En un ambiente festivo y de solemnidad litúrgica las naves de la antigua e impertérrita Catedral recibieron ayer sábado, 24 de agosto, al XVII Arzobispo Metropolitano de Caracas, mons. Raúl Biord Castillo, sdb, ocupando la Cátedra de ilustres Obispos y Arzobispos que desde hace cuatro siglos han cuidado con celo apostólico de la capital de nuestro país.
Oriundo de San Antonio de los Altos, donde residían sus padres y transcurrió su infancia junto a sus otros tres hermanos, monseñor Biord realizó sus estudios sacerdotales con la Pontificia Universidad Salesiana. Es licenciado en Filosofía y Teología Fundamental por la Pontificia Universidad Gregoriana, donde también obtuvo el doctorado en Sagrada Teología.
En todo momento y sin fisuras Raúl Biord ha sabido llevar el linaje eclesiástico que le precede y del que es portador en tercera generación. Desde su tío abuelo, mons. Lucas Guillermo Castillo Hernández, décimo arzobispo de Caracas y Primado de Venezuela, y de su entrañable tío el cardenal don Rosalio Castillo Lara, gobernador del Estado del Vaticano, de quien de forma particular este país guarda siempre una especial memoria.
Siendo uno de los principales teólogos de nuestro país y privilegiado exponente de la Sinolidad, Mons. Biord acompaña a muchos sectores de pensamiento y de vida religiosa con un magisterio claro y comunicante de la gracia de Dios. El dinamismo del que le ha dotado el espíritu salesiano augura que él representa una privilegiada oportunidad para afianzar la renovación pastoral que ha impregnado en la iglesia de Caracas su predecesor, el cardenal Baltazar Porras, y cuyo epicentro es la periferia. Así veremos en Biord Castillo un largo y fértil arzobispado en el que no se darán lagunas ni silencios en los graves retos que representa este mandato pastoral que ha asumido en actitud de amor y de servicio, consciente de sus “límites” y su “pequeñez”, como dijo en la homilía de su toma de posesión.
Un exquisito cultor de la liturgia, alejado de anacrónicos conservadurismos en esa materia, y acendradamente mariano, el nuevo arzobispo de Caracas ha demostrado desde su ministerio episcopal en la Diócesis de la Guaira que sabe ir al ritmo de la vida del país en el que vive y de los latidos de la Iglesia a la que pertenece, profesando una inclaudicable comunión con la gente y, en especial con la juventud, como buen hijo de Don Bosco que es.
Ante la muy amarga la hora que enfrenta nuestra nación, no queda sino pedir disponibilidad eclesial al nuevo Arzobispo para acompañar a este pueblo diezmado por la catastrófica crisis que, entre sus muchas aristas, tiene el olvido de Dios y de la vida espiritual como núcleo, al tiempo que se libra una guerra sin cuartel en lo cultural, donde nuevos valores de crudo temporalismo pretenden sustituir una identidad que es inherente al ser venezolano y que no es otra que la religiosidad de nuestros ciudadanos. Sólo una Iglesia moral y espiritualmente renovada está en condiciones de salir a dar la respuesta del Evangelio como buena noticia para el país que tenemos y debemos reconstruir sobre la verdad y la justicia.
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