Mucha gente piensa así. Venezuela está resignada a sobrevivir bajo el control de la hegemonía despótica y depredadora, y en general se perdió la esperanza de cambio, y lo que queda es la emigración, el rebusque, la delincuencia lucrativa, incluyendo el enchufe…
Todo lo cual nos hunde todavía más en un abismo. En verdad no faltan motivos para la resignación. En medio de un aumento dramático de la pobreza y sobre todo de la desigualdad, la política de protesta no parece moverse y muchos de los llamados a representar y conducir el cambio político están acomodados a tan lamentable realidad.
Sería una especie de negación absurda el desconocer estos hechos, pero, así mismo, sería una especie de derrotismo cobarde el considerar que los mismos están petrificados y que no se pueden modificar en sentido positivo.
El cambio político, económico y social, por el camino de la democracia y el progreso efectivo, no solo es necesario para que Venezuela recupere su viabilidad de país independiente y logre desarrollar su inmenso potencial, sino que también es posible.
Esa premisa debe repetirse sin cansancio, a la par de otra: lo que beneficie a la hegemonía perjudica al conjunto nacional. No habrá cambio para bien sin lucha esforzada. Y la Constitución formalmente vigente es muy amplia al respecto.
La resignación es un factor que favorece a un régimen que suscita un vasto rechazo. Esa paradoja debe denunciarse, para que el país tome conciencia de que tiene la fuerza para salir adelante. Y que proceda en consecuencia.