Isnotú recibió una bendición del Altísimo: ser la tierra natal de José Gregorio Hernández. Allí nació el 26 de octubre de 1864, y allí se crío, y a él retornó por un tiempo cuando se graduó de médico. En esta geografía donde atemperan las altas serranías andinas para dejar ver el pie de monte, el espejo del lago de Maracaibo y el relampaguear del Catatumbo, de suave clima y grato verdor, conformó su carácter. Del amor y la dedicación de su madre Josefa Antonia, de Benigno su padre, de sus tías paternas María Luisa Hernández y Sor Ana Josefa del Sagrado Corazón de Jesús, del maestro don Pedro Celestino Sánchez, de su padrino el presbítero Francisco de Paula Moreno y de los vecinos, recibió su educación inicial. Era una comunidad amorosa, religiosa y culta en medio del ambiente tranquilo, pero con el movimiento que daban los arrieros y viajeros que subían o bajaban gracias al tráfico del puerto de La Ceiba.
El nombre de este centro poblado se debe a que allí residían los isnotuyes, grupo indígena de la familia de los escuqueyes de la nación Cuica. De clima fresco, está a una altitud de 726 metros sobre el nivel del mar. Es un lugar de pie de monte que sintetiza en su clima, flora y fauna elementos de las tierras altas y de las zonas bajas, dando una enorme diversidad, donde predominan las selvas siempre verdes de tupidos sotobosques y variada fauna. El trabajo humano sembró cafetales, cañamelares, cacaotales y diversos frutales, y maíz y caraotas. Crio ganado y aves de corral. Y construyó trilladoras y trapiches, talleres artesanales, comercios y posadas. Y trazó calles y plazas, edificó un templo y fundó escuelas.
Políticamente Isnotú era capital del Municipio Libertad del Distrito Betijoque, hoy es capital de la Parroquia José Gregorio Hernández del Municipio Betijoque, que le habían cambiado el nombre por Rafael Rangel y ahora tiene otra vez el antiguo nombre. El primer censo nacional de 1873 registra en Isnotú (parroquia Libertad) 756 habitantes, actualmente unos 6.000. En esos tiempos Isnotú era uno de los pocos pueblos trujillanos que tenía dos escuelas, una era la de del maestro Pedro Celestino Sánchez, un marino de profesión nativo de Maracaibo. Tiene una Iglesia dedicada a su patrona la Virgen del Rosario.
Allí, por el año 1862, se instalaron los boconeses Benigno Hernández Manzaneda, su hermana María Luisa y su prometida nativa de Pedraza de Barinas Josefa Antonia Cisneros Mancilla, para conformar su hogar. Y encontraron la paz y el sosiego que buscaron, luego de su partida las tierras llaneras azotadas por la cruel Guerra Federal. Aunque en estas tierras trujillanas también había sus montoneras.
Benigno, que era un buen emprendedor, ve allí la oportunidad de instalar los negocios que le permitieran ganarse honestamente su vida y la de los suyos. Establece una pulpería que rápidamente prospera, la amplía con un expendio de medicinas y luego una posada. Luego adquiere otras propiedades en los alrededores y una pequeña finca en Cheregüé, en la Zona Baja, para la cría de ganado. Los Hernández Cisneros ven crecer la familia con los 6 hijos: 3 varones y 3 mujeres. También crece su red de relaciones. Josefa Antonia se gana el cariño de todos por sus obras de caridad, su educación, amabilidad y religiosidad, al igual que María Luisa. Benigno es un próspero comerciante reconocido por su honorabilidad, el buen trato a la gente y su generosidad.
La comunidad isnotuense aprecia mucho a esa familia, como lo demuestra la conmoción y el duelo que sufrió cuanto a la muerte de Josefa Antonia el 28 de agosto de 1872. Dos días después, el 30 de agosto, un numeroso grupo de personas asiste al sepelio y circula un escrito que dice: “Por doquier de oyen los gemidos de un pueblo afligido que rodea su cadáver pagando un tributo de gratitud: el uno lamenta la pérdida de su consoladora; la otra llora sin consuelo a su medianera; el huérfano expresa su dolor ante la pérdida de su protectora; la viuda el auxilio a su necesidad; el pobre a la que socorría su miseria”. Igualmente, cuando el 8 de marzo de 1890 muere Benigno, su entierro fue otra manifestación de aprecio de esa comunidad, de Betijoque, Escuque, Sabana de Mendoza y sus alrededores, pues era un excelente ciudadano, trabajador y cristiano ejemplar. José Gregorio se entera en París.
El 16 de noviembre Benigno Hernández se casa en Boconó con María Hercilia Escalona Hidalgo, quien se integra al hogar en la casa de Isnotú, fue cariñosa con los hijos del anterior matrimonio. Igualmente lo hace crecer con 6 hijos más, 4 mujeres y 2 varones.
Todas las teorías sobre la personalidad coinciden en la importancia de los primeros años en la conformación de lo que luego desplegará una persona humana. De la calidad de la gestación, los primeros meses y luego la pubertad, son los tiempos definitivos, que luego irá puliendo la vida adulta. Esos días los pasó el niño José Gregorio en ese pueblo de Isnotú.
Le educación inicial se la debe este niño a su madre Josefa Antonia que era una verdadera santa, muy buena gente y preparada, a su tía María Luisa también una mujer ejemplar, y a su padre Benigno que era un hombre cabal, trabajador y emprendedor. Todos constituían una familia armoniosa, espiritual, religiosa y muy comprometida con la comunidad local. También a su padrino el presbítero Francisco de Paula Moreno.
Sus estudios elementales formales los recibe en la escuela del maestro Pedro Celestino Sánchez, un marino de profesión nativo de Maracaibo, que habiendo sufrido un naufragio se retiró a Isnotú y recibió autorización para fundar ese plantel. Es de imaginarse allí un ambiente lleno de anécdotas y relatos de tierras lejanas, con un maestro de mucha experiencia y con una creativa metodología de enseñanza.
En medio de ese pueblo y ese hogar nació y creció el niño José Gregorio. De este pueblo se fue el 6 de febrero de 1878, a los 14 años, y a este pueblo regresó el 12 de septiembre de 1888, a los 24 años, graduado de médico. Se instala en su casa natal, donde los espera Benigno, su nueva esposa María Hercilia Escalona Hidalgo, sus hermanos, la tía María Luisa y encuentra el calor familiar de la infancia. Y una comunidad que lo recibe con expectativas. Allí organiza el consultorio, aunque su costumbre ya era visitar a sus enfermos, en una especie de vocación de médico familiar. Se impone una rutina de visitarlos diariamente, luego de sus oraciones, desde las 7:00 de la mañana en Isnotú, sale a caballo a atender a los de Betijoque, regresa a almorzar en Isnotú, lee hasta las 3:00 y nueva visita a los enfermos de los dos centros poblados y alrededores, a las 6:00 en casa a la tertulia familiar y a la lectura. Produce una intensa correspondencia con su amigo y colega Santos Aníbal Dominici y otras amistades, y por este medio solicita y recibe libros y revistas de medicina, comenta sus casos y requiere opiniones, expone los asuntos cotidianos y se pone al día con los temas universitarios y de la medicina en Caracas.
José Gregorio Hernández es un activo ciudadano tanto en Betijoque que es la capital municipal y en su pueblo de Isnotú. El Concejo Municipal lo designa “Médico del Pueblo” y tomas diversas iniciativas para la mejora de los pobladores, entre otra la construcción del acueducto.
El 18 de septiembre escribe: “Mis enfermos se han puesto buenos, aunque es tan difícil curar a la gente de aquí, porque hay que luchar contra las preocupaciones y ridiculeces que tienen arraigadas: creen en el daño, en las gallinas y las vacas negras, en los remedios que hacen diciendo palabras misteriosas: en suma, yo no sabía que estábamos tan atrasados en estos países”. El 5 de noviembre escribe: “Ya he comenzado a gustar de las bellezas que tiene la profesión por estos lugares…”.
Visita a Valera, Boconó, Niquitao y otros lugares. Luego de pasar la Navidad con su familia emprende viaje a Mérida en compañía de su cuñado y un ayudante. Visita a Valera donde se detienen y sus amigos lo desmontan y lo comprometen a un baile que organizan para esa noche. Ya había tomado gusto de bailar con las valeranas y lo hace hasta altas horas de la noche, en la madrugada montan las mulas para llegar a Timotes y al otro día parten a Mérida, llegan a la ciudad serrana y se hospedan en la hacienda “La Isla” del escuqueño José Ignacio Lares al lado del río Albarregas y se quedan por 5 días hasta el Año Nuevo, en gratos encuentros con amigos y colegas, bailando y conociendo la ciudad. El 2 de enero salen hacia Ejido, pasan por San Juan de Lagunillas, Lagunillas y pernoctan en Estanques. Al otro día suben hacia Santa Cruz de Mora, Tovar y Bailadores, pasan el páramo de La Negra y llegan a La Grita para hospedarse allí en el prestigioso Colegio Sagrado Corazón de Jesús fundado y dirigido por Mons. Jesús Manuel Jáuregui Moreno. Va a Colón y Michelena.
El día 29 de enero ya se encuentra en Isnotú, reintegrado a sus múltiples actividades. José Gregorio lee mucho y descubre en unos baúles viejos libros de teatro y cultura francesa, escribe y pinta dos cuadros al óleo, uno del Sagrado Corazón de Jesús y otro de Nuestra Sra. del Sagrado Corazón. Se mantiene al día con revistas médicas, con los asuntos de la Universidad y con algunos planes de modernización de la medicina en Caracas. Alimenta desde estudiante la idea de realizar estudios de especialización en Francia, capital mundial de la medicina experimental en esos días, con la Universidad de París y el Instituto Pasteur a la cabeza.
Su obra clínica la desarrolla en este ambiente rural, cuya población sufre de enfermedades que son consecuencia de un ambiente de pobreza e insalubridad: desnutrición, fiebre tifoidea, diarreas, tuberculosis, paludismo, venéreas e infecciones diversas. Atiende heridas y fracturas, envenenamientos, partos y toda clase de emergencias. Aún a media noche, en medio de tempestades, a lomo de mula, va a casa de sus pacientes o les presta atención a cualquier hora a quienes acuden a su casa; a niños y ancianos, mujeres y hombres.
Su papá Benigno y su mamá Josefa Antonia se vinieron del llano a estas montañas trujillanas, huyendo de la guerra federal y buscando la paz que aquí se respiraba, pero ahora eran tiempos de caudillos y de pleitos sin fin entre godos y lagartijos, es decir conservadores y liberales que en el fondo eran lo mismo: gente buscando el poder para servirse de él. Esos hombres a caballo con su peonada a pié, se mataban unos con otros, mientras la mayoría se entregaba al trabajo creador cultivando café y caña de azúcar, cacao y maíz, criando algún ganado y temiendo a la recluta. Y las familias trujillanas entregadas a la crianza de los muchachos al albur de estas irracionales divisiones.
El 18 de febrero le escribe a su amigo Santos Aníbal Dominici: “Por fin como que va a suceder lo que tanto habíamos temido: me dijo un amigo que en el Gobierno de aquí se me ha marcado como godo y que se está discutiendo mi expulsión del Estado, o más bien si me enviarían preso a Caracas; yo pensaba escribirle a tu papá para que me aconsejara en qué lugar de Oriente podré situarme, porque es indudable que lo que quieren conmigo es que me vaya de aquí…” (Este párrafo lo escribe en idioma alemán, por prudencia). El Gobernador de la Sección Trujillo era el General Rafael Linares, “liberal de vieja sepa” como lo calificó el historiador Arturo Cardozo.
El mismo 18 de febrero le escribe a su profesor el Doctor Calixto González donde le exponía todo lo acontecido a nivel personal, profesional y político, dejando claro que se iría a Caracas a resolver con coraje esas oscuras amenazas.
El 3 de abril de 1889 parte a Caracas siguiendo el trayecto acostumbrado, que incluía mula hasta Sabana de Mendoza, tren hacia el puerto de La Ceiba, viaje en piragua por el Lago hasta Maracaibo, luego en barco hasta la isla de Curazao, Puerto Cabello y La Guaira para llegar finalmente en tren a la estación Caño Amarillo de la Capital. “Aquí estamos para recibir al godo de los Andes” le dijo Santos Aníbal Dominici al recibirlo.
El 8 de octubre de 1899 Isnotú es el teatro de operaciones de la batalla más sangrienta de toda la historia del estado Trujillo, entre las fuerzas del doctor y general Leopoldo Batista y el doctor y general Rafael González Pacheco. En sus calles quedan 300 muertos y 700 heridos. Ese año, el 14 de agosto, el Dr. José Gregorio Hernández designó Preparador de la Cátedra de Fisiología al Br. Rafael Rangel, en cuyo cargo permanece hasta el 1 de abril de 1903, cuando renuncia para ocupar la jefatura del Laboratorio del Hospital Vargas. José Gregorio no volvió más a Isnotú y poco a poco se llevó a su familia.