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Abril 29, 2025


Un par de locos en el oriente asiático

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En el curso de la Semana Mayor, luce pertinente el recentísimo libro de un título comercialmente impactante que, además, bajo el sello de Random House, le ha facilitado al autor una febril promoción. Los entendidos lo refieren como una novela de no ficción cual rompecabezas del viaje papal a Mongolia, quien – quizá sin saberlo– cumplió un itinerario adicional trazado por Javier Cercas hacia sí mismo y una enigmática profesión de fe que consiste en no tenerla; valga el detalle, “una confesión obligatoria: soy escritor porque perdí la fe” (pág. 27).

Se dirá que dos locos anduvieron por el extremo asiático entre septiembre y agosto de 2023, y, uno de ellos, que reivindicó de nuevo su oficio con el testimonio susceptible de una maliciosa interpretación lacaniana antes que balance noticioso de una difícil tarea pastoral: “De modo que aquí estoy yo, ateo y anticlerical, laicista militante, racionalista contumaz e impío riguroso, volando en dirección a Mongolia con el anciano vicario de Cristo en la Tierra, esperando que termine de saludar a los vaticanistas y que llegue mi turno para poder interrogarle sobre la resurrección de la carne y la vida eterna, para que me diga si mi madre verá a mi padre más allá de la muerte, para escuchar su respuesta y llevársela a mi madre. He aquí un loco sin Dios persiguiendo al loco de Dios hasta el fin del mundo” (221).

Tratamos de una singular perspectiva que adquiere la fe, por razones enteramente culturales, ya que procedemos simultáneamente de Atenas y Jerusalén, manifestándose por una suerte de catolicismo no cristiano, o sin Cristo, aunque parezca un disparate. Nada casual, la España natal de Cercas encabeza el índice europeo de secularización, reseñado días atrás por el conocido padre Santiago Martín, exponiendo un escenario más de lidia con los principios y valores occidentales de una presunta decadencia.

Faltan mayores respuestas eclesiales a la sostenida interpelación de quienes, en el fondo, desean fervientemente creer, pero las urgencias de la vida cotidiana las impiden fluidas y consistentes. Sentimos que, en Venezuela, por ejemplo, hemos vuelto a las devociones que flaquearon entre finales del siglo anterior y un buen trecho del presente, dado el sincretismo interesado del discurso del poder. No obstante, en medio de la denominada crisis humanitaria compleja, la Iglesia se ha hecho más misionera y cercana, competida –a veces, deslealmente– por otras creencias organizadas y sectas, aunque ha mermado su aporte respecto a la importantísima inquietud y reflexión teológica, cada vez más encarecida la formación académica dentro y fuera del país.

Si se quiere, Javier  responde a una particular tradición religiosa resueltamente franquista que lo hace hipotéticamente más anticlerical que antifranquista. Por ello, en un sentido, podemos hacerle una observación semejante al reparo que le hizo a Bertrand Russell impedido de apreciar la época de la “insurrección conceptual de Cristo” en cuanto al respeto y afecto que merecen todos los seres humanos (41), pues, el mayor de los peligros es que la Iglesia naufrague en la confusión generalizada de las sociedades crecientemente despersonalizadas; y, en otro, al asumir que Francisco I actúa como un cura y misionero en lugar de la altísima prelatura que representa, como si fuesen términos incompatibles.

En este lado del mundo, precisamente, echamos de menos al conductor universal, porque siendo tan enfático en su crítica respecto a los países bajo la democracia liberal, ha guardado un ya imprudente silencio con relación a las consabidas experiencias de Nicaragua, Cuba y Venezuela, como la matanza de cristianos en África por no hablar de lo que ocurre en los países de un radical islamismo. Y, por este exceso de moderación, compartiendo la idea del burdo esquematismo izquierda-derecha, o de que su peronismo fue ambiental y contrastante con los inconvenientes que tuvo con los  Kirchner (50 s., 481), hay un malestar inocultable con posturas que tienen una inevitable proyección política, no otras que las de Jorge Mario Bergoglio.

Celebramos que, junto a los setenta periodistas que hicieron el viaje papal,  haya sido invitado el escritor que entrega ahora una pieza de magistral combinación de la crónica y el ensayo, de lo biográfico y lo autobiográfico; el país desconocido, asimismo se ve reflejado en la ilustración de portada realizada por José David Morales. Y es que, Javier Cercas, bien lo ha expresado: “…Antes de emprender el viaje a Mongolia yo no era consciente de su significado geopolítico, y que fue el propio Papa quien terminó de persuadirme de la importancia de éste con su cabriola final en la misa del Steppe Arena” (428)“.

@Luisbarraganj

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