El vocablo trípode, según acusan los diccionarios, alude a mesa, a banquillo o armazón de tres pies que cumplen la función de sostener sobre sí a otro u otros cuerpos; ello es así solo cuando aludimos a estructuras materiales. Pero como también podemos emplearlo y entenderlo en el sentido intangible, tal como lo hacemos en el presente caso por referirnos a realidades que no ocupan espacios físicos. En este sentido lo manejamos en este artículo, con la salvedad de que aquí no se trata de columnas ni de puntales artificiales de tres pies, sino de bípedos como somos los seres humanos.
Al trípode que encabeza este escrito, tal como allí se apunta, se le considera indispensable, pues son tres importantes actividades intangibles las que lo conforman: educación, salud y trabajo. Entonces, este trípode es netamente humano. Y solo sobre él, sobre esos portentosos pilares, que son hechuras de los seres humanos, puede descansar el bienestar socioeconómico y cultural de un país. En ese estricto orden: sí, la educación no es una simple inquietud humana sino una imprescindible necesidad, empezando por la que hemos recibido allá bien lejos, en el hogar, que nos acompaña y nos provee de fuerzas suficientes durante toda la vida; luego se inicia la larga y variada escolaridad, después viene la profesional que nos capacita para trabajar, para producir y multiplicar riquezas, para ser útiles a la sociedad. Para todo ello, indiscutiblemente, necesitamos de la mejor salud.
Durante nuestra existencia se requiere educación en todo y para todo. Por eso ella es indispensable. Es justo considerarla como sagrada. Aparte de esa educación formal, impartida en aulas, sujeta debidamente a lapsos, a cuidadosa programación y planificación, hay otra educación, llamémosla informal, a la que pedagógicamente se le denomina asistemática, es libre, corre por cuenta de cada persona, no está sometida a programas ni a planificación alguna. Se imparte en todas partes donde todos, y en ella, cada uno desempeñamos la doble función de educadores y educandos. Ciertamente, con el buen comportamiento, con el cumplimiento cabal de nuestros deberes y obligaciones, con el debido respeto a las personas y con el adecuado manejo del lenguaje educamos, enseñamos y también aprendemos.
¿A quién corresponde la educación? Siendo un derecho humano y un servicio público corresponde al Estado asumirla como su función indeclinable. Así lo establece la Constitución Nacional. Igualmente, consagra el derecho constitucional que asiste a los particulares, a las personas, a recibir una educación integral de calidad. Al respecto, surge otra interrogante: ¿estará cumpliendo el actual régimen esa indeclinable función? Creemos que la educación sistemática atraviesa su peor momento en todos sus sistemas. Así, el año escolar que está finalizando ha sido muy irregular, atípico, sin atribuirle a la sobrevenida pandemia toda la culpa. Alegremente, y por lo tanto sin motivos que lo justifiquen, se han dado muchos días libres, con lo cual se ha impedido el cabal cumplimiento programático. Niños y adolescentes desnutridos y sin los medios para cumplir la asistencia a los planteles, como tampoco la capacidad económica para proveerse del material escolar. Con hambre y sin salud es imposible asimilar buena educación.
También, por mandato constitucional, corresponde al Estado la atención a la salud. Tanto esta como la educación son necesidades prioritarias, son los dos pilares fundamentales para el desarrollo y crecimiento del país.