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Un período silenciado de la Historia de Venezuela: gobierno de Isaías Medina Angarita (1941-1945) Parte I

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“Aquel que no conoce su historia está condenado a repetirla”, esta frase se le atribuye a Napoleón Bonaparte, aunque hay referencias a otras expresiones semejantes.  Cuando se reflexiona sobre el sentido de esta expresión, vemos que se refiere a los pueblos que al desconocer su pasado cometen los mismos errores y están destinados a repetir acciones con sus consecuencias. La salida a esta realidad es tener una ciudadanía informada, crítica. En breves palabras, unos ciudadanos capaces de pensar por sí mismos y no dejarse atraer por las sempiternas voces que confunden y arrastran a los ya conocidos despeñaderos de los últimos años. Por ello, en estos momentos cruciales de la vida del país, se vuelve perentorio conocer algunos de los períodos históricos venezolanos que, por muchas razones, han sido celosamente silenciados en los baúles del recuerdo.

Tal es el caso del gobierno del general Isaías Medina Angarita (1941-1945). Voy a examinar algunos hechos claves, a veces ignorados, que configuran una realidad muy distinta a la que han narrado quienes patrocinaron el malhadado dieciocho de octubre de mil novecientos cuarenta y cinco; sucesos que desembocaron en esa fecha y que han sido interpretados como el inicio del período democrático venezolano, produciendo, además, un injusto empleo de la historia como apología política.

Quiero dejar claro desde el principio que no estoy hablando del trienio adeco; ese período, con sus logros y sus reveses, es ampliamente conocido. Sus éxitos como la conquista del voto universal, directo y secreto nadie lo niega.  Mi enfoque va dirigido a unos años atrás y se centra en examinar cómo se gesta el golpe artero a Medina Angarita.

Isaías Medina Angarita nació en San Cristóbal en 1897 y falleció en Caracas el 15 de septiembre de 1953. A 67 años de su muerte, aún resuenan los ecos de su voz cuando dijo: “Yo soy militar, pero jamás militarista; jamás podría mi voluntad inclinarse en favor de una casta privilegiada y mucho menos si esta casta quiere utilizar la fuerza que la nación pone en sus manos para su defensa como instrumento de mando y medio de opresión” (Cuatro años de democracia).

Realizó sus estudios en San Cristóbal e ingresó en la Escuela Militar a los quince años de la que salió en 1914 con el grado de subteniente. Para el año de 1927, ascendió al grado de teniente coronel y trabajó como profesor de Castellano y de Conocimiento de Servicio en la Escuela de Aspirantes a Oficiales, así como profesor de Educación Física en las Escuelas Federales de Caracas, en el liceo Andrés Bello y en la Escuela Normal de Hombre. El ejercicio de la docencia le permitió entablar buenas relaciones con intelectuales liberales y formó parte de algunos grupos con ellos.

Fue el ministro de Guerra y Marina del gobierno del general Eleazar López Contreras. Durante sus años como ministro (1936-1940), Medina fue acusado de fascista y varias leyendas negras se urdieron en torno de él. Todas estas invenciones fueron cayendo por su propio peso.

López Contreras presidió un gobierno donde se comenzaron a dar algunas organizaciones políticas, como fue el caso del partido Unión Nacional Republicana (UNR), el partido Movimiento de Organización Venezolana (ORVE), el PDN. Entre los hechos destacables del período lopecista se encuentra la reducción del período presidencial a cinco años. López convocó las elecciones y, a pesar de todas las predicciones, no se postuló como candidato. Surgió así la candidatura de Medina, también fueron a la elección Rómulo Gallegos, Diógenes Escalante, Luis Jerónimo Pietri y José Izquierdo.

Sobre este momento de elecciones, hay un informe del embajador Frank P. Corrigan al Departamento de Estado de Estados Unidos, donde se lee: “Por primera vez en más de 40 años, este país está disfrutando la emoción de una campaña para la elección presidencial. Aunque el pueblo no tenga voto directo a ella, parece sentir que la expresión dando apoyo público a su candidato puede ser efectiva a través de la escogencia de diputados y senadores, quienes en sesión conjunta se reúnen mañana para elegir dentro de diez días al presidente por cinco años (…) Mientras tanto, los muros de la capital se han cubierto de chillones afiches con manifiestos apoyando o atacando a los dos principales candidatos”. Esa votación dio como resultado: 120 votos a favor de Medina; 13 para Gallegos, 2 para Escalante, 1 para Pietri y 1 para Izquierdo.

Desde la elección de López Contreras se venía discutiendo si el Congreso era o no legítimo, y si era o no legal; cualidades que, a su vez, estaban estrechamente vinculadas con el origen de la Constitución. Sin embargo, tanto en la elección de López, como en la de Medina Angarita, se aceptó la legalidad, en tanto era el marco legal por el que se regía el país. Este punto es uno de los argumentos esgrimidos para hablar de la ilegitimidad de origen de Medina. Aun cuando este supuesto negado se aceptase, Medina tuvo legitimidad de desempeño, como pocos presidentes lo han tenido en la historia reciente del país.

Polanco Alcántara llama “el momento más satisfactorio” al acto en el cual López Contreras le entregó el poder al general Medina; quien declaró que el acto más trascendental con el que habría que culminar su administración y constituiría motivo de orgullo para los defensores del régimen y para él mismo sería la entrega del poder a su legítimo sucesor, siguiendo el ejemplo dado por el general López Contreras. Pero Medina no tendría su “momento más satisfactorio”: no pudo entregar el mando presidencial a su sucesor.

Trajeado con frac, no usando el uniforme militar, Isaías Medina Angarita asumió la primera magistratura el 5 de mayo de 1941. Este gesto, que parecería insignificante, tenía y sigue teniendo un profundo simbolismo. Para 1945, la población venezolana no estaba acostumbrada a ver al presidente de los Estados Unidos de Venezuela trajeado de civil. Fue López Contreras quien inauguró esta modalidad y, con ella, una nueva visión de los papeles que debían desempeñar los poderes civiles y militares.

El espacio no me alcanza para hablar de los distintos logros de este período histórico. Pero quiero resaltar que Isaías Medina Angarita impulsó significativas disposiciones de bienestar social. Entre ellas, puedo citar la creación del Instituto Central de los Seguros Sociales, la consolidación de los salarios mínimos; se abolieron los horarios nocturnos en algunas industrias; se reformó parcialmente la Ley del Trabajo. A Medina le correspondió llevar a cabo la reforma de la Ley de Hidrocarburos, que se aprobó el 12 de marzo de 1943 y se mantuvo vigente hasta 1975, cuando se llevó a cabo la nacionalización petrolera y se le hicieron algunas modificaciones, hasta que, en 2001, se reformó de nuevo.

Como si estos avances fuesen pocos, durante su presidencia Medina realizó una profunda apertura democrática, dando así oportunidad de cotejar las diferentes tendencias y, además, la libertad de expresar opiniones heterogéneas, referidas a la nación, a su conducción y todo aquello relacionado con los problemas del país y a los sucesos internacionales, como fueron todos aquellos referidos a la Segunda Guerra Mundial. Eso se consiguió gracias a la legalización de los partidos políticos, entre los cuales destaca Acción Democrática, que venía de ser el Partido Democrático Nacional (PDN) del período lopecista. Hace dos días, 13 de septiembre, Acción Democrática celebró sus 79 años de existencia.

Aun así, la oposición a su gobierno por Acción Democrática era sumamente fuerte. Hay un hecho que suele pasar inadvertido en las pocas publicaciones que se hacen sobre este período gubernamental y es la Convención Nacional de Trabajadores, inaugurada en marzo de 1944. En esta convención estaban representados cerca de 100.000 trabajadores y, entre sus objetivos, se encontraba la refundación de la CTV, la discusión sobre el Seguro Social, la Ley del Trabajo, la Reforma Agraria y la participación de los trabajadores venezolanos en el Congreso Mundial que se celebraría en junio de 1944. La presencia de Lombardo Toledano, presidente de la Confederación de Trabajadores de América Latina, CTAL, apoyado por los comunistas, daba un claro indicio de la presencia comunista. No puede olvidarse que la Constitución vigente proscribía al Partido Comunista en su inciso VI. Medina había sido fuertemente presionado por esto, pero no cedió y permitió que se celebrara la convención.

Al final de la jornada de instalación, Ramón Quijada planteó varios puntos, en los que destacaba que debía propugnarse que el secretario general debía ser independiente; así como también solicitó que hubiese un equilibrio en las fuerzas representadas en la convención, con el fin de evitar predominio de unas sobre otras. Juvenal Marcano objetó la propuesta de Quijada y argumentó que la representación no debería estar unida a los partidos, sino a la relación de fuerzas en el campo sindical. Como se pidió un conteo de la presencia de comunistas, se obtuvo el dato de cuántos estaban presentes. Quijada abandonó la reunión. Varios miembros de Acción Democrática fueron al diario Ahora y dieron la “noticia bomba”. La convención hubo de ser disuelta por la presencia comunista. Este hecho ha sido negado hasta la saciedad por Acción Democrática, pero los escritos de Miguel Otero Silva en El Nacional dejan claros muchos hechos que han querido negarse.

Lo importante de esta disolución de la convención es que le quitó un punto de apoyo a Medina. El movimiento sindical, fuertemente dominado por Acción Democrática después de la disolución, siguió la línea de combate del partido en contra del gobierno. Todos estos hechos condujeron al golpe de Estado del 18 de octubre de 1945, protagonizado por un grupo de las Fuerzas Armadas y Acción Democrática.

En Historia de la Venezuela Política Contemporánea, su autor, J. B. Fuenmayor escribe: “La reacción y los militares profascistas, al obligar a Medina a un acto tan ignominioso como la disolución de la asamblea, ocasionaron la caída del régimen”.

Seguiré sobre este tema en el próximo artículo.

@yorisvillasana

 

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