En lo que fueron los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, Europa vio la anexión de Austria casi como algo natural, o como si se tratara de la plena reunificación de la nación alemana, sin que hubiera ninguna reacción de condena a ese hecho. Posteriormente, cuando Hitler invadió Checoslovaquia, el primer ministro inglés, Neville Chamberlain, buscando excusas para no intervenir en el conflicto, decía que Checoslovaquia era un país lejano, del que sabíamos poco. Con ello, se quería manifestar dudas sobre la pertinencia de que una nación mandara a sus hijos a morir en tierras lejanas, para defender la integridad territorial de otro país. Por supuesto, estaba, también, el deseo ingenuo de ceder, para evitar que el conflicto escalara a uno de mayor envergadura. Pero lo cierto es que, envalentonado y confiado en que podía salirse con la suya, el Putin de esa época incrementó la apuesta, reclamando -cada vez más- nuevos territorios y nuevas concesiones del resto de Europa. Esa situación parece calcada de lo que hoy está sucediendo con la invasión rusa en Ucrania.
Ucrania es, sin duda, un país lejano, del que sabemos poco. Para los ingleses, es todavía más lejano de lo que era Checoslovaquia en 1939, y ni que decir de lo lejos que está de los Estados Unidos. Pero no podemos esconder la cabeza como el avestruz y pretender ignorar lo que hoy está en juego. Las lecciones de la historia indican que ceder en Ucrania no va a detener al nuevo zar de Rusia, del mismo modo que una renuncia de Ucrania a lo que es parte de sus derechos como Estado soberano -comprometiéndose a no ingresar a la OTAN o a la Unión Europea- tampoco es una garantía de paz. Capitular ahora no va a frenar las ansias expansionistas del Atila del siglo XXI, ni va a evitar la escalada del conflicto.
Tampoco se trata de canjear territorio por la paz de los cementerios. A fin de cuentas, lo que está en juego es mucho más que el territorio o la existencia de un Estado soberano, o un nuevo equilibrio del poder. Lo que hoy está amenazado es, entre otras cosas, esa relativa convivencia civilizada que habíamos logrado, y que -con sus altos y bajos- se manifestaba incluso en medio de los conflictos armados. Desde la batalla de Solferino, el mundo había dado pasos significativos para poner límites a la forma de conducir las hostilidades, protegiendo a los civiles y a los no combatientes. Ahora, el moderno rey de los hunos siembra el terror en forma indiscriminada, asesinando a mujeres, ancianos y niños, atacando zonas residenciales, bombardeando hospitales infantiles, y dirigiendo sus misiles en contra de instalaciones civiles de las que no se salvan ni siquiera las plantas de energía nuclear. Ucrania está muy lejos; pero los efectos de la devastación podrían llegar hasta nuestros hogares, no solo en la forma de imágenes dantescas, que ofenden la conciencia de la humanidad, sino con consecuencias catastróficas para nuestro estilo de vida, para nuestras libertades, y para nuestra propia supervivencia.
Bajo el mando de Putin, Rusia ha violado todas las normas de humanidad, de moralidad, de decencia y de Derecho Internacional que se puedan imaginar, comenzando con el envenenamiento de líderes opositores. Rusia ha violado la prohibición del uso de la fuerza en contra de la integridad territorial de Ucrania, apoderándose, primero, de la península de Crimea, y ahora de dos provincias adyacentes a su frontera (Donetsk y Luhansk), a las cuales ha reconocido como Estados independientes, y que controla con gobiernos títeres. Rusia ha violado la Carta de la ONU al hacer uso de la fuerza armada para atentar en contra de la independencia política de Ucrania, pretendiendo que ésta renuncie a su derecho a formar parte de la OTAN o de la Unión Europea, y que sustituya al gobierno de Zelenski por alguien que sea aceptable para el Kremlin, y más dócil a sus demandas. Rusia ha violado las leyes de la guerra, utilizando armas prohibidas, y ha violado el Derecho Internacional Humanitario, atacando a la población civil. ¿Es necesario algo más para que la sociedad internacional reaccione en defensa de un pueblo que está siendo aniquilado?
Por parte de diversos Estados y organizaciones internacionales -incluyendo a la Asamblea General de la ONU-, ya ha habido sesudas declaraciones de condena a la invasión rusa y de solidaridad con el pueblo ucraniano. Pero, ¿qué más hay que esperar para pasar de las palabras a los hechos, y para detener una masacre y auxiliar a una población que lo ha perdido todo? ¡No basta con observar desde un palco, y aplaudir el coraje de Zelenski y de los ucranianos que están resistiendo una agresión demencial!
Por supuesto, no es sencillo decir cuál es la respuesta apropiada para detener la insania de quien está dispuesto a incendiar el mundo, y que ha llegado a amenazar con recurrir al uso de armas nucleares para obtener lo que quiere. Pero no parece que la solución sea asumir el papel de Chamberlain y mirar parar otro lado, como si se tratara de un asunto menor que, por lo demás, no es con nosotros. Ahora, la excusa es que no hay que permitir que el conflicto se extienda más allá de Ucrania. De acuerdo. Pero, ¿nos están diciendo que, con tal de no avanzar a otros países, las tropas rusas pueden masacrar a los ucranianos? Eso es un pacifismo de fachada, que alienta el expansionismo (ruso o de quien sea), y que nos hace cómplices de un crimen horrendo.
Me parece que no fue acertado, de parte del gobierno de Estados Unidos, advertirle a Putin que, si invadía Ucrania, habría “sanciones económicas” muy severas. Al no indicar que habría una respuesta proporcionada y equivalente, tengo la impresión de que ese fue el mensaje equivocado. Si hubiera habido una advertencia muy firme de que esta agresión no se iba a tolerar, y que Occidente estaba dispuesto a recurrir a todos los medios indispensables para impedirla, tal vez Putin lo hubiera pensado dos veces. Ahora, cuando la agresión ya se ha producido, tampoco me parece que ayuden las idas y vueltas del gobierno alemán, anunciando, primero, que se va a cortar la compra de gas proveniente de Rusia, y luego decir que lo van a pensar.
Tal vez, cuando las fuerzas invasoras lleguen a nuestras propias fronteras, ya será demasiado tarde. La respuesta de la OTAN y de las potencias occidentales, dejando sola a una nación que está siendo masacrada, está dando el mensaje equivocado, y está sugiriendo que Putin se puede salir con la suya. Las sanciones económicas, por severas que sean, no parecen ser suficientes, o no están produciendo los resultados inmediatos que la situación requiere. El ejército ruso sigue avanzando, y las víctimas civiles siguen aumentando. Mientras tanto, el mundo civilizado -a través de la Banca- ha suspendido, en Rusia, el uso de VISA y MasterCard. ¡Está muy bien! Hay que celebrar que empresas e individuos hagan lo que esté de su parte para hacerle sentir al Führer moscovita el repudio a sus crímenes. Pero, ¿no se supone que nuestros gobiernos deberían hacer algo más, que demuestre nuestro compromiso como naciones con la defensa de valores que creíamos universalmente compartidos, que refleje nuestra solidaridad activa con quienes están siendo agredidos, y nuestra firme determinación a poner freno a ese ataque armado demencial? ¿Vamos a dejarlo todo en manos de los individuos y las empresas? ¿Realmente somos rehenes de Putin y tenemos que resignarnos a que, por ahora, acabe con la seguridad de todos y mate a otros miles de seres humanos que parecen no importar?
Queda por saber qué pueden hacer los propios rusos para reparar este entuerto, y cómo es que han permitido que, en su nombre, una persona que no parece estar en su sano juicio pueda haber ordenado operaciones militares como las que hoy están teniendo lugar en Ucrania. ¿Cómo es posible que una persona en ese estado de delirio mental pueda tener el control de los botones que pueden desatar una guerra nuclear? ¿Es éste un asunto que también es indiferente para la dirigencia política y militar rusa? ¿Tan absoluto es el poder que Putin tiene de esa nación? ¿No hay nadie que pueda detenerlo? ¿Permitirían a un chofer borracho conducir un autobús escolar? Después de la crisis de los misiles cubanos, a Nikita Khrushchev lo sacaron discretamente, por la puerta trasera. ¿Será ese el destino de Putin, o es que a los rusos también les da lo mismo?
Sin duda, Ucrania es un país lejano, del que todavía sabemos poco. Pero sabemos lo suficiente como para demandar de nuestros líderes una acción más enérgica para salvar vidas, para defender la libertad de todos y para impedir que la barbarie logre imponerse.