OPINIÓN

Un régimen débil y sin oposición

por Humberto González Briceño Humberto González Briceño

La pregunta sobre el por qué el chavismo sigue en el poder en Venezuela a pesar del dramático colapso económico e institucional obliga a examinar su relación dialéctica con la llamada oposición. El descalabro económico y social que se constata y que a su vez es la causa del rechazo masivo al régimen chavista en un marco institucional sólido y estable debería tener válvulas de escape o mecanismos de corrección para cambiar el rumbo y con certeza al gobierno. Pero no en Venezuela.

Y una de las claves de la descomposición social y política habría que encontrarla precisamente en la ausencia de un marco institucional estatal con poderes públicos al servicio de la nación y garantías para todos los ciudadanos. Muy lejos de eso que se denomina el Estado de Derecho consagrado en una Constitución lo que tenemos en Venezuela es algo muy diferente.

En Venezuela opera un Estado chavista que ha conculcado todos los poderes públicos, incluidos el militar, al amparo de la Constitución de 1999 para ponerlos al servicio de la oligarquía gobernante. Este régimen mantiene todas las apariencias de una democracia, sin serlo realmente. Así el chavismo tolera partidos políticos opositores y hasta permite elecciones donde algunas veces admite su derrota, todo lo cual es usado para legitimar al régimen en su conjunto.

La oposición política al chavismo desde 1999 ha fracasado reiteradamente en caracterizar los rasgos esenciales y definitorios del enemigo que dice combatir. La ausencia de una tesis política clara y viable para enfrentar al chavismo ha arrastrado a esa oposición por los caminos de elecciones, negociaciones, abstención, conjuras improvisadas, dando bandazos de una coyuntura a la siguiente, pero siempre regresando al punto inicial de retomar las negociaciones con el régimen.

Esa oposición venezolana representada por todos los partidos de la hoy MUD o Plataforma Unitaria ha terminado por convertirse en una oposición cohabitadora y legitimadora del régimen chavista y su seudolegalidad. Incapaces de poder distinguir una crisis de gobierno de una crisis de estado sigue apostando por las formas electorales para salir de un régimen cuyos voceros han jurado no entregar el poder ni con votos, ni con balas.

Y esa es la otra clave definitoria del Estado chavista, el uso sistemático de la violencia institucional y militar para imponerse sobre la mayoría de los venezolanos que abiertamente les rechaza. Contra esos mecanismos no hay forma de esperar un milagroso resultado electoral y menos aún esperar que ante una hipotética derrota el chavismo se desprenda del poder.

A pesar de la fuerza y la saña institucional que muestra el Estado chavista es una estructura débil montada sobre palitos de fósforos que se sostiene más que por su propia fortaleza militar por la debilidad e incapacidad de sus adversarios.

La inocultable crisis económica que afecta por igual al lumpen y clientelas chavistas debería ser el detonante para impulsar un cambio político definitivo que aspire a algo distinto y mejor. Pero con una dirección política alejada de las realidades sociales, encerrada en sus negociaciones con el régimen, es imposible articular una estrategia de lucha que efectivamente logre sacar al chavismo del poder.

Se requiere de una nueva dirección política que se asuma como vanguardia de esa lucha y no cuya máxima aspiración sea convertirse en concubina del régimen. Lo que tenemos hoy en Venezuela es un remedo de oposición postrada ante los pies del chavismo. Para todos los efectos es una oposición falsa o inexistente que solo busca hacerle el juego al régimen chavista en lugar de capitalizar sobre la crisis galopante que hoy se vive para lograr su derrota.

@humbertotweets