Continuamos nuestras reflexiones sobre el necesario tránsito de las ciudades hacia aldeas durante los próximos 50 años.
Reflexiones ambientadas por el inicio de un nuevo año y la continuidad de la incierta vida en un país que cada vez se parece más a un rompecabezas derramado, con algunos trozos de criaturas armadas y despóticas.
Hoy no hay Internet y el día se vacía. En los años siguientes más y más espacios de vida y relación estarán ocupados por lo cibernético, los robots, los autómatas, reduciendo crecientemente la necesidad de trasladarse físicamente, como ahora nos ha obligado la pandemia. Pero, a la vez la entrada mayor al mundo creará más y más necesidades. Una vida muy intensa en informaciones, hábitos, dependencias y actos, pero, a la vez –y no es nuevo decir esto–, muy deficiente en afectos, cuando ya sabemos que la fuente principal de los afectos son las proximidades, las intimidades.
No es fácil describir la lógica de ese proceso, sus factores aún están incubándose, pero seguramente serán los ciudadanos, los que ahora habitan las ciudades, los más interesados en encontrarla.
¿Cuál es el reemplazo a esa soledad?
No hay otra cosa que no sea el mismo ser humano
La ciudad separa cada vez más y esa separación física es sustituida por la frágil y tenue comunicación mediada.
La aldea propiciará el rescate de esa soledad. De la soledad digital.
La proximidad no es reducible a signos o palabras. La proximidad posibilita una densidad corpórea que no cabe en ninguna máquina o señal.
Esto suena extraño porque el camino hacia la soledad y distanciamiento urbano se inició hace rato y aún seguirá creciendo en las próximas décadas, pero luego buscaremos el retorno a los otros.
El retorno a los otros no es una simple decisión personal. Es una demanda y una necesidad soportada físicamente y realizada en ambientes que las posibiliten: tal como ocurre en las aldeas. calles, escuelas, cruces de caminos, templos, clubes y bares, parques y recursos de juego, juntas y ferias vecinales, cuidos y mantenimiento de las áreas comunes, arte, teatro, cuentos, chismes y literatura.
La comunicación y el intercambio digital continuará enriqueciéndose, llegando incluso a simulaciones, hologramas, realidad aumentada y multidimensional…, pero lo complejo y profundo de la relación corpórea va más allá de toda representación o signo. Hay campos en esa complejidad corpórea que, además de existir, se incrementan con lo vivido. Somos los mismos y diferentes cada vez.
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