La última batalla con importante componente geopolítico emprendida por el gobierno de Donald Trump de nuevo se ubica en el terreno de las redes sociales.
Este último y diestro movimiento para meterle el dedo en el ojo a los chinos y molestarlos en donde más les puede doler –sus vastísimas y eficientes redes sociales– fue la prohibición a Google y Apple de permitir descargas en Estados Unidos de la popular aplicación de mensajería y pagos móviles china WeChat. Pero la agresión trumpista esta vez murió casi al nacer. La medida ordenada desde la Casa Blanca, que debía ser instrumentada por su Ministerio de Comercio, se fundamentaba en el peligro que la aplicación representa para la seguridad de Estados Unidos, pero fue suspendida por una juez en California por considerar que las evidencias sobre una real amenaza son, en efecto, modestas.
Un movimiento similar debía haber afectado por igual el uso de TikTok en agosto pasado, pero sus dueños consiguieron evadir la prohibición por una vía diferente: armando un acuerdo de operación con las empresas Oracle y Walmart.
Sorprende que al presidente norteamericano, a quien no le faltan asesores en la materia tecnológica ni en el tema de sus relaciones con la segunda potencia mundial, no hayan podido determinar por adelantado que Tencent, la empresa dueña de la aplicación de minivideos WeChat, se movería en el sentido de intentar la impugnación de la inconveniente disposición argumentando su inconstitucionalidad, aduciendo una violación de la libertad de expresión, particularmente a los chino-americanos.
Fuera del campo de lo estrictamente legal, esta escalada de agresiones a las redes sociales chinas es una batalla que tiene para Estados Unidos un sentido estratégico, sobre todo si uno tiene el cuidado de mirar de cerca los números de usuarios que manejan estas aplicaciones, su alcance y la posibilidad real de que acumulen y utilicen, para sus propios fines comerciales, la data que puede ser obtenida de la observación y captura de los movimientos de sus muchos millones de usuarios.
Pensemos por un instante en que TikTok descargó el año pasado más material de las redes que Facebook o Instagram sumados. Y otro dato de significación: WeChat tiene en suelo chino más de 1.000 millones de usuarios y TikTok cuenta en el mundo con otro tanto. No todos ellos son activos, pero al menos 800 millones de seres intercambian información a través de su aplicación.
Nada de esto es diferente a la manera de operar de Facebook, solo que a las autoridades en Washington les desvela que la Ley de Seguridad de su contendor chino, promulgada en 2017, obliga a cualquier organización o ciudadano a “apoyar, ayudar y cooperar con el trabajo de inteligencia estatal. A nadie se le escapa que, de existir una orden directa del responsable de la Inteligencia de Pekín para develar información específica, ninguna empresa desearía cargar con el pesado fardo de desestimar lo que oficialmente es considerado material sensible.
Así, pues, es imposible diferenciar en este terreno la realidad de las suposiciones, pero estas últimas son útiles para difundir información tendenciosa. Hay quien asegura que la fallida gran concentración organizada en Tulsa en junio por el presidente Donald Trump, la que debió celebrarse con miles de asientos vacíos, fue saboteada por una de estas redes chinas.