Con este escrito continuamos nuestras reflexiones sobre el tránsito de las ciudades a aldeas en el curso de los próximos 50 años.
Con el logro de vacunas para prevenir los contagios del virus, no sorprende que se inicie su aplicación a los ancianos. Las ciudades han ido creciendo sin incluir a los viejos, que resultan una carga que termina con su reclusión en asilos. Buena parte de conceptos como infancia y vejez están cargados de discriminación, no caben en la ciudad, son problemas para ella. No son novedades: la consideración de la existencia de la infancia fue reciente y la vejez se demarca con un tiempo de la vida. Las Naciones Unidas estiman un promedio mundial de edad de 72,6 años para 2050. Los demógrafos estiman que entonces habrá una población mundial de 7.500 millones de habitantes, si 1 de cada 4 de ellos tendrá más de 65 años, el resultado será 1.875 millones de “ancianos” mayores de 65 años, fuera de las actividades productivas.
La vejez se manifiesta, dicen los especialistas, con una pérdida progresiva de capacidades que no resulta adecuada al trabajo y esfuerzos demandados por las ciudades: se les excluye recluyéndolos. Se crean estereotipos disfrazados de compasión. La ciudad reduce la solidaridad de la vida en común, del vecindario y con ello la mirada vecina de cuido o atención al otro que se logra en la Aldea.
Pero, así como se crean instrumentos para incrementar las capacidades humanas, se crearán algunos, sobre todo apoyados en lo digital, que reemplacen capacidades disminuidas. Así como ha crecido y seguirá creciendo el trabajo y dirección a distancia, se crearán esos instrumentos y espacios, y la persona podrá prolongar su participación en la vida en sociedad. No ya como “viejo” sino como disminuido o discapacitado para ciertas actividades.
El manejo de robots y autómatas, que serán muy diversificados, al ir cada vez mas allá en su complejidad de instrumentos, exigirá otras competencias y, por supuesto, otros valores. No hay que pensar en que los valores y la eticidad humana se estancarán. Cambiarán, como cambiarán las maneras de comunicarse e integrarse, de agruparse y estar saludable.
El humano hace vivir sus obras y las de otros y proyecta sus mitos y pretensiones en el arte, el deporte, el baile y variadas cosas que lo expresan. Saber de esas cosas es una buena manera de vivir y de sentirse vivo valorándose ante ellas. Todo ello debe seguir siendo respetado y activado. Todo ello permanece en la vejez.
El humano es mucho más que la complejidad que muestran las ciencias anatómicas y fisiológicas. Es mucho más que nacer crecer, funcionar y morirse. Aun cuando hay similitudes con otros seres animales, en él hay algo que se ha llamado espiritualidad. La espiritualidad es corporeidad. La espiritualidad no es discernible, es algo mucho más complejo: es corporeidad.
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