Comienzo por señalar las cosas en las que estamos plenamente de acuerdo a la hora de evaluar el resultado de la presencia en el poder de quiénes defienden la llamada fórmula del socialismo del siglo XXI.
Estamos de acuerdo en que en esta fatídica era se ha destruido deliberadamente la economía nacional, imponiendo un récord mundial en la caída estrepitosa del producto interno bruto. El desplome supera los 74 puntos del PIB, una cifra realmente insólita. La consecuencia de semejante descalabro es la condena a la hambruna de millones de seres humanos, al extremo de que al día de hoy Venezuela aparece ocupando el doloroso primer lugar como el país con mayor nivel de miseria del mundo.
También coincidimos en decir que en Venezuela se ha desbaratado el sistema jurídico: no se respeta la Constitución Nacional, se violan flagrantemente las leyes o se modifican códigos, de acuerdo al antojo del dictador de turno, al mismo tiempo que la degradación de los poderes raya en la extravagancia por la manera descarada como son manipulados para favorecer esquemas tiránicos. Desde hace bastante tiempo se sabe que si algo brilla por su ausencia en Venezuela es el principio de la separación de poderes.
En otro análisis en el que se concuerda es el que da por descontada la presencia de funcionarios cubanos que “están metidos hasta en la sopa” en nuestro país. No hay guarnición militar en donde un efectivo castrista no mande a los militares venezolanos. Otro hecho más que comprobado es que efectivos de origen ruso, chino, iraní y turco, igualmente “se pasean como Pedro por su casa” en el territorio venezolano. Vale decir que la soberanía nacional está más mancillada que nunca en esta fase en que el chavomadurismo ha bajado la guardia al extremo de poner en riesgo nuestra zona en reclamación en el Esequibo.
Nadie deja de admitir que Venezuela va a la deriva de un Estado forajido porque las bandas delincuenciales controlan zonas territoriales. Las cárceles las gobiernan los llamados pranes, mientras que los tentáculos de la narcoguerrilla y el terrorismo se entronizan en los cuatro costados del país. Dicho de otra manera, la economía oscura tiene en esos grupos delincuenciales a sus agentes preferidos.
Todo el mundo admite que ese régimen ha destruido los servicios públicos y ha evidenciado su incapacidad para manejar la pandemia que nos afecta. No hay rendición de cuentas, no existen informes creíbles de los resultados de las medidas aplicadas ni de las bajas que va dejando a su paso la COVID-19. Todo eso refuerza el convencimiento compartido de que en Venezuela no se respetan los más elementales derechos humanos, tal como consta en los más calificados y documentados informes dados a conocer por la ONU, la OEA, la UE y reconocidas organizaciones no gubernamentales.
Tampoco nadie se atreve a negar que el régimen que usurpa los poderes en Venezuela acusa un contundente rechazo de más de 85% de los ciudadanos que claman por su clausura. Tampoco niegan la acusación de que Maduro ha organizado fraudes electorales para seguir controlando las instituciones de la nación, al mismo tiempo que más de 60 gobiernos del mundo libre los han caracterizado como ilegitimo. Pero lo lamentable es que mientras se confirman esas realidades hay quienes se empeñan en darle a Maduro una tablilla de salvación para que se mantenga en el poder, mientras que la estrategia concebida para ponerle fin a esa desgracia retrocede unos pasos. Es más que urgente entonces que coincidamos, de una vez por todas, en la estrategia indispensable para salir de esa terrible crisis, porque mientras cada quien agarra su propia vereda, Venezuela seguirá presa de semejante corporación criminal.