En países desarrollados, la importancia de la cultura se explica mediante el protagonismo ininterrumpido de: intelectuales, artistas plásticos, dramaturgos, artesanos, profesores, obreros, campesinos, especialistas en diversas disciplinas, investigadores, tecnólogos, inventores y científicos. Son naciones privilegiadas aquellas para las cuales lo trascendental no es la adhesión política, el proselitismo o adoctrinamiento ideológico: sino el crecimiento exponencial de condiciones óptimas para que el ser humano nazca, crezca, se reproduzca y asuma una muerte digna.
En Venezuela todo cuanto fue proyectado, durante décadas, hacia el sano desarrollo de la competencia [en artes, letras y cientifismo] experimentó ataques funestos. Individuos tan desalmados como influyentes, a los cuales divirtió destruirnos sin argüir de manera lógica-filosófica sus motivaciones, tomaron el control de la república prohibiéndonos vivir. El discurso cotidiano se militarizó, los quehaceres intelectuales sufrieron la indiferencia y decadentismo de los propulsores de un nuevo pero nada admirable hombre.
Quiero rememorar los tiempos cuando ejercía funciones comunicaciones y literarias en la Universidad de los Andes, mi «alma mater» hoy en agonía. Necesito expresar al mundo mi inmenso enfado por todo cuanto sucede en el territorio en el cual nací, cuyo terrible destino final abomino. No refutaré que el bastardo arquetípico, autocalificándose revolucionario, logró, al cabo de poco más de veinte años, asesinar nuestra forma de existencia. El concepto de nación, que nos abrigó en el curso de la posguerra independentista, ya no tiene pertinencia o sentido en una ex república donde la excelencia no procede voluntariosa fuera de la imaginación de criaturas ingenuas y soñadoras.
Un nuevo pero nada admirable hombre dicta nuestro modo de alimentarnos, urgencias, derrotismo, resignación de esclavos bajo supervisión armada y digitalizada. Algo es consecuente porque un asunto le precede. Bastó que un pequeño grupo de sujetos, corrompidos, tuviera acceso a tesoros y pertrechos letales de la nación para que [la mayoría de los ciudadanos] mirásemos normal cometer delitos en perjuicio del prójimo y el Estado. Hoy mi desahogo incluye el siguiente enunciado poético:
Adolorido insomnio fuego
Cada instante sin verte, Libertad,
Luce sempiterno en mi adolorido insomnio fuego.
Bienaventurada mi persistente devoción por ti, divina,
Nada ni nadie me separa del camino que me conducirá
Hacia donde ni la muerte apagaría mis pulsiones
De hombre negado conducirse conforme al desquicio
Fomentado por quienes no saben de supernovas.
Cada momento sin verte feliz a mi lado, Libertad.
Hoy quizá celebre tu feminidad restituida, virtuosa.
@jurescritor