Qué podría cambiar el juego?
Para que se produzca un verdadero cambio de régimen en Venezuela, no basta con la presión externa. La clave está en fracturas internas dentro del madurismo, algo que solo ocurrirá si la crisis política y económica se hace insostenible para la coalición que rodea a Maduro: cúpula militar y de los poderes públicos, grupos económicos y oposición funcional, además de las corporaciones petroleras.
Trump y su equipo entienden esto y, aunque descartan una intervención militar directa, pueden optar por una estrategia híbrida que combine:
- Sanciones más agresivas para ahogar financieramente al régimen.
- Apoyo a la oposición para mantener la presión política.
- Mayor coordinación diplomática con aliados en América Latina y Europa.
Sin embargo, cualquier estrategia enfrenta un obstáculo: Maduro ha sobrevivido sanciones y aislamiento internacional antes. Apostar por su caída sin una fractura interna real es más un deseo que un plan concreto.
El desenlace: más que un juego de poder, una lucha de narrativas
Al final, este no es solo un partido de sanciones y petróleo. Es un enfrentamiento de relatos, en el que Trump y Maduro necesitan mantener su imagen para su base de apoyo. Mientras el presidente de Estados Unidos y el dictador actúan con discursos, los venezolanos siguen enfrentando la dura realidad de una crisis sin fin.
La pregunta clave no es si Trump quiere sacar a Maduro, sino si logrará imponer su narrativa sobre la crisis. Si el relato del recién juramentado como 47º presidente de Estados Unidos consigue convencer a su base y a la comunidad internacional de que el exsindicalista es un peligro inminente para la seguridad nacional y regional, su estrategia podría tomar más fuerza. Pero si el sucesor de Chávez consigue reforzar su imagen de resistencia y supervivencia, seguirá en el poder.
En última instancia, el destino de Venezuela no dependerá solo de cálculos estratégicos, sino de quién logre ganar la batalla del relato en el corto plazo.
Conclusión
La historia de Venezuela no se resolverá con narrativas, pero estas pueden moldear las decisiones políticas que definirán el futuro del país. Trump y Maduro enfrentan una partida en la que el poder no solo se ejerce, sino que se construye con relatos y símbolos.
Si Trump logra consolidar su visión de Maduro como una amenaza global, veremos una escalada de presión sin precedentes. Pero si el dictador sigue fortaleciendo su narrativa de resistencia y normalizacion con las trasnacionales petroleras, es posible que sobreviva otra administración estadounidense, a pesar de la crisis interna.
La batalla por una Venezuela libre y democrática no solo es geopolítica e interna, sino también semiótica: el control de la narrativa determinará quién tiene la ventaja en la construcción del significado político del conflicto.
En este momento, nadie tiene la victoria asegurada, pero los que más pierden son los venezolanos que siguen atrapados en una grave crisis sin solución en lo inmediato y la región, que verá la erosión de la democracia en el continente. El tiempo dirá cuál de los actores ha calculado mejor sus movimientos.