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Un período silenciado de la Historia de Venezuela: gobierno de Isaías Medina Angarita (1941-1945) Parte III

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Miles de personas llenaron las calles de Caracas para despedir al general Medina Angarita el día de su sepelio

In memoriam

Isaías Medina Angarita

Ángel Yoris

Hablar del 18 de octubre de 1945 obliga a referirse a la incursión de los militares en el poder; esta irrupción obedece a diversas razones, sobre ello se han escrito numerosos artículos, libros, investigaciones. Hay un artículo muy pertinente para este que escribimos, titulado “Pretorianismo, legitimidad y opinión pública”, de Herbert Koeneke, que lo tengo como telón de fondo en esta aproximación a la insurgencia militar de 1945.

Koeneke señala que el derrocamiento de los gobiernos civiles por militares suele deberse a diversas causas, entre las que se encuentran las políticas, económicas, burocráticas, organizaciones. Por distintas que ellas sean, poseen un denominador común que es la pérdida de apoyo, la legitimidad.

Cabe entonces preguntarse, ¿en qué momento el gobierno de Medina Angarita pierde la legitimidad? Incluso, podría preguntarse, ¿ciertamente perdió legitimidad?

En mi artículo precedente a este, enfaticé el punto sobre la legitimidad. Hoy, debo recordar que la legitimidad de un gobierno descansa, por una parte, en el apoyo que la colectividad le brinda, en términos de aceptar que puede y debe decidir sobre asuntos de interés colectivo y bajo procedimientos adecuados a normas y leyes vigentes. Es muy importante acentuar que la legitimidad de apoyo no es igual a popularidad: esta puede perderse y, sin embargo, el gobierno puede seguir manteniendo la legitimidad, en tanto siga ejerciendo su función dentro del marco que le pautan las leyes; por otra parte, la legalidad con la que actúa está referida a propósito del ejercicio del poder, y la legitimidad, a propósito de la titularidad; un poder legítimo es un poder cuyo título está fundado jurídicamente; mientras que un poder legal es un poder que se ejerce de acuerdo con las leyes. Así, cuando esta legitimidad falla, además de otras causas, los militares actúan, Koeneke dixit.

En los años que van entre 1941 y 1945 no existían en el país los medios que hoy tenemos para medir la aceptación de un gobierno. Si a este aspecto le sumamos que el gobierno de Medina no había surgido de la votación universal, directa y secreta, se entiende cómo y por qué se ha venido manejando el criterio de la pretendida ilegitimidad para justificar la insurgencia militar del 45.

La prensa de aquellos años es un buen reflejo para ver cuán aceptado o no el gobierno de Medina. En mi libro 18 de octubre de 1945. Legitimidad y ruptura del hilo constitucional analizo detalladamente algunas publicaciones periódicas de importante circulación en el país y se puede inferir, sin mayor margen de error, que la prensa, principal medio que refleja y condiciona a la vez la opinión pública, no revelaba signos de ilegitimidad, entendida en los términos que vengo manejando en esta tríada de artículos. Más bien, recogía una percepción de vida democrática, de crecimiento de la educación política de la población. La libertad de expresión era evidente, igualmente la libertad de manifestación. Las restricciones las he señalado, y, además, existía una fuerte oposición, representada por AD, que, justamente, revelaba un alto grado de legitimidad, en tanto esta oposición estaba aceptando las reglas de juego, aunque no las compartiera.

El argumento “estrella” para justificar el golpe ha sido el origen del mandato de Medina y las elecciones. Muchos politólogos parecen estar de acuerdo en que Medina no era merecedor del golpe; sin embargo, a la hora de justificarlo, muchos invocan tanto el origen del mandato, como la restricción del sufragio. Surge la enfermedad de Escalante, quien había sido aceptado como candidato y se pensaba ir a las elecciones con él, pero, al ser sustituida su candidatura por la del Dr. Ángel Biaggini, brotó de nuevo el argumento sobre la legitimidad de origen.

Debo añadir que es cierto que había debilidad en algunas instituciones y ese era el caso del Congreso Nacional. Ello se evidencia en la negativa a aprobar las elecciones directas.

La mezcolanza de seudoargumentos para justificar el golpe es impresionante. Al leer unas declaraciones de uno de los militares, L. Calderón, capitán de la Aviación, la pregunta que surge es ¿contra quién era el golpe, contra Medina o contra López? Veamos lo dicho por este capitán en el programa La Historia contada por sus protagonistas, testimonio recogido en el libro de Nora Bustamante: “[actuamos] porque temíamos [los militares] que después de Medina volviera López al poder, lo que la juventud militar no podía aceptar”.

Este testimonio hace ver que no se tenía claro qué se pretendía. Supuestamente, los actores de este golpe de Estado insurgieron, porque la Constitución de 1945 no ofreció la reforma electoral que se pedía. Al menos en las declaraciones de Delgado Chalbaud, Rómulo Betancourt y Prieto Figueroa, la razón primordial aducida era la sucesión presidencial y la necesidad de elaborar una nueva Constitución.

Si se ponen en un platillo de una balanza los logros del gobierno de Medina, y, en el otro, los fallos, la balanza se inclina hacia los logros. Sin embargo, el golpe triunfó. Todas las argumentaciones, en favor de la ampliación de los derechos democráticos resultan vacuas, cuando se enfrentan a aspectos que traspasan la línea de la razonabilidad. El gobierno tenía legitimidad, la oposición así lo reconocía y se planteaba luchas para lograr metas en el siguiente lapso presidencial.

Muchos reargumentan que la apertura lograda durante el trienio justifica la asonada. Este es un argumento a posteriori, que nada aporta a la discusión sobre la pertinencia o no de la insurgencia; si se acepta, habría que aceptar también el argumento que se esgrime para decir que la asonada trajo el golpe a Gallegos. Estas conexiones causales no resisten análisis lógico-argumentativos. Obedecen más a conexiones emocionales que a conexiones de razonabilidad.

Quizás Medina debió defender hasta el último momento su gobierno. Ello queda en el terreno de las hipótesis. Recordemos las palabras del general Medina Angarita en Cuatro años de democracia: “Pero algún día, vivo o muerto, la conciencia de Venezuela habrá de decir que Isaías Medina, puesto en la tremenda disyuntiva de defender su persona o ensangrentar su tierra, no vaciló en sacrificar su persona”.

Medina falleció en Caracas, el 15 de septiembre de 1953. Irma Felizola de Medina, su viuda, rechazó el funeral ofrecido por Pérez Jiménez, “Ese muerto es mío y yo lo entierro”, respondió al ministro Vallenilla Lanz.

Miles de personas escoltaron el ataúd, no permitieron que fuese trasladado en una carroza fúnebre; la multitud lo llevó en hombros durante el largo recorrido desde el Country Club hasta el Cementerio General del Sur. Al paso del cortejo fueron lanzadas flores desde los edificios, y al llegar al cementerio, se oyeron miles de voces entonar el Himno Nacional.

Ese homenaje a Isaías Medina Angarita, llevado a cabo en medio de una férrea dictadura, fue la exigencia por la libertad, la decencia y el civilismo, valores que habían sido vulnerados cruelmente. A Venezuela le tocó vivir años muy amargos. De ahí que haya comenzado esta tríada de artículos recordando la máxima napoleónica: “Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”.

Estos escritos son un humilde homenaje a él y a mi padre, Ángel Yoris, su amigo entrañable, quien me animó en vida a investigar sobre este período histórico venezolano.

@yorisvillasana

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