OPINIÓN

Un venezolano en Ucrania

por Rodrigo Figueredo Rodrigo Figueredo

Me despierto después de dormir como se debe en mi segundo día en Kyiv y empiezo a hacer llamadas y las diligencias necesarias para instalarme. El amigo ucraniano que me recibió el día anterior en la estación de tren vino y me dio un teléfono con número local seguro, con el que además puedo conectarme a Internet. Llamo a mi familia para que estén tranquilos y empiezo a contactar a la gente aquí y en el mundo para iniciar el trabajo que me trajo aquí, vengo con la intención de ayudar. El día pasa sin nada «fuera de lo normal» y salgo a ver las calles del centro de la capital que empiezan a estar llenas de gente paseando, por suerte es un día soleado, no muy frío. Mi prioridad es tomarme un borsch en el mismo restaurante al que fui en mi primer viaje, nunca me gustó la remolacha, pero en esta sopa típica de la cocina ucraniana sabe a paraíso, sabe a libertad.

Moverse en la ciudad no es muy complicado, hay varias empresas tipo Uber y un viaje de 20 a 25 minutos cuesta menos de 2 dólares. También hay transportes públicos y se puede caminar para descubrir la ciudad. Después de ir a hacer unas compras para tener, pan, leche, huevos, jugo de naranja y cereales en el apartamento que me recibe con una nevera vacía, me toca echar Baygon al fregadero lleno de cucarachitas, cocinar y lavar los platos, para después irme a sentar en el salón mientras empieza a hacerse de noche. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación y resiliencia que hace fácil olvidar que uno está viviendo en un lugar y en un tiempo con condiciones anormales, que uno está en un país en conflicto y tumulto excepcional. La noche es adelantada y estoy relajado en el salón mandando mensajes y tuiteando, cuando de pronto empiezan a sonar las sirenas de alarma por bombardeo. Me escribe mi amigo ucraniano que abra un poco la puerta del apartamento, que me aleje de las ventanas y que me posicione en la parte más central del corredor mientras me manda información en tiempo real de los drones de origen iraní y misiles rusos que están siendo interceptados. Esa noche aprendí y tuve la experiencia de saber cómo suenan las baterías antiaéreas «a lo lejos»; el «Ta Tas, Ta Tas, Ta Ta Tas» te recuerda que estás en un país en guerra, la experiencia es surrealista e hiperrealista al mismo tiempo.

 

Me despierto en la mañana siguiente y me viene a buscar el enlace ucraniano, un chamo experto en IT convertido voluntario para la defensa de su país y la familia misma. Hoy vamos a ir a Irpin y (por primera vez para mí) a Bucha. Para los que no saben, estas dos ciudades en la periferia de Kyiv fueron el teatro de combates intensos y tragedias innombrables, de escenas de heroísmo ante crímenes de guerra en contra de la humanidad que marcarán al mundo por generaciones.

En el camino hacia Irpin, cuando pasamos al lado del puente debajo del cual, cuando empezó la invasión, se refugiaba y pasaba la gente huyendo de la guerra, pude constatar que una parte ya fue reconstruida. Me sorprende y pienso emocionado que lo que quiero es volver a ir allí antes que nada para volver a ver mi obra Carmine Crocco… Ucrania me dio el inmenso honor en mi primer viaje de pintar al lado de la icónica Bailarina de Banksy, la que apenas unos meses después encuentro con un vidrio protector. ¡Pienso que tuve el privilegio de verla al natural, antes de que le pusieran esa protección; pienso en lo simbólico como artista y militante pro derechos humanos que una obra mía la acompañe! Lo que significa para mí como hombre y artista. Pienso que han debido cubrir también el hueco del impacto de la explosión sobre el cual baila la obra del maestro, ya que es parte integrante de ella. Pienso también que entre tanta destrucción entendieron el valor de lo que tenían en mano. En el primer viaje hablaban hasta de que iban a demoler y reconstruir el edificio, ahora creo que se encuentran integrados como símbolo y como patrimonio de la humanidad.

Irpin y Bucha son lugares en donde se mezclan tragedias dantescas con relatos de heroísmo bíblico. En esta ocasión he tenido tiempo de ver con más detenimiento las cosas y el amigo que me acompaña es de Bucha, así que le pone corazón para que vea lo máximo posible, pues para él el tema también es personal. Olexandr me va contando sobre los eventos, lugares que aún muestran cicatrices pasado un año de los sucesos y sobre su experiencia directa. Me cuenta cómo fueron los combates, cuando su propio pueblo era el teatro de enfrentamientos militares de altísima intensidad, como en una película de guerra hollywoodense, con el agravante de que aquí su vida estaba en juego, así como la de su país, de sus compatriotas y de su propia familia. Mientras escucho su historia, le cuento la mía y me ayuda a grabar videos y a tomar imágenes en ese lugar tan significativo para todos.Cuando terminamos de cubrir Al terminar el recorrido, me lleva al conjunto de edificios en el cual me dice que viven su exmujer y su hijo. En ese lugar las historias y las marcas de lo sucedido emanan como vibraciones casi perceptibles. Me enseña el parque de juegos para niños destruido, al mismo tiempo que fotos en su teléfono de cómo quedaron los edificios y una imagen en particular de toboganes con impactos de balas. Poco a poco están siendo reconstruidos, pero todo es aún aparente. Me fijo que aún no pintan el edificio con marcas de lo que pudo ser el  impacto de un cohete y de balas. Esta experiencia de ver lugares y destrucción extrema en contraste con la vida que trato de seguir, me pesa en el alma demasiado. Una tarde, en el estacionamiento, el hermano de mi amigo me señala hacia el edificio y me dice que allí, en el antepenúltimo piso, estaba el apartamento que fue impactado por un mortero y usado como posición por un sniper ruso… Recuerdo que, ya saturado por todo lo visto, le respondí con un indiferente: «Ajá, okey, ajá». En la noche le escribo para pedirle excusas por mi reacción cuando me hablaba del apartamento donde vive su hijo, que pudo sonar apática mi respuesta a lo que me decía, pero en realidad lo que estaba era saturado por las emociones que se sienten al estar en Bucha. Le dije que estaba full y que fue una especie de reflejo de autodefensa, por saturación del alma, por empatía y sentir. Él me respondió: “No te preocupes, te entiendo, gracias por estar aquí y ayudarnos a contar la historia”. Recorrer Bucha con alguien del lugar es una experiencia única, porque espera de ti que no solo lo entiendas, sino que se lo hagas entender a otros. Suma al peso de la responsabilidad que tengo por ser un venezolano en Ucrania.