En la cultura venezolana, cuando se imposibilitan las soluciones a determinadas situaciones, utilizamos una expresión popular que proviene del juego del dominó: “La partida está trancada por doble seis”. El conflicto político ha significado exactamente eso, un bloqueo como resultado de las continuas y reiteradas acciones de la tiranía de Nicolás Maduro para impedir cualquier solución con características democráticas.
Ahora bien, la propuesta del presidente interino Juan Guaidó de un plan de salvación nacional lleva implícita la necesidad en primer orden de definir un cronograma electoral en el que el punto central sean elecciones presidenciales y parlamentarias. Ha sido una propuesta audaz e inteligente para salirle al paso a la dictadura. La manifestación del régimen, aunque con posturas arrogantes y altivas, es un paso importante: aceptar las negociaciones, de hecho las han aceptado hace varios días y han realizado algunos bosquejos, con delegados en Venezuela, y también en México, hilos de negociaciones que transcurren con la anuencia de Estados Unidos, la Unión Europea, los noruegos de forma directa, y también con el respaldo de los socios del régimen, siendo China y Rusia los de mayor peso geopolítico, aunque los avances en ese sentido parecieran truncarse toda vez que el régimen toma decisiones contra la libertad de expresión, la medida de expropiación al diario El Nacional aleja las disposiciones de la comunidad internacional, pese a las desesperadas intenciones de un sector de la oposición por inscribirse en una carrera electoral sin asegurar las condiciones por las que tanto se han luchado.
Ambos sectores saben bien de sus fortalezas y de sus debilidades, sobre todo Nicolás Maduro, que aterriza en unas negociaciones precedido por innumerables denuncias de violaciones sistemáticas de los derechos humanos, cuestionado por su infinita capacidad de simulación de hechos, inmutable e inconmovible ante la verdad desbordada, a quien el cinismo lo define y la manipulación lo caracteriza, con destrezas probadas en el arte del engaño, guiado por la inteligencia cubana y por el psiquiatra, que finalmente es quien orienta las decisiones más importantes. En contraste, Juan Guaido ha ido incluso en avanzada cuando ha dicho: “Si el problema soy yo, cedo mi espacio”. Su mensaje lleva una carga directa hacia los demás líderes de la oposición, que al parecer insisten en colocar obstáculos. Demostrar desprendimiento cuando tiene reconocimiento internacional de un poco más de 60 países se considera un gesto de grandeza hacia la construcción de la democracia.
Lo mínimo que debería hacer Nicolás Maduro es separarse del cargo con la finalidad de iniciar un proceso político a fondo para la reconstrucción del país, claro está, él no es un demócrata, al contrario, es un dictador cruel y brutal definido así por el propio secretario de Estado norteamericano, Antony Blinke.
Un acuerdo de la naturaleza que se ha propuesto es una oportunidad para todos y debe valorarse de esta forma, fundamentalmente para el país, para el pueblo que sufre agigantadamente la destrucción de su nación, azotada por el crimen, por la represión y el odio que se ha sembrado en todas las clases sociales. El momento que se presenta debe ser útil para unir a la población con objetivos humanos, empinarnos sobre las diferencias políticos-ideológicas para ubicarnos en el camino de la reconciliación y el perdón, entendiendo el acto de perdonar en sentido espiritual y no jurídico.
La impunidad con relación a los tantos hechos de corrupción y la destrucción del país jamás debe estar en una negociación. El chavismo debe internalizar que vuelve a tener opciones de insertarse en el camino de la democracia sin persecuciones, tienen un puente de oro que cruzar, si deciden quemarlo se enfrentarán seguramente a sus horas más oscuras.
El escepticismo del pueblo venezolano con relación a resolver el conflicto político a través de las negociaciones que se han anunciado está absolutamente fundado en la conducta desviada del régimen, el pueblo perdió la esperanza por los reiterados atropellos y burlas de la dictadura, cada negociación se traduce en tiempo perdido, en horror, zozobra, y nuevamente en persecuciones y barbarie; la comunidad internacional debe tener cuidado en no repetir en círculos la estrategia de la inteligencia cubana que finalmente acaba en lo mismo: la preservación del poder por la tiranía venezolana.
El gobierno de Trump fue burlado en repetidas oportunidades, la administración Biden y los demás aliados que impulsan la democracia deben medir con exactitud qué papel quieren hacer en Latinoamérica toda vez que no logran impulsar cambios en la región, y peligrosamente el terrorismo amenaza con avanzar significando además una nueva configuración del poder que compromete la paz no solo del continente sino del mundo.
En Venezuela no parece que existan condiciones para llegar a ningún acuerdo, es un error la flexibilización de las presiones internacionales, de las sanciones; es un error la sola evaluación de elecciones regionales. Se requiere más presión externa e interna para sustancialmente visualizar cambios que se traduzcan en libertad y democracia. La vía electoral nos llevará a ella si el acuerdo establece elecciones presidenciales; si no es así, el pueblo no solo no participará, sino que retomará masivamente su marcha migrante, con enorme decepción de la clase política y partidista venezolana, que insiste en ridiculizarse ofreciendo soluciones a quienes solo desean perpetuarse en el poder al costo que sea.
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