OPINIÓN

Un venezolano en Ucrania (parte 2)

por Rodrigo Figueredo Rodrigo Figueredo

Llegué a Ucrania después de un largo viaje en autobús desde Cracovia a Leópolis. En la primera parte de «Un venezolano en Ucrania» conté el momento en el cual cruzo figurativamente el Rubicón al pasar la frontera desde Polonia. Lo ilustré con una descripción de mis primeras impresiones al bajarme del autobús en la plaza central de la ciudad completamente a oscuras frente a la estación de tren y de autobuses. Llegando me recibió Aya, la artista ucraniana y enlace de redes; poco después llegó mi amigo y contacto norteamericano con quien iríamos a Kyiv. Esta red de gente diferente pero en la misma línea es con la cual se planteó en parte la idea y organización de este viaje. Este amigo del norte es un soñador, un testarudo que comparte la convicción de que al autoritarismo hay que enfrentarlo y que la democracia y la libertad deben ser defendidas. Aya nos ayuda a comprar los tickets de tren sirviendo de intérprete y nos subimos al vagón para las 8 horas que tomará llegar a la capital, medio apurados ya que solo queda una hora antes de que empiece el cubre fuego de la noche en una estación central de trenes llena de militares e incertidumbre mezclada con seguridad de tener una clara dirección y propósito.

Los extranjeros que se encuentran aquí están en su inmensa mayoría para ayudar, no hay turismo en Ucrania durante la guerra y se nota en todo sentido, eso dicho hace que todas las personas que se percatan de que eres extranjero te lanzan miradas y median palabras de aprobación y solidaridad. Me voy a dormir mi primera noche en Ucrania en un tren militar y me hace pensar en la canción de Nat King Cole en la cabina rumbo a la capital del mundo libre, atravesando un frío ambiente contrastado por camaradería y calor humano de facto. El abrazo de Aya así como su expresión y sonrisa al ver mi obra por Ucrania me marcó.

Llegamos al día siguiente muy temprano a Kyiv, una ciudad con más de la mitad de sus edificios a oscuras, sin electricidad. Saliendo de la estación central, a mano derecha, se ve ya un edificio muy alto que fue impactado por un dron iraní. Allí, sin mucho pensarlo, nos vamos a buscar el hotel y dejamos las maletas para salir al mismo tiempo que el sol, a pie, rumbo a desayunar en dirección de la plaza Maidan.

Maidan es la primera locación que quiero absolutamente ver y sentir con mis propios ojos y corazón. Llegando a la plaza, lo primero que me impacta son las banderitas… Están plantadas y ondean al viento glacial unas dos decenas de miles de banderitas en una esquina.  Cada una de esas banderas representa una vida sacrificada por los ucranianos y la gente de todo el mundo (hay banderas de otros países en el lote) en esta lucha por la libertad. Me viene intuitivamente grabar un video en tiempo real del momento y sentimiento que procura esa visión y mi amigo me cuenta que estas ni siquiera son las cifras reales, que hay que multiplicar por varios factores para realizar el precio en sangre que pagan los ucranianos para defender su tierra de la invasión rusa. Pensar que ellos hacen esto en pro de la defensa de todo el mundo libre de los asaltos del autoritarismo me sugiere con claridad la razón por la cual se explica, entiende y ve a un venezolano en Ucrania. Allí llego y veo la famosa columna con la diosa alada en el tope y me tomo mi primera foto, en un frío matinal exagerado pero sintiéndome en llamas como con un fuego sagrado que empieza a calentar la esperanza y la determinación reencontrada de una claridad de propósito común e universal.

Nos reunimos con mis amigos alemanes y ellos me llevan a un lugar en frente de una catedral en la cual están expuestos reales trofeos de guerra y recordatorios de la realidad que se percibe en el aire. La histórica estatua de la Princesa Olga, Apóstol Andrew, Cyril y Metodio está cubierta con sacos de arena y tiene una valla adelante que dice «World help us«. Al lado de este patrimonio enbunkerado yacen reliquias de tanques rusos carbonizados como nuevos símbolos de historia moderna de ellos y del mundo. Un carro normal y corriente con decenas de impactos de proyectiles aparentes acompaña la exposición y me hace pensar que en ese vehículo murió un Pedro Pérez Peralta, pero se habrá llamado Aleksandr o Maryia.

 

De allí salimos directo a encontrarnos con el diputado Maryan Zablotskyy, que es el enlace con el gobierno de Ucrania que hizo este viaje posible del lado ucraniano. Nos conocemos en persona por la primera vez en una galería comercial debajo de la plaza Maidan y el sentimiento de confianza e interés mutuo en pro de desarrollar relaciones bilaterales solidarias es directo y natural. Llegué con un cuadro en mano titulado «San Bayraktar», el mismo que impresionó y con el cual pidió tomarse una foto Aya, la colega artista refugiada de Kherson que me recibió en Leópolis con una taza de café caliente en mano. El darle de entrada en juego este regalo simbólico y observar su sonrisa al verlo me confirma que estamos con las personas justas en el momento justo. También me hizo recordar la sonrisa que me regaló la militar ucraniana en la frontera… en un segundo nos entendimos. La cultura, la creatividad y la comunicación son mi fuerte y lo que más valor tiene en mi uso de mis humildes capacidades, voluntad y talento humano para luchar por la libertad usando el arte como un arma de creación masiva. Allí vamos a su despacho, entrando me muestra un pedazo de un jet SU-34 ruso derribado y otros objetos simbólicos reales, botines de guerra entre cajas con drones, generadores y un fusil AK-47… El ambiente es de confianza y voluntad de apoyo mutual. Alli elaboramos la agenda y objetivos a realizar en este viaje y ocasión tan significativa en tantos niveles…