La política imperante frente al dominio autoritario carece de vigor y rigor, está desprovista de la esencial pedagogía política; no vemos capacidad política sino líderes de baja calidad. Nuestras vidas están en manos de otros. Vemos comunidades desgarradas discurriendo en espacios de vida menoscabados.
Somos un desgarro existencial en un campo de concentración, con una oposición incapaz de ser empática con los que sufren al extremo como los retornados vejados por el régimen criminal. El líder tiene el compromiso de activar y significar la tragedia que se vive y colocarse en primera fila para acompañarlos y mostrar al mundo el atropello vil a su dignidad humana.
Nos vamos acostumbrando a un país inerte con apatía insuflada por líderes que no comunican emoción política, sin convocatoria y credibilidad. Necesitamos que la cohesión interna lograda en estos 21 años aciagos se empalme con líderes dispuestos a darlo todo; un cambio de actitud y disposición en ese liderazgo renovado que sepa ejecutar una potente estrategia-plan con grandeza, despojada de intereses particulares.
La mayoría rechaza un pacto unitario con los mismos de siempre, vacío de ideas y fuelle, integrado por quienes realizaron un cuestionado manejo de los bonos 2020. Con los responsables de reincorporar a la AN legítima a los exdiputados del PSUV y que han reincidido impenitentemente en diálogos escondidos con unos sujetos que no son políticos sino delincuentes.
Los aliados internacionales desconfían de esa conducción política, que alega como inhibidores de acciones resueltas una guerra civil que por Dios no está planteada. El pueblo digno manda que sean expulsados los grupos irregulares y las mafias del territorio nacional, y decidió apartarse de los líderes que preconizan la cohabitación y la claudicación de la lucha.
La unión del país que ha luchado largamente bajo condiciones subhumanas se ha configurado y no quiere a su lado cómplices, corruptos e infiltrados. Se niega a transigir con la impunidad. El país unido clama por una ruptura histórica. Los errores consuetudinarios han alargado la permanencia del régimen. Reclama la presencia de un liderazgo que motorice la Operación de Paz y Estabilidad. No se trata de una invasión lo que plantea, sino todo lo contrario, la des-invasión de las mafias que ocupan el territorio, y al alimón con la usurpación produce pérdidas de vidas venezolanas.
El liderazgo renovado trabaja sin pausa en promover y convencer que Venezuela es un punto geopolítico clave de seguridad hemisférica. El epicentro de la lucha de Occidente por la vida en libertad está en Venezuela; el bloque occidental debe asumir a Venezuela como un desafío ineludible para la seguridad nacional de los países de la región. La tarea de la dirigencia es construir una narrativa que convenza y persuada. Hemos ya visto el costo del actuar y no actuar.
Venezuela padece una violación masiva y sistemática de los derechos humanos que urge detener junto a la muerte continua de conciudadanos y el aumento, cada día, de niños desnutridos con daños irreversibles en su desarrollo.
La nueva dirección política que se va conformando persigue la defensa de la nación y su territorio; reconoce el poder de la sociedad que dio un claro mandato el 16J y la AN incumplió. La rendición de cuentas es a la sociedad y no a los cogollos. Se enfoca en liberar en toda su potencia la fuerza ciudadana y acoplarla con la comunidad internacional.
Sin soberanía nacional no hay soberanía popular, imposible así realizar unas elecciones libres. Es muy difícil imaginar a gente votando en Paria y en el Arco Minero. ¿Que más tiene que pasar? Nos estamos forjando el espíritu a los golpes. Queremos un país excepcional. La ruta es el cese de la usurpación. Venezuela es un país en ebullición.
Liberen a Maury. ¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!
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