El 31 de octubre de 1958, unos meses después del derrocamiento de la dictadura de Pérez Jiménez y poco antes de las elecciones presidenciales que se celebrarían ese mismo año, los principales partidos democráticos venezolanos firmaron un acuerdo de gobernabilidad que se haría célebre por su efectividad. Se trata del famoso “Pacto de Puntofijo”. Aun cuando muchos lo recuerdan como una alianza para gobernar el país, una vez hubiese llegado a la Presidencia de la República alguno de sus firmantes, este pacto incluía también, y de manera muy importante, el compromiso con un código de conducta previo a la llegada al poder. Se trataba principalmente del apoyo, respeto y acatamiento de a los resultados que habrían de producirse en los comicios nacionales. Tal cosa era muy necesaria debido a las serias amenazas que acechaban al nuevo sistema democrático que trataba de imponerse. Era crucial asegurarle la mayor legitimidad posible al mecanismo mediante el cual aquel surgiría.
64 años después de aquel pacto, las fuerzas democráticas venezolanas se aproximan nuevamente a una potencial coyuntura electoral, a partir de la cual, al menos teóricamente, estaría planteada la posibilidad de restaurar la democracia en el país. Las diferencias entre una coyuntura y otra no pueden ser mayores. Baste mencionar una sola: en 1958, se trataba de un evento electoral que se iba a celebrar habiendo sido la dictadura ya derrotada. En esta oportunidad, la dictadura se encuentra en el poder. Aun así, a pesar de esa y otras diferencias significativas entre una y otra coyuntura, hay algo que aprender de lo que en aquel momento hicieron Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. ¿De qué se trata?
La oposición venezolana está considerando la organización de unas primarias para elegir un candidato unitario que habría de enfrentarse al régimen en las elecciones presidenciales que se celebrarán eventualmente en 2024. Una parte importante de quienes promueven esta iniciativa son conscientes de que las posibilidades de contar con un proceso electoral medianamente libre y transparente son hoy remotas, por decir lo menos. A pesar de eso, promueven esta iniciativa convencidos de que ella puede servir al logro de dos objetivos importantes: uno, estimular la organización y movilización de la sociedad venezolana y de sus fuerzas democráticas y, dos, decidir sobre el liderazgo de la oposición, hoy seriamente fragmentado. En otras palabras, el objetivo más importante de las primarias sería el de la organización y fortalecimiento mismo de la oposición, como condición necesaria para desplazar a la dictadura del poder, no se sabe hoy exactamente cómo ni cuándo. Lo que esas primarias estarían tratando de garantizar o mejorar, en primer lugar, es la propia gobernabilidad de la oposición.
Este objetivo pudiera no materializarse si quienes impulsan las primarias no internalizan y asumen plenamente lo que estas significan. Unas primarias son por definición unas elecciones entre candidatos que comparten o tienen posiciones comunes sobre los asuntos más importantes que afectan a la sociedad de que se trate. Son posiciones comunes frente a la de los adversarios. Se supone que las diferencias entre ellos son menores a las que los separan de los otros. Se supone por tanto que quienes participan en unas primarias lo hacen bajo el compromiso y la convicción de seguir y apoyar a quien resulte ganador, pues este es quien, de acuerdo con los resultados de la votación, mejor representaría las posiciones de todos ellos. ¿Se encuentran en ese nivel de convicción y compromiso los potenciales candidatos a las primarias de la oposición en Venezuela? ¿Aceptarían los partidos del G3 a Juan Guaidó como candidato? ¿Aceptarían a María Corina? ¿Aceptarían Juan Guaidó y María Corina a un candidato del G3, digamos, Manuel Rosales o Henrique Capriles? Pero es que no solo tendrían que aceptar a quien ganara esas primarias; tendrían que entregarse en alma y corazón a apoyarlo, a trabajar con él, si es que ese candidato va a tener algún chance en unas elecciones generales.
La oposición ha nombrado una comisión de personas muy solventes para organizar las primarias. Esa comisión tiene una gran cantidad de asuntos complicados, logísticos y de otro orden que resolver; por ejemplo, el de la participación de los venezolanos en el exterior. Pero hay otros asuntos que van más allá de la comisión y que dependen enteramente de los dirigentes políticos; principalmente de aquellos que sean precandidatos en esas primarias: ¿cómo lograr que esas primarias no sean simplemente un nuevo torneo de ataques y descalificaciones que deje a la oposición en una situación peor de la que se encuentra?; ¿cómo lograr que objetivos comunes de apoyar y fortalecer las luchas y reivindicaciones populares se cumplan?; ¿cómo lograr que el efecto agregado de esas primarias sea el de insuflar esperanza en los venezolanos? Para que todo eso sea posible se necesita que los principales dirigentes de la oposición hagan un ejercicio extraordinario de magnanimidad. Les conviene hacerlo. Nadie creerá en sus promesas de respetar los resultados de una consulta en la que se acusan mutuamente de vendidos, corruptos e incompetentes. Quiéranlo o no, los dirigentes de la oposición están obligados a reivindicarse, en algún grado, como colectivo. Están obligados a presentarse como una alternativa mejor al régimen. Esa fue la fuerza que proyectó el Pacto de Puntofijo y es la misma fuerza, o una aún mayor, que necesitan proyectar los dirigentes de oposición hoy. No es fácil, pero es el único camino que tienen. ¿Habrá alguno de ellos que tome la iniciativa de proponerlo ya?
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