Estamos siendo testigos nuevamente de una escalada de violencia en Gaza, desde que el pasado 10 de mayo fueron retomados los enfrentamientos entre las milicias palestinas y el ejército israelí.
Ya durante el mes de ramadán se habían registrado enfrentamientos, cuando más de cien palestinos fueron heridos por la policía local, al protestar contra una marcha de extremistas ortodoxos que se dirigían a Jerusalén Este gritando consignas contra las festividades del ramadán árabe.
Por supuesto, las reacciones no se hicieron esperar, pues a la par de este hecho también se registraron amedrentamientos contra jóvenes judíos que se dirigían a orar al Muro de los Lamentos, a propósito de la conmemoración del Día de Jerusalén.
Poco a poco, los enfrentamientos civiles entre unos y otros fueron escalando, y lo que inició como una rencilla de extremistas religiosos, terminó estallando en un conflicto bélico, cuando las milicias palestinas de Hamás y la Yihad Islámica dispararon más de 1.600 cohetes hacia el centro y sur de Israel, que también ha respondido al fuego.
Hasta este momento, más de 190 personas han perdido la vida, en su mayoría habitantes gazatíes; entre los cuales se cuentan ya más de 50 menores de edad.
Una vez más, son los inocentes quienes pagan las consecuencias de la intolerancia y ante ello, nadie se puede quedar callado. Ambos bandos tienen la responsabilidad de llamar a un cese al fuego e iniciar, una vez más; un acuerdo de convivencia.
Palestinos e israelíes pueden y deben convivir en paz, porque sin importar las creencias individuales, lo que molesta del otro es aquello que yace en cada uno sin ser trabajado.
Dice Proverbios 10:12 que “El odio provoca peleas, pero el amor perdona todas las faltas”. Si Dios es amor, ¿por qué la humanidad se empeña en derramar sangre a su nombre?
La respuesta ante la intolerancia y el sectarismo jamás puede ser la violencia, sino el amor. Esperemos que, de ambas partes, nazca la buena voluntad de llegar a un cese al fuego o de lo contrario, seguiremos siendo testigos de una guerra que, cada tanto; parece dar la sensación de no tener fin.
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