Más allá de ver bodegones por doquier, algunos nuevos emprendimientos o nuevas agencias de vehículos de renombradas marcas mundiales que sólo pueden ser comprados por artistas, grandes deportistas o millonarios en el mundo entero; y de ser nuestra capital, Caracas muestra hoy un país -por decirlo de alguna manera- que no se corresponde con el resto de Venezuela. Y el tema no es cuestionar quién puede comprar un Audi o un Ferrari o criticar la mejora que exhibe Caracas en su ornato y en muchos órdenes.
El tema central es que el resto de país no anda muy bien y no sólo es un tema de servicios básicos como acceso a agua, electricidad, gasolina, atención médica, transporte público, Internet de calidad, entre otros. Hay un trasfondo que explica el deterioro y a la vez el malestar de muchos venezolanos y es el manejo errático de la economía que se expresa en hiperinflación, destrucción del bolívar como moneda nacional, pulverización de los salarios y por ende del poder adquisitivo, sobre todo del sector público donde literalmente nos están matando de hambre.
La economía venezolana no puede seguir a la buena de Dios, en una improvisación total, razón por la cual se requiere adoptar medidas de política económica urgentes, un plan de estabilización acompañado de un nuevo pacto social que permita unas condiciones diferentes para el común y corriente, es decir, un salario digno, poder adquisitivo, recuperar la capacidad de ahorro, contar con HCM y seguridad social para el empleado del Metro de caracas, para el alguacil de cualquier tribunal, para el maestro o profesor universitario o el obrero de Corpoelec.
La situación en Venezuela, al menos del sector público, es insostenible. Fedecámaras, algunos colegios profesionales, las Academias Nacionales tienen tiempo no sólo señalando el deterioro del modelo rentista y extractivista; también en paralelo la necesidad de repensar nuestro modelo de desarrollo. Las cifras y estadísticas dejan claro que no estamos haciendo las cosas bien. Por otra parte, cabe señalarse que no tiene sentido ponernos a mirar atrás, y no es un tema de añoranzas o lamentos. La evaluación, diagnóstico y toma de decisiones no es discrecional sino imperativa. Registramos cambios a escala planetaria en buena parte de las áreas, maneras de hacer negocio, el impacto de la educación y conocimiento experto, la promoción de energías limpias, la calidad de los servicios públicos, nuevos modos de generación de riqueza e inclusión basados en educación, tecnología y competitividad, transformación de hábitos de producción, distribución y consumo en esta modernidad líquida, como la llamó Zygmunt Bauman.
Para muchos lectores estos planteamientos pueden resultar desfasados o díscolos. La verdad es que el desfase real está en la manera de conducir nuestra economía, conducción y decisiones alejadas de todo progreso y esquema de desarrollo. Con responsabilidad hemos señalado que los retos y cambios actuales son impostergables y exigen asumir las fallas o tropiezos, las carencias como primer paso, y en simultáneo promover un gran diálogo nacional sobre bases ciertas y no falacias, sobre un nuevo modelo de desarrollo, sostenible, viable, incluyente, basado en el ser humano, en el talento, en las destrezas, en las capacidades, en las regiones, en la iniciativa y el sector privado, en las universidades como centro de formación de excelencia y, por supuesto, también en la participación del sector público y del Estado venezolano, con imperio de la ley, es decir, con reglas de juego claras (rule of law), metas viables, objetivos claros y disciplina en todos los órdenes.
El país requiere prácticamente repensar todo, desde la educación, el empleo, el ahorro, los servicios públicos, la salud que ni es preventiva ni curativa, pasando por la protección social incluyendo prestaciones sociales, poder adquisitivo, reformas de política monetaria, fiscal, económica, tributaria pertinentes, infraestructura, telecomunicaciones, temas energéticos, hidrocarburos, minerales, federalismo y descentralización, trabajo y emprendimiento, tecnología, hábitat y medio ambiente, ciudadanía, liderazgo, democracia y todo remite a concebir e impulsar un nuevo modelo de desarrollo anclado en la confianza, en el desarrollo y certezas no en incertidumbres.
Las universidades autónomas siguen siendo un semillero de talentos a pesar de las limitaciones y condiciones nada favorables de trabajo. La depauperación del sector universitario no tiene antecedentes y atenta con lo más sagrado que un país tiene, como es su educación superior. No olvidemos que los profesores universitarios formamos profesionales en todas las áreas y por ende un recurso humano de calidad. Es necesario y perentorio plantear un nuevo trato hacia las universidades, no sólo en términos de presupuesto justo para cumplir sus tareas naturales, sino fundamentalmente volver a plantear la observancia a las normas de homologación, la convención colectiva y demás acuerdos que permitan dignificar al sector universitario nacional. Si queremos que Venezuela siga apareciendo en el mapa mundial debemos impulsar un cambio del modelo de desarrollo unido por supuesto a otras transformaciones que son implícitas e impostergables como la impostergable necesidad de lograr un nuevo pacto social.