Cuando el visitante llega al Museo de José Gregorio Hernández del Santuario de Isnotú, unas de las mejores impresiones que experimenta son los enormes cuadros de la vida del Beato. Son unas pinturas de gran tamaño que recogen diversos aspectos de su tránsito vital, desde sus primeros años hasta sus últimos días.
La apariencia general de esos cuadros es de una gran belleza, con un dibujo impecable de los personajes y de su entorno, sea natural o en un aula, un laboratorio o en un ambiente doméstico. El dominio de los rostros y de sus expresiones, los colores utilizados, la luz de cada ambiente, la armonía predominante conjuga el mensaje que de ellos emana y que conmueve al espectador. La figura central es, por supuesto, el Beato, aunque a veces esté a un lado, pero lo destaca la luz, o la convergencia de las miradas, de manera tal que la persona que está enfrente a cada cuadro siente al hombre que inspira paz, serenidad, seguridad y bondad.
Estas imágenes son obras maestras de un gran pintor que dejó honda huella en Venezuela, en particular en Mérida, en Trujillo, Caracas y, por supuesto en Isnotú, aunque también dejó algunas obras en Maturín, San Cristóbal y otros lugares. Se trata de Iván Belsky, un ucraniano que llegó a Venezuela en 1948 cuando tenía 25 años. Venían de un continente que sufría las secuelas de la guerra, a un país acogedor y en paz, en la búsqueda de una vida mejor, como muchos inmigrantes europeos,
Hay versiones en sus biografías que Iván Chariston Belsky nació en Polonia, el 13 de julio de 1923. Otras versiones dicen que nació en Kiev, pero lo cierto es que se crió, se educó en Ucrania y hasta se casó en tres oportunidades dos con ucranianas, entre ellas Nadia Szymskiw, quien se hizo venezolana, estudió en Mérida y se graduó de médico en la Universidad de Los Andes (1940). Lo conoció cuando el pintor decoraba la catedral de esa ciudad y se casaron en 1962; de ese matrimonio nacieron dos hijos: Gregory e Igor.
Belsky era un hombre muy culto, aunque no era muy religioso se confesaba católico-ortodoxo, estudioso de la biblia, dominaba bien el ucraniano, ruso, alemán, italiano, inglés y español. De elevada formación artística, su influencia fundamental era Rubens y Rembrandt y se declaraba como de estilo “barroco propio”.
En Caracas se relaciona con el mundo artístico, en particular con sus grandes pintores como Tomás Golding, Manuel Cabré, Luis Alfredo López Méndez, Armando Reverón, entre otros. En 1950 está ejerciendo la docencia en la Escuela de Arte Monseñor Contreras en Valera, en un programa nacional de formación de nuevos talentos. Es de pensar que su amigo y discípulo José Mora, natural de La Grita, lo invita a sus tierras andinas, se conoce que realizó algunas obras en San Cristóbal y en 1957 está en Mérida pintando un mural en el conocido bar-restaurant Kontiki, donde lo conoce el arquitecto Manuel Mujica Millán quien dirigía las obras de la catedral, bajo la supervisión del arzobispo monseñor Acacio Chacón y de monseñor José Humberto Quintero, de gran afición por la pintura.
Gana el concurso para la decoración de dicha catedral y allí durante varios años despliega todo su genio artístico. Extiende su obra al palacio de gobierno, a la biblioteca Don Tulio Febres Cordero, al Museo Histórico y en diversos lugares del estado Mérida.
El 1 de octubre de 1961 el Cardenal Quintero consagra a Monseñor José León Rojas Obispo de Trujillo, y este designa en 1963 al padre Prudencio Baños cura párroco de Isnotú, con un mandato: promover la santidad del hijo de este pueblo José Gregorio Hernández y construir su santuario. Por estos años Belsky estaba culminando su magna obra en Mérida y es contratado para las pinturas del Santuario. Elige, como es lógico pensar para unas obras que están en construcción, el formato sobre tela. Y el fruto está allí, conmovedor.
Son 14 obras que van desde el niño José Gregorio con su madre Josefa Antonia hasta su temprana muerte y su sepelio. La primera es una tierna escena donde está el niño de pie, juntas las manos en actitud de oración, y la madre con una mano sosteniendo un libro, la otra sobre el hombro izquierdo de su hijo y la cara inclinada, con una suave sonrisa, leyendo el texto sagrado; a la derecha está su tía monja sor Ana Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, también con un texto sagrado y una niña en su regazo; hacia arriba y al fondo un ángel contempla la escena que está en medio de la diversidad boscosa de Isnotú.
En el cuadro de la escena cuando es atropellado por el automóvil, es toda en primer plano, la dominan los tonos ocres y el centro es el cuerpo sacudido por el golpe, pero con la mirada puesta hacia el cielo en actitud serena; el obrero de la compañía de la electricidad que se presta a socorrerlo y la del conductor que apenas se divisa; por el sombrero rueda por el suelo.
Una de las más conmovedoras es el cuadro donde está el médico en la habitación de una enferma, en medio de la pobreza que se muestra en las paredes de bahareque y el piso de tierra, la ropa de los habitantes de la choza, los utensilios sobre las dos mesas y el catre de la paciente. Todos miran hacia el médico con miradas de esperanza y de confianza, sobre todo la anciana que abraza a la niña y asiste al doctor. Y José Gregorio de pie, elegante como siempre y seguro de sí mismo, se prepara a aplicarle una inyección, mientras el grupo de niños, descalzos, ven con temor la inyectadora. Un rústico Crucifijo, quizá de palma bendita, cuelga al lado de la enferma.
Todos los cuadros de Belsky en el Museo de Isnotú son formidables, fruto del trabajo de un gran maestro que estudiaba sus personajes y los plasmaba en el lienzo con admirable maestría. Como lo hizo luego pare el Centro de Historia del Estado Trujillo, donde pintó en gran formato varias escenas de la dilatada historia trujillana, desde la Fundación de Trujillo y su fundador Diego García de Paredes, destruidos cuando ese Centro fue tomado por la barbarie, el Acta de la Independencia que en esos mismos tiempos oscuros lo alteraron para poner a la supuesta heroína Dionisia Dolores, hasta el Los Tratados de Trujillo y más de 40 retratos de próceres civiles trujillanos.
El mensaje general de los cuadros de Iván Belsky en el Museo del Santuario de Isnotú, sobre la vida de José Gregorio Hernández, es el mensaje de la ciencia y la bondad, el de la sabiduría al servicio de la persona humana, el mensaje de la paz, el mensaje de Isnotú como paraíso espiritual de Venezuela.