OPINIÓN

Una alianza peligrosa: Borrell y Zapatero

por Jesús Eduardo Troconis Heredia Jesús Eduardo Troconis Heredia

Conseguir las palabras correctas o «mots justes» para criticar la cerrada defensa de la tiranía de Maduro por José Luis Rodríguez Zapatero y Josep Borrell es una tarea difícil. Extraño y sorprendente empeño en buscar, a toda costa, la derogación de las sanciones individuales impuestas por el gobierno norteamericano solo a  aquellos venezolanos que hayan incurrido en delitos contra el Tesoro público.

El denigrante latrocinio en Venezuela, atribuido a los funcionarios de alto rango y algunos particulares, alcanza cifras astronómicas, el más reciente descubrimiento es la bicoca de 10.000 millones de dólares en la banca suiza. Zapatero, el Bambi de acero, como suele llamarlo el antiguo vicepresidente español Alfonso Guerra, no pierde un segundo para clavar sus pezuñas en la escena iberoamericana. Su alianza abarca la Argentina del  presidente  Alberto Fernández y la vicepresidenta Cristina Kirchner; Brasil, Bolivia y Colombia representados por los expresidentes Lula da Silva, Rousseff, Evo Morales y Ernesto Samper, juzgados por enriquecimiento ilícito los tres primeros y el último, investigado por narcotráfico en los tribunales de Bogotá tras haber recibido dinero de Pablo Escobar Gaviria.

En la vertiente española destacan las ministras Arancha González Laya, de Asuntos Exteriores, e Irene Montero, de Igualdad; y por México, el canciller Marcelo Ebrard. Venezuela entra en juego a través de los hermanos Rodríguez, Delcy y Jorge, vicepresidenta de la República Bolivariana y flamante presidente de la espuria Asamblea Nacional, respectivamente.

La estrategia trazada prevé una aproximación al nuevo gobierno de Biden y una fuerte arremetida contra Luis Almagro, el inteligente y activo secretario general de la Organización de Estados Americanos. En definitiva, los planes conjuntos de Zapatero y Borrell son lanzados desde plataformas distintas, el Grupo de Puebla y la Unión Europea, flamean la antorcha del rescate a la democracia venezolana, reducida a polvo por la terrible destrucción del Estado de Derecho, a fin de ocultar el interés de salvaguardar la inversión de España en el continente americano. Aparece así, una vez más, la sombra larga de lo que he denominado maldición en las relaciones internacionales.

La declaración de la figura máxima de la política exterior de la antigua Comunidad Económica Europea llena el debate de ambigüedad, pues condena la celebración de las elecciones parlamentarias y su resultado írrito, convocada por la tenebrosa dictadura; pero reconoce la legitimidad de la Asamblea Nacional, aunque no hace lo propio con relación a la legitimidad del gobierno presidido por Juan Guaidó Márquez, fundado en la Constitución y leyes de la República Bolivariana de Venezuela.

Entonces ¿en qué cree el señor Borrell? ¿Acaso es posible dejar un vacío en el orden jurídico? ¿O negar el reconocimiento a la legitimidad de la Asamblea Nacional, elegida en 2015, omitiendo la aplicación del principio de la continuidad constitucional? Responder negativamente a semejantes cuestiones descubre la aviesa pretensión de ambos personajes, convirtiéndolos en sujetos activos de una flagrante transgresión de las normas del Derecho Comunitario y de las  disposiciones contenidas en la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos.

Tales instrumentos jurídicos  tienden a la preservación y defensa del Estado de Derecho democrático, económico, político y social. De esa manera, el discurso lleva consigo el reconocimiento a la legitimidad del gobierno de Juan Guaidó, un corolario diferente es contra legem, dando lugar a una violación deleznable de la protección de los derechos fundamentales que la comunidad internacional debe a la sociedad, al hombre y al ciudadano.

En el caso del alto comisionado para los Asuntos Exteriores de la Unión Europea, la equívoca interpretación de las reglas no es inocente sino culpable. Celoso in extremis de la  custodia de los valores principales del sistema de libertades públicas en Europa, relajado en el resguardo de su vigencia en América Latina.

En virtud del cambio de las circunstancias políticas en Estados Unidos, el avisado catalán solícito intenta aproximarse al gobierno de Biden, esgrimiendo el multilateralismo o pacto transatlántico.  Un  adecuado argumento para escudar los mutuos intereses económicos.

Es importante señalar, aquí y ahora, el respaldo decidido a la legitimidad de Juan Guaidó  del nuevo secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken. De la misma forma ha recibido el  franco apoyo de la mayoría  del Parlamento Europeo en la emocionante oratoria de la diputada polaca Dita Charanzová.

¿Qué sucede entonces? Muy sencillo, Borrell y Zapatero intentan en la noche oscura de Venezuela sacar inescrupuloso rédito al segundo inversor, en la extensa geografía que va del Río Grande a Cabo de Hornos. Jugar la baraja del hundimiento de la democracia en favor del beneficio político o económico no sería un error sino una estupidez. Finalmente, deseo destacar la actitud concluyente de los 27 Estados miembros de la antigua Comunidad Económica Europea. Salvo Italia y Chipre, que hablan sotto voce de la democracia representativa.

En estas horas aciagas de nuestra historia patria traigo a colación La noche de la verdad, compilación de los 138 editoriales y 27 artículos de Combat, el periódico de la Resistencia francesa contra el nazismo, escritos por su redactor jefe, el inmenso escritor francés Albert Camus, nacido pied noir, a 18 kilómetros de Bone, segunda ciudad de Argelia. Sus contenidos fascinantes ayudarán a encontrar el camino hacia el retorno de la justicia y la libertad. El postulado esencial otorga la primacía a la moralidad sobre la ideología y el realismo político.

La evolución espléndida de su pensamiento muestra su primer paso conceptual al proclamar que el socialismo liberal parte de la modestia, no se cree, por tanto, dueño de la verdad como ocurre con el comunismo. Tal postura desató los ataques despiadados del diario l’Humanite y del seminario Action, la trinchera periodística del poderoso partido comunista de la época. Marcados los límites frente a las corrientes nihilistas, fascismo,  nazismo y comunismo, Albert Camus afirma la posibilidad de que no haya un sistema político bueno, pero la democracia es el menos malo. Un adelantado que logra poner en pie,  gracias a sus firmes convicciones democráticas, el hito infranqueable entre el socialismo marxista, seguido por los partidarios de Castro y Chávez y los populistas españoles del «pequeño» Pablo Iglesias y el socialismo democrático de Francia, bajo la égida del gran  presidente Francois Mitterrand, que rinde honores a la libertad en sus obras excelentes La rose au poing y Un socialisme du possible.