“Los hombres se conducen principalmente por dos impulsos: o por amor o por miedo”.
El príncipe, Nicolás Maquiavelo, 1532
Venezuela, durante años un crisol de diagnósticos políticos, se encuentra en un punto de inflexión crucial. Un país marcado por la polarización, donde lo que algunos ven como un régimen autoritario, otros lo etiquetan como una organización criminal y unos pocos, con una voz cada vez más tenue, insisten en describirlo como una democracia mal entendida. En esta nación, los presos políticos son una realidad tan palpable como que no hay independencia de poderes. No obstante, en este contexto de aparente inamovilidad, un evento reciente sacudió el tablero político: más de 2 millones de venezolanos, desafiando las dificultades cotidianas, acudieron a votar en una primaria que dieron a María Corina Machado la legitimidad de origen para enfrentar a Nicolás Maduro o a cualquier candidato del régimen en la elección presidencial de 2024.
El resultado de la primaria tomó por sorpresa no solo al madurismo, sino a propios y extraños dentro del espectro político. María Corina, una vez relegada al margen por la figura de otros dirigentes de la oposición, resurge con un apoyo aplastante que descoloca al oficialismo y reconfigura el paisaje de las fuerzas democráticas. Su elección no es un mero trámite burocrático; representa el pulso de una sociedad que, contra toda represión, clama por un cambio político.
El Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), acostumbrado a maniobrar con holgura en su cancha diseñada a la medida, se encuentra frente a un reto inesperado. La invalidación política de Machado, una artimaña con más forma que fondo legal, es un claro indicio del temor que su liderazgo suscita en el oficialismo. Sin embargo, esta estrategia represiva parece desvanecerse frente a la determinación de una líder que, lejos de buscar un «plan distinto al democrático», insta al reconocimiento del mandato popular expresado el pasado 22 de octubre.
La masiva participación que llevó a la victoria de la líder de Vente Venezuela en la primaria es un fenómeno que demanda atención. No fue un acto aislado de disidencia, sino una muestra colectiva de la sed de libertad, una evidencia de que incluso en los rincones más afectos al chavismo hay un clamor por el “Estado al servicio del ciudadano”. Esta no es solo la victoria de la oposición; es el reflejo de un país listo para cerrar un ciclo de 25 años y embarcarse en un nuevo camino. Un Estado que interviene solamente en aquellas áreas donde el mercado y la sociedad no pueden proveer eficientemente bienes o servicios; que restaura la independencia de los poderes para impedir el abuso de autoridad y promueve la rendición de cuentas. Más pequeño y eficiente, con menos ministerios y burocracia. Un país en el que se reencuentra la familia y el trabajo permite vivir con dignidad y libertad.
El 22 de octubre, inicialmente percibido como una jornada incapaz de desafiar el orden establecido -“un evento desastroso y minúsculo” se atrevió a precalificarlo Jorge Rodríguez al salir de la firma de Barbados-, se transformó, merced al convencimiento común de su trascendencia, en un catalizador con el potencial de transformar profundamente el escenario político. La convicción popular de que el sufragio en favor de María Corina Machado podría inducir un viraje sustancial convierte esa acción conjunta en una fuerza capaz de ejercer una influencia tangible sobre el devenir político de la nación.
La estrategia que se avecina es compleja para alcanzar la “Venezuela Tierra de Gracia”. María Corina se enfrenta a un régimen que ha sido explícito en su intención de perpetuarse en el poder, que usa el miedo y la opresión para negar la primaria. No obstante, la líder del cambio tiene claro que la consolidación y ampliación del movimiento social -transversal a los partidos políticos- que la ha respaldado son esenciales para garantizar un proceso electoral más justo y competitivo. Asimismo, la colaboración de los gobiernos latinoamericanos y la comunidad internacional es crucial para ejercer la presión necesaria que permita una transición ordenada y sostenida.
Sin lugar a dudas, el madurismo tiene miedo y lo conduce a colocar una espada de Damocles sobre la candidatura de Machado, que ha marcado con una línea roja. Pero líneas rojas han sido cruzadas antes y la política de los hechos consumados puede volverse en contra de aquellos que la practican. El acuerdo de Barbados y la postura de actores internacionales como Estados Unidos, que han sujeto la suspensión de las sanciones económicas sobre la estatal petrolera Pdvsa y Minerven al cumplimiento de algunos compromisos democráticos por parte del régimen, son señales de que el tablero venezolano está en movimiento.
Las fuerzas del cambio se encuentran frente a un abismo histórico; caer en él sería desconocer el mandato del 22 de octubre. El camino hacia las elecciones de 2024 es sinuoso y está plagado de obstáculos, pero también iluminado por la esperanza de un mejor país. En este contexto, la figura de María Corina Machado emerge no solo como una candidata de la Unidad, sino como el símbolo de una Venezuela que podría estar en los albores de un renacer democrático.
La travesía será ardua y la incertidumbre, una constante. Sin embargo, el compromiso con la justicia y la democracia, la astucia política y la solidaridad entre venezolanos y con la comunidad internacional, serán las armas con las que María Corina y la oposición venezolana lucharán para transformar el anhelo de libertad en una realidad tangible. La cita con la historia está marcada y el despertar democrático de Venezuela, aunque incipiente, es una llama que ya no se puede ignorar.