OPINIÓN

Un oasis de utopía, narrado con arte y sinfonía

por Carlos Ojeda Carlos Ojeda

A los maestros, cuya vocación trasciende

los límites de la enseñanza académica

Desde los sumerios, el hombre ha querido comunicarse ante la necesidad de convivir en grupos sociales. De igual manera ha querido –aparte de interactuar con el lenguaje– dejar registro de sus experiencias, para dejarlo como herencia a posteriores generaciones. La evolución de la pictografía, los ideogramas y la escritura cuneiforme, dio origen al alfabeto griego y a los textos literarios.

Los recuerdos que he vivido complementan –junto a los libros– mi imaginación desde la infancia hasta la adolescencia. El leer ha sido parte de mi formación, integrándose con esa facultad para vivir y ser feliz. Mis padres, maestros cultos y sencillos. Irreverentes habitantes de una geografía bucólica, negados a estancarse en ella. Formaron una pareja empeñada en dejar como un legado el  gran algoritmo de la nivelación  social. ¡La educación!

Quiero volver a mi niñez para tener la inocencia de emocionarme con la llegada del Niño Jesús. Quiero volver a las aventuras que vivía –consciente y a plena luz– al caminar hacia la escuela, luego de leer La fábula de la liebre y la tortuga, Platero y yo, La Cenicienta o El Principito. Quiero soñar como en mi adolescencia: enamorarme de la princesa Sherezade, rescatar a Rapunzel, viajar al centro de la Tierra o simplemente transportarme con Alicia al País de las Maravillas.

Quiero volver a descubrir la filosofía en el Libro de Sofía, llenarme de un coraje inédito al leer Matar a un ruiseñor o recorrer el mundo con La vuelta al mundo en 80 días. Vivo añorando las historias épicas de Homero. Trato de entender desde siempre, como los infiernos descritos en la obra de Dante, forman parte de la imaginación de los católicos, creyentes en la Biblia, surgida desde el Concilio de Nicea. Disfruto soñar: Sueño de una noche de verano, con historias, dramas y esas tragicomedias de Shakespeare. Palpita mi corazón al ser parte de las heroicas parodias legendarias descritas por Miguel de Cervantes en su Quijote. Anhelo el mundo que describió Hythloday en la novela de Tomás Moro, quien junto con Lutero y Maquiavelo complementan ese viaje que en el tiempo me plenaron de ideología, de instrucción y de idealismo.

Revivir los clásicos literarios en la historia sería un contrasentido si no incluyese otras artes que complementan el viaje en la nave de los libros. Recordar cómo el Orfeo de Seikilos y los cantos gregorianos de la iglesia en la época medieval evolucionaron del unísono a la polifonía –de la música marginal que incluye la iniciativa cantautora de Jhon Dowland hasta L’Orfeo de Monteverdi–. Esos son los sonidos que me transportan a los tiempos de Bach. ¡Ave Maria!

Tiempos inmemorables, donde también las artes pictóricas, el teatro, las danzas y la escultura, renacieron por primera vez, desde la cuna de la civilización occidental –la Acrópolis de la cultura universal– Grecia. Renacimiento donde Rafael, Miguel Ángel, Donatello y Da Vinci, serían los máximos expositores en creatividad, escultura, arquitectura e ingeniería. Arte con entonación de madrigales.

Los recuerdos que he vivido son mi facultad para ser feliz sin restricciones. Son los umbrales y experiencias desde el misterio de mi niñez, con Simbad y con Nemo. Son esa sensación de terror, al leer El corazón delator de Poe, la Metamorfosis de Kafka o la miseria que vivió Jean Valjean con un fondo musical de Mozart.

Me hace feliz reconocer el romanticismo como un arte. Pensar en Fausto sentado al frente de Le barque de Dante de Delacroix, escuchando una sinfonía de Beethoven. Disfrutar el ver Las meninas de Velázquez y olvidar que él pretende trascender en la historia, como el mejor ególatra del autorretrato. Imaginar a diario una Naturaleza muerta de Cézanne con el Lago de los cisnes de Tchaikovsky. Recrearme con el impresionismo de Monet, con un vals del virtuoso Strauss en compañía del teclado de Chopin.

«Ten cuidado con lo que deseas, es posible que se cumpla”. Proverbio de la China milenaria, que quiero complementar con uno japonés: “Tarde o temprano la disciplina vencerá a la inteligencia».

El mundo camina a ciegas hacia un abismo desconocido. El nuevo Dios plenipotenciario del poder económico mundial. El nuevo ídolo a quien todos le rezan y por quien todos claman “El Dios dinero” se hace presente en cada ruego y en cada deseo del ser humano.

Solo una buena instrucción dictada por educadores con ética, con mística y con principios bien arraigados formarán a todos los jóvenes del mundo para que las células grises de sus cerebros recuerden para siempre todo el legado de la historia universal.

@CarluchoOJEDA