Visitar museos militares en todo el mundo ha sido una de mis pasiones. En Beijing, Moscú, Roma, París, Madrid, Lisboa, Londres y en todas las capitales latinoamericanas, entre otras ciudades, delectar paso a paso cada uno de los episodios que marcan la historia de cada país, es parte integral de mi cultura personal. No es de extrañar que estos espacios dedicados a la memoria histórica de las gestas armadas de cada nación ejerzan tan poderosa atracción sobre mí, miembro de la Academia Colombiana de Historia Militar.
El Museo Centro Histórico del Oriente de Yopal, ciudad capital del departamento de Casanare, fronterizo con Venezuela, me causó una grata impresión en medio de la incertidumbre que reina en Colombia. Reconstruido en una instalación médica que había sido deteriorada por gente de la calle, el suboficial y los soldados encargados del esfuerzo han transformado esta otrora ruinosa instalación en un Museo militar de primera clase, que muestra el dolor de las víctimas de la violencia en esta vasta área del oriente nacional, integrada por Arauca, Casanare, Meta, Vaupés y Vichada. El recorrido que hicimos por sus diferentes salas estuvo siempre guiado por el sargento segundo de ingenieros Héctor Leonel Zabala, apoyado por tres guías soldados profesionales y quienes encontraron en la memoria histórica la razón de ser de su servicio a la patria.
Antecedentes prehispánicos con indígenas y su cosmogonía; la mita, la encomienda, las misiones jesuíticas de Caribabare, Tunapuna, Chita, Támara, Morcote, Pauto “Ad maiorem Dei gloriam”; la conquista, la independencia, reconquista con sus respectivos fusilamientos; Bolívar, Santander, el Pantano de Vargas y el coronel Juan José Rondón “Salve Usted la Patria”; la república con patria boba y todo lo conocido; la vida política con asesinatos de líderes como Jorge Eliecer Gaitán “No soy un hombre, soy un pueblo”; la violencia de los llanos con Guadalupe Salcedo, Eduardo Franco, José Alvear Restrepo, 41 comandantes más y el teniente general Gustavo Rojas Pinilla; la aparición de las drogas y sus respectivos capos como Carlos Lehder “droga: la bomba nuclear de los pobres” y otros; el oleoducto Cañolimon-Coveñas y la resurrección elena, hasta la violencia actual en Arauca que tiene el récord de homicidios con una estadística chocante de más de 92 muertos por cada 100.000 habitantes, están vívidamente representados a lo largo de la circularidad del museo. Varias líneas de tiempo, litografías, muchos videos testimoniales, crónicas, fotos, maniquíes con los vestidos y uniformes de cada época, armas antiguas y modernas por doquier, aperos, herramientas, curiosos botines de cabuya para caballos y mulas que debían trasegar por áreas rocosas y en fin, toda la parafernalia cívico militar sistemáticamente montada y mostrada con periodicidad, incluyendo el aspecto religioso, conforman este museo al que asisten un gran número de visitantes diarios y que en su primera etapa nos muestra la cultura llanera.
Es una huella histórica de una región de política conservadora y cuartel de “Los buitragueños” o “Martín Llanos”, autodefensas de los llanos, no exenta del accionar narcotraficante de las FARC y el ELN, este último fortalecido en Arauca después de su desastre de Anorí en 1972 y actualmente dizque en diálogos de paz con el gobierno del izquierdista Petro.
Las instalaciones del Museo fueron cedidas por el concejo municipal al general Helder Giraldo, para entonces comandante de la Octava División, acantonada en Yopal y hoy comandante general de las Fuerzas Militares.
Difícil encontrar en una ciudad capital remota como esta, un museo de las víctimas, palabra que parece estigmatizar a una de las más queridas y apreciadas instituciones de Colombia, junto con los empresarios y la Iglesia.