A lo largo de la historia, Sudamérica ha sido básicamente una región de paz. No hemos tenido que enfrentar las guerras fratricidas que destruyeron Europa durante el siglo XX, ni los conflictos religiosos y raciales que aún están presentes en muchos rincones del planeta.
En 1948 nació la Organización de los Estados Americanos, con el deseo de promover la paz, el respeto por la integridad territorial y la soberanía de los estados miembros. Durante mucho tiempo compartimos la profunda convicción de que nuestro continente solo lograría prosperar bajo un marco de pleno respeto a las instituciones democráticas, las libertades individuales, una economía libre y abierta y un sistema social justo e inclusivo; todo ello con pleno respeto a los derechos humanos.
A través de nuestra arquitectura regional nos comprometimos a abstenernos de la amenaza que representa el uso de la fuerza o cualquier otro medio de coacción. Y también a resolver nuestras diferencias y disputas de forma pacífica. Nuestra promesa al mundo fue que, ante la controversia, actuaríamos siempre sobre la base de la buena vecindad y siempre respetando los tratados válidamente acordados en el marco del derecho internacional. Que haríamos nuestro mejor esfuerzo para dialogar y negociar, y si eso resultara imposible, confiaríamos la resolución de nuestras diferencias a mecanismos internacionales políticos o judiciales.
El régimen venezolano liderado por Nicolás Maduro ha roto esta promesa al tomar medidas unilaterales contra Guyana y amenazar su soberanía e integridad territorial. Venezuela y Guyana han estado involucrados en una disputa territorial sobre la región del Esequibo que se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando Guyana aún era una colonia británica. En ese momento, el Reino Unido y Venezuela reclamaban ambos el territorio ubicado entre la desembocadura del río Esequibo en el este y el río Orinoco en el oeste. A pesar de una decisión dictada por un tribunal arbitral en 1899, estableciendo el límite terrestre entre ambos estados, la controversia territorial continuó.
Durante las décadas siguientes, se hicieron varios intentos para resolver la disputa sobre la región del Esequibo. Ambos países entraron voluntariamente en negociaciones y trabajaron bajo los buenos oficios de las Naciones Unidas. Cuando todas estas opciones fallaron, y basados en un fuerte compromiso con la paz, Guyana decidió someter la disputa territorial sobre esta región a la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Fue el último paso en la búsqueda de una resolución final y pacífica a este conflicto de larga duración.
El régimen de Maduro, sin embargo, decidió cerrar la puerta a la Justicia internacional y traicionar la promesa de paz en nuestra región. El pasado 3 de diciembre, el régimen liderado por Nicolás Maduro llevó a cabo un referéndum oportunista y fraudulento para obtener un mandato popular que le permitiera anexar ilegalmente la región del Esequibo a su territorio, dándole la espalda a La Haya y a la resolución pacífica de controversias.
En los días posteriores al referéndum, Maduro ha amenazado la integridad territorial y la independencia política de Guyana adoptando una serie de medidas, todas las cuales violan directamente la orden expresa de la Corte Internacional de Justicia de abstenerse de tomar cualquier acción que apunte a alterar la situación que actualmente prevalece en el territorio en disputa. Recientemente, el régimen de Maduro ha movilizado sus tropas militares a la frontera e incorporado la región del Esequibo como una de las regiones de Venezuela. Ahora aparece en los mapas y banderas oficiales de Venezuela, que Maduro muestra orgullosamente en la televisión nacional.
Las acciones de Maduro constituyen una amenaza para Guyana, para Sudamérica y para el orden mundial en su conjunto. Maduro no solo ha socavado la autoridad y efectividad del principal órgano judicial de las Naciones Unidas, sino que también ha violado los principios más esenciales del Derecho Internacional. Ha creado una amenaza para la paz y la seguridad regional e internacional. Sus acciones no solo son una amenaza para la integridad territorial y la soberanía de Guyana, sino también para los principios fundamentales del Derecho Internacional consagrados en la Carta de las Naciones Unidas.
Hemos sido testigos demasiadas veces de violaciones flagrantes de los principios básicos del orden internacional, como por ejemplo en Kuwait hace treinta años y más recientemente en Ucrania. No deberíamos y no podemos permitir que esto suceda en Sudamérica, una región de paz.
El régimen venezolano ha estado infligiendo dolor y sufrimiento a su propio pueblo durante más de una década, con efectos migratorios dramáticos en toda la región. Las violaciones sistemáticas a los derechos humanos que tienen lugar en Venezuela han sido ampliamente informadas por la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, y el fiscal de la Corte Penal Internacional ha abierto una investigación contra Maduro por crímenes de lesa humanidad. Recientemente, supimos que para evitar elecciones democráticas, programadas para el próximo año, Maduro ha emitido órdenes de captura contra sus opositores. Sus flagrantes violaciones del Derecho Internacional han tomado un nuevo y sin precedentes giro, amenazando la soberanía de Guyana. Al hacer esto, Maduro no solo ha terminado con la democracia en Venezuela, sino que también ha roto la promesa de una Sudamérica pacífica.
La solución que se avecina para Venezuela solo se encontrará en la democracia y en la realización de elecciones libres, transparentes y justas. El régimen de Maduro ha causado suficiente daño, dolor y sufrimiento, y el pueblo venezolano merece recuperar la libertad, la democracia, el progreso y el respeto por los derechos humanos.
América Latina es un continente que lo ha tenido todo. Amplios y vastos territorios, abundantes y valiosos recursos naturales y, sin embargo, sigue siendo un continente subdesarrollado, con más de un tercio de sus habitantes viviendo en la pobreza. Esta situación no es un designio de Dios, que fue muy generoso con Sudamérica, ni una herencia de los conquistadores españoles y portugueses. La responsabilidad radica en que no hemos sabido fortalecer los pilares del desarrollo: democracia estable, instituciones sólidas, reglas del juego claras, economía libre, competitiva e integrada al mundo y justicia e inclusión social. Además, en este nuevo mundo de la revolución digital y la sociedad de la información y el conocimiento, debemos fortalecer los nuevos pilares del desarrollo, entre los que destacan una cooperación para mejorar sustancialmente la calidad de la educación y el capital humano, triplicar la inversión en ciencia y tecnología, promover y no asfixiar las fuerzas de la innovación y el emprendimiento. En pocas palabras, desatar las fuerzas de la libertad, la imaginación y la creatividad en nuestra región. Solo así, nuestro continente podrá alcanzar su pleno potencial y sus líderes estarán a la altura de sus desafíos y responsabilidades.
Víctor Hugo decía que no hay nada más fuerte en el mundo que una idea a la que le ha llegado su tiempo. Ha llegado el tiempo que América Latina deje de lamentarse y emprenda la maravillosa aventura del desarrollo y el futuro para que todos sus hijos tengan una vida más plena y feliz.
Artículo publicado en el diario ABC de España