El triunfo, con 30% de la votación, de Javier Milei en las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) en Argentina, hay que asumirlo como la respuesta de un grueso sector de los decepcionados e ‘indignados’ ante los reiterados fracasos de los políticos, en particular a los pésimos gobiernos y a la corrupción del ala más notoria y descompuesta del peronismo: el kirchnerismo.
Milei, quien al parecer se complace con que lo llamen ‘El Loco’, es de esas figuras extravagantes que irrumpen o se mantienen en la escena política, sin promover o formar parte de una organización surgida del debate, la afinidad de aspiraciones y la maduración colectiva de un cuerpo de ideas y proyectos de cambio. Encarna la clase de personajes que se consideran predestinados a dirigir transformaciones radicales promovidas por la fuerza de sus ideales y convicciones, muchas de ellas a contrapelo de las evidencias empíricas, de experiencia o el simple sentido común. Lo importante es que le sirvan al profeta para convocar seguidores y diferenciarse del resto de los actores del escenario.
La incorporación plena de Milei a la política es reciente. Apenas fue en 2021 cuando ganó la diputación nacional por Buenos Aires. Había adquirido notoriedad como economista defensor de las tesis de la Escuela Austríaca. Se autodefine como anarcocapitalista, cosa que en Argentina significa un enorme desafío debido al arraigo del populismo y el intervencionismo estatal promovidos desde hace ocho décadas por el peronismo. Sin embargo, lo que lo convirtió en una personalidad de relieve público fueron sus destempladas opiniones en un programa radial de entrevistas que dirigía. En él se complacía emitiendo juicios agresivos y, en numerosas ocasiones, desconsiderados contra sus contertulios. El señor Milei no intenta acompasar la cortesía con la valentía.
Sus propuestas económicas liberales –dotar a Argentina de una sólida economía de mercado, en la que los precios se fijen de acuerdo con la libre competencia y la productividad entre los empresarios, con una participación marginal del Estado- van acompañadas con una buena dosis de pensamiento conservador y hasta reaccionario. Por ejemplo, niega el cambio climático, sin tomar en cuenta todos los datos objetivos que indican el abrupto crecimiento del calentamiento global en el planeta durante las décadas recientes. Como solución al problema de la inseguridad ha llegado a plantear que los ciudadanos se armen, de modo que cada persona se transforme en responsable de su propia sobrevivencia, con lo cual se corre el riesgo de crear una sociedad en la que el Estado renuncia a cumplir con una de las funciones fundamentales que lo justifican: velar por la vida y resguardo de los bienes y los habitantes. La huella de la Asociación Nacional del Rifle norteamericana, de Donald Trump y Jair Bolsonaro se nota a lo lejos.
Entre sus proposiciones económicas más destacadas sobresale la eliminación del Banco Central argentino, vieja aspiración de muchos liberales. La experiencia indica que los bancos centrales no constituyen rémoras cuando gozan de independencia respecto del Gobierno central. Cuando no funcionan como una oficina subalterna del Ejecutivo, como en Venezuela. La Reserva Federal, el banco central norteamericano, ha logrado reducir el impacto de la crisis provocada por el coronavirus, especialmente la inflación, interviniendo de forma progresiva y moderada en la fijación de las tasas de interés. Un efecto equivalente ha logrado el Banco Central europeo. Tanto Estados Unidos como Europa muestras tasas de crecimiento que reflejan el efecto benefactor de esa intervención de órganos estatales que poseen autonomía funcional.
No entiendo cuál es el afán de plantear la eliminación de los bancos centrales. Pero, en todo caso, esa medida en una democracia solo puede ser el resultado de un proceso de consultas en el que participen el Parlamento y los actores sociales que se verían afectados. No corresponde al Presidente adoptarla de forma unilateral. El conflicto institucional que podría desatarse sería de dimensiones cataclísmicas.
Otro tema crucial se relaciona con los programas y la política social. Milei considera que la desigualdad se encuentra asociada a niveles de producción y productividad muy bajos, y a formas de intervención estatal que desestimulan el emprendimiento, coartan la propiedad privada y terminan convirtiendo a los países y las sociedades en colectivos tremendamente ineficientes. Los programas compensatorios que no estén dirigidos a grupos en extrema vulnerabilidad (niños o ancianos abandonados) constituyen dádivas que perpetúan la miseria y debilitan la fibra productiva autosuficiente que debe poseer toda nación. Los mecanismos de distribución del ingreso tienen que basarse en la remuneración al trabajo y, por lo tanto, los sueldos deben fijarse de acuerdo con la productividad de los trabajadores. Aunque puede compartirse la tesis, nada de esto puede lograrse sin la participación de los sindicatos.
En una nación como Argentina, pionera en el mundo en luchas obreras, donde ya en el siglo XIX se habían formado grandes gremios con una sólida capacidad de presión y negociación, no sé cómo va a hacer Milei para entenderse con fuerzas tan poderosas. De no hacerlo, la nación se hundiría en el caos provocado por las protestas continuas.
Milei, aunque no le resultará fácil, podría convertirse en presidente. De no entender que la democracia constituye el arte de gobernar en medio de diferencias notables, se trasformará en un serio peligro para Argentina. Las figuras providenciales suelen destruir las naciones. Perón, Castro, Chávez y, ahora, Trump integran una pequeña muestra de esa galería.
@trinomarquezc